Capítulo 12

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El sol brillaba sobre la superficie de cristal cuando a la mañana siguiente unos suaves toques en la puerta de mi habitación y la voz de mi madre al otro lado de esta fueron la causa de que me desprendiera de mi ensoñación y captará levemente la realidad que se desarrollaba a mi alrededor.

    -Alia, me voy a trabajar- me informó mi madre una vez que yo y mi somnolencia abrimos la puerta y la miramos con ojos entrecerrados. Me dio un suave beso en la mejilla y después desapareció de mi vista mientras el sonido de sus pisadas se alejaba por las escaleras. A los pocos segundos se escuchó el portazo en la puerta principal.

    Bajé al comedor y vi la hora en el gran reloj de pared, eran las ocho y media. 

    A paso aletargado y mientras los rastros del sueño pesaban en mi cuerpo, volví a subir las escaleras pero esta vez para dirigirme hacia la habitación de mi hermano. Abrí con suavidad la puerta de esta y me lo encontré desparramado en su cama con una simple camiseta blanca de manga corta sobre su torso y con unos calzoncillos grises ajustándose a sus finas caderas. Yo dormía tapada hasta el cuello con cuatro mantas y él en cambio tenía las dos suyas enrolladas a sus pies. Me acerqué a su cama y con delicadeza agarré las mantas arrugadas y las ajusté sobre su cuerpo tapándolo y resguardándolo del frío traicionero. Lo observé dormir tranquilo y con el cuerpo en calma y después me dirigí hacia mi habitación para tumbarme de nuevo en mi cama ahora fría. Cogí todas las mantas y las puse sobre mi cuerpo intentando recuperar el calor acumulado durante horas y perdido en apenas unos minutos.

    Agradecí internamente que mis cortinas fueran de una tela gruesa de color gris oscuro, ya que aunque el cielo estaba más claro mi habitación seguía en penumbra. Tenía persianas en la ventana, pero desde pequeña me había agobiado la sensación de estar rodeada de completa oscuridad, me hacía sentir encerrada y sin salida, por lo cual siempre permanecían subidas al máximo.

    Mis párpados pesaban y tenía mi mente a punto de perderse entre los sueños cuando el calor desapareció de mi cuerpo por lapso de unos breves segundos y un peso se metió junto a mí en la cama antes de volver a envolverme bajo el calor de las mantas. Abrí mis ojos con sorpresa y vi a mi hermano sonriéndome medio dormido mientras únicamente asomaba su cabeza por encima del edredón.

    -¿A qué hora llegaste ayer?- le pregunté mientras me frotaba los ojos aunque sin tener una verdadera intención de despertarme.

    -A las siete- contestó entre varios bostezos - ¿y tú?

    -Yo llegué a las cinco. Por cierto, mamá se acaba de ir.- mis ojos pesaban, mas no quería dejar de ver la imagen de mi hermano tumbado junto a mí. Su pelo castaño claro caía sobre mi almohada y parecía tener un color dorado brillante bajo la luz matinal. Sus ojos canela estaban entrecerrados con cansancio, clavando su mirada en mí a través de sus largas pestañas y por la pequeña rendija de abertura en ellos.

    -Ya, me ha avisado.- finalmente cerró sus ojos dejándose vencer por el agotamiento. Me abrazó y me apretó contra su cuerpo quedando yo envuelta por todo él mientras aspiraba el olor que emanaba de su piel; un olor suave, cálido y familiar. Sus brazos estaban sobre mis hombros y su caliente torso se apretaba contra el mío. Con el calor fraternal que me transmitía mi hermano no pude evitar dormirme con rapidez rodeada de paz y tranquilidad.

. . .


    Dormía plácidamente hasta que un olor a quemado inundó mis fosas nasales haciéndome levantar rápidamente de un sobresalto. No era una pesadilla o una ensoñación, toda mi habitación estaba bajo el olor pesado de algo quemándose.

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