Prólogo

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Llevaba un día más o menos, intentando llegar a Bosque. Planeaba encontrar la Muralla y escapar. Me parecía un buen plan, nunca había salido de Hickens, así que pensé que me tomaría un rato encontrarla, pero cuando estás huyendo, es más sencillo vivir un día a la vez. Sobrevivir es eso, justamente.

Tal vez todos se habían sentido así cuando los detectaron. Con ese constante miedo a morir. A que los capturen. Nunca pensé que la sensación de tener un nudo en el estómago durara tanto. Pero desde que mi familia me había dado por muerto, había estado por mi cuenta, y con esa horrible sensación.

Tenía una bolsa de carne seca en las manos. Comencé a caminar para no parecer sospechoso, aunque el corazón me latía a mil por hora. La cabeza me punzaba. Estaba seguro de que la frontera estaba unas calles. Aunque todavía no lo distinguía, sabía que estaba relativamente cerca. Pensé que podía caminar, hasta que comenzó a llegar el alboroto a mis espadas.

Demonios.

Corrí apenas escuchar los gritos. Lo habían notado. Giré en la primera calle que me encontré, y luego volví a girar para perderlos. Miré hacia atrás, fue solo un momento. Aún así, distinguí el sonajeo de armas metálicas chocando en cuanto impacté con alguien. Sonaba exactamente igual que cuando me detectaron, y todo porque una botella de agua había explotado.

Alcé los ojos aterrorizado. El hombre me miró un momento, pero me reconoció. ¿Cómo podría no haberlo hecho? Seguro todas las estaciones ya tenían mi rostro en la primera plana. Escuché el tintineo de unas esposas.

No quería quedarme en la cárcel, y mucho menos en un laboratorio. Tenía dieciséis años, yo solamente quería sobrevivir. No quería que me usaran como objeto de investigación, quería que dejaran de perseguirme.

Y lo odiaba. Odiaba que me hubiera pasado esto, de todos, ¿Por qué a mí? Ni siquiera lo quería. No sabía controlarlo, y no se me ocurría algo para lo que fueran útil. Para terminar, ¿Qué habían causado? Persecución.

Y cuando volví en mí, ya estaba corriendo de nuevo. Podía escuchar los gritos del Detector detrás de mi, incluso solté la comida que acababa de robar. Me perdí en una esquina para seguir mi camino. Mis piernas ardían del esfuerzo. No me permití detenerme, y cuando vi el inicio del bosque sentí un alivio en mi pecho. Me obligué a correr más rápido. Podía sentirlo. Era una oportunidad. Podía vivir.

Dejé de meterme entre las calles. Quería llegar, así que corrí directo a él. Tal vez fue un error.

Me adentré corriendo en la extensión boscosa. Pensé que estaba a salvo. Corrí entre los árboles, supuse que así se habían sentido los demás sobrenaturales también. Con algo de esperanza apenas pisar el pasto.

Estaban algo lejos, el Detector todavía seguiría detrás cuando yo cruzara la alambrada. El problema era ese: cruzarla. Yo corría rápido, pero eso era todo, no tenía más potencial físicamente.

Distinguí la reja metálica unos metros adelante. Aceleré mis pasos y empecé a subir. Me dolían los dedos cada vez que me recargaba en ellos para escalar. Deseé tener más fuerza. Aunque ahora no estoy seguro de qué hubiera sido mejor.

Jadeé en cuanto llegué al borde de la reja, solo tenía que bajar y viviría. Me preparé para hacerlo. Solo tenía que bajar, y correr. Correr sin detenerme y estaría del otro lado de la Muralla. Sería libre de los Detectores.

Tal vez me confié demasiado. Creí que estaba salvado. Pero cuándo alcé la mirada ví al uniformado. Me apuntaba con la pistola. Mis manos resbalaron de la alambrada y sentí un impacto en todo un costado de mi cuerpo— aunque al menos ya estaba del otro lado de la alambrada—. Los sonidos se ahogaron y mi visión se distorsionó. Todo parecía emborronado. Cerré los ojos con fuerza. Podía escapar, todavía... Podía sobrevivir. ¿Podía?

Tenía que levantarme. Pero sentía un dolor explosivo en un lado de mis costillas. Me obligué a sostenerme sobre mis piernas. El mundo apenas comenzaba a volver a su lugar. Ni siquiera noté en qué momento fue que el Detector también cruzó la reja. Y durante un pequeño instante, volví a pensar que podía sobrevivir.

Luego sentí el cañón de la pistola contra mi cabeza. Me temblaron los labios del terror. Podía percibir como las lágrimas se acumulaban en mis ojos cerrados. No quería morir.

No era mi culpa haber nacido así, yo ni siquiera lo quería. Podían quedárselo. Yo solamente quería vivir.

Escuché el clic de una pistola. Apreté los ojos con más fuerza y me resigné a qué moriría, después solo escuché un golpe seco.

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