Capítulo 28

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No sabía exactamente qué hora era. Me había quedado dormida entre los brazos de Víctor durante unos instantes, unos instantes que se habían sentido efímeros, aunque que no sabía con seguridad si habían durado simples minutos o tal vez horas. 

    Muchas noches me había sentido fría aún estando tapada con cinco mantas encima, pero parecía que en cuanto los brazos del rizado me tocaban mi pecho inmediatamente ardía en acogedoras llamas.

    El ojos verdes estaba durmiendo plácidamente mientras su boca estaba apoyada con los labios entreabiertos contra la curvatura de mi cuello. Sentía una leve humedad en la zona, la cual me producía ternura y a la vez ganas de secarla con una ligera sensación de incomodidad. Sentía mi cuerpo preso en un lazo de brazos y músculos envueltos a mi alrededor, nunca había sentido una presión tan agradable recorriéndome. Era como si mi anatomía y la de Víctor hubiesen estado creadas para encajar una contra la otra. Mas, aun así, en ese momento necesitaba salir. Necesitaba un poco de aire fresco, tal vez simplemente abrir mi ventana y contemplar durante unos instantes la gran inmensidad negra sobre mí para no sucumbir ante la presión ejercida por todos los sentimientos y demostraciones de afecto que nublaban mi cordura y sensatez.

    Me escabullí de entre sus brazos retorciéndome con cuidado entre las torneadas extremidades de Víctor hasta que conseguí hacerme paso hacia la libertad a los pies de mi cama. El frío que reinaba fuera de la calidez de la cama me golpeó con fuerza una vez estuve de pie a un lado del cuerpo dormido del rizado. Era la segunda vez que lo veía durmiendo y no dejaba de pensar en lo precioso y angelical que se veía. Había visto a más chicos dormir durante las largas horas de la noche, pero nunca me habían transmitido la paz y el cariño que emanaba de mí cuando le veía a él.

    Seguí mi camino inicial y me dirigí hacia el gran ventanal, donde ya vislumbraba la oscuridad del bosque llamándome a través del cristal. Las hojas se mecían al compás del viento y parecía un mar en movimiento incesante e hipnotizante. Acerqué mi cuerpo al cristal tanto que el frío que este acumulaba de la calle chocaba contra mi anatomía apenas cubierta con mi pijama de manga y pantalón corto.

    Algo entre las sombras llamó mi atención de una manera tan brusca que mis rodillas chocaron contra el cristal al acercarme demasiado a este. Vi movimiento entre los árboles y este no se podía confundir con el viento o algún animal. Una silueta se acercaba hasta el umbral del bosque. Iba vestida de negro, un conjunto entero oscuro que casi conseguía mimetizar la silueta con el negror profundo del bosque. La silueta siguió caminando hasta que casi se encontraba en la carretera. Miraba al frente, en dirección a la puerta de mi casa, y llevaba un oscuro pasamontañas que ocultaba su rostro por completo menos por dos grandes y redondos agujeros que dejaban ver los ojos de aquella figura desconocida.

    Sentí un gran escalofrío recorrer mi cuerpo mientras el frío congelaba mis movimientos.

    La persona no llevaba nada en las manos exceptuando unos gruesos guantes, mas su presencia no presagiaba nada bueno. Con cada paso que avanzaba sentía que mi interior se exaltaba con temor, pero entonces repentinamente paró. En medio de la desolada carretera detuvo sus pasos lentos y directos y encaró por completo la estructura de mi casa. Sentía la anticipación burbujeando en mi cuerpo, sentía la sensación de alarma emanar de cada poro de piel y sentía como un grito se estaba formando en mi garganta preparado para salir en cuanto viera a esa persona acercarse un centímetro más hacia mi hogar, mi familia y Víctor. Había perdido a muchas personas que quería a lo largo de mi vida, no iba a permitir que pasara otra vez delante de mis narices.

    Me giré para buscar el móvil. Tenía que estar preparada para llamar a la policía en caso de que a la desconocida presencia se le ocurriera venir con más personas o incluso si era solamente ese intruso no quería poner a nadie de los que estaba en mi casa en peligro. Me giré de nuevo hacia el ventanal para vigilar sus movimientos y no pude volver a voltear mi cuerpo para coger definitivamente el móvil. Me quedé congelada. La persona en medio de la carretera había cambiado el objetivo de su mirada, sus ojos estaban clavados directamente sobre mí. Sus ojos penetraban los míos a través del cristal. Me sentí intimidada y angustiada.

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