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La mesa alargada de caoba estaba llena en los asientos, con los asesinos y guardaespaldas de Lothar, y ella a su derecha.

Le parecía extraño que Lothar quisiera cenar con todos ellos, generalmente solía comer solo. O incluso ellos que estaban fuera de la mansión en ocasiones, comían en la calle o en alguna taberna.

Lothar comía su cena mientras levantaba la mirada, supervisando. Había nada más y nada menos que veinte personas llenando su mesa en la cena.

Peter se encontraba en alguno de esos asientos, al igual que sus otros tres guardaespaldas favoritos. Ella bajó la vista a su sopa. Luego miró la de Lothar.

La de ella tenía un color verde, pero había extrañas rayas ligeramente más blancas. La de Lothar era toda de un mismo color. ¿Era una prueba? ¿Acaso habían puesto veneno en su comida para probarla?

Ella removió la sopa con la cuchara, y tomó una cucharada. La llevó primero a su nariz, y la olió. No olía a nada fuera de lo común, tan solo a brócoli, de lo que estaba hecha. Tomó un pequeño sorbo de la cuchara llena que colocaba frente a si misma. Esperó pacientemente a que algún efecto despertara en ella, pero nada sucedió. Entonces siguió comiendo.

Su mirada giró hacía Lothar.

Su plato estaba casi lleno y apenas removido. Se notaba frío.

Lothar paseaba su mirada fríamente por cada uno de sus aprendices y guardias en la mesa con él. Justo cuándo llegó el postre— un helado de chocolate oscuro con menta— él habló, dirigiéndose a tres aprendices que ella no había visto jamas en su vida en la mansión, en algún entrenamiento, o en la Fortaleza.

    — Louis, Ploran y Jonio, ustedes ya pagaron su deuda, y está cena ha sido la última que van a tener en esta casa. Mañana mismo los quiero fuera.

Ella observó a los tres muchachos. Los tres miraban atónitos a su maestro. Después de todo, él los había echado, a la mitad de una cena, por haber pagado su deuda. Eran libres.

Libres.

Ella pensó en la palabra como algo ajeno a ella, quizá, porque lo era. No era libre, pero fingía serlo en cada salida con Nael. Suspiró. A la mierda la competencia, ella saldría de allí.

Los muchachos solo asintieron, y salieron de allí tan rápido y silenciosos que ella apenas notó que habían salido. Sin embargo la cena con Lothar, y los demás habitantes de la mansión, continuó como si nada hubiera pasado.

Dió una gran cucharada a su helado de chocolate y menta cuándo sus ojos pálidos chocaron con unos ojos esmeraldas que la miraban, desde casi el otro lado de la alargada mesa. Ella alzó las cejas. Pero él no hizo nada. Solo apartó la mirada. Notó su boca seca, y un extraño sentimiento palpitando en sus sienes debido al extraño comportamiento del chico de cabello oscuro, ¿Que le sucedía? ¿Ella había hecho algo para molestarlo? Ella negó. Ni siquiera habían hablado mucho los últimos días... Quizá fuera eso. Más bien, ella deseaba que fuera eso.

La cena concluyó y Lothar los despidió a todos del comedor menos a ella, a quien le concedió una pequeña audiencia en su despacho.

Ella entró y él tras ella. Aunque ella se detuvo al notar que la alfombra no estaba más allí, y Lothar siguió hasta llegar a su escritorio. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza al saber que su sangre había manchado esa hermosa alfombra.

    — Esto es sobre las pruebas, Samantha.

    — ¿Las pruebas?— lo miró.— ¿Que sucede con las pruebas?

    — Se nos ha dado la indicación, de que la prueba llegará pronto. Cómo es costumbre, no hay indicio de lo que pueda ser, pues según el general, ustedes deben estar ya preparados para todo.

Ella asintió tranquilamente, aunque quería romperle el cuello a alguien debido a la noticia que Lothar le brindaba.

    — Bien, creo que puedo superar la prueba.— mintió.

    — Sabes lo que sucederá si no lo haces.— advirtió Lothar con un brillo cruel surcando sus ojos marrones, al notar que quizá eran mentira las palabras de la muchacha.

    — Por supuesto.

    — Es todo, puedes retirarte.

Ella asintió y salió rápidamente.

Sentía que su ropa de batalla solo la hacía más asesina, y la asfixiaba enormemente, como si la oscuridad de los pantalones de cuero absorbiera la luz y además también el aire a su alrededor.

Malditos fueran por obligarla a competir por la libertad que ella jamás debería haber perdido. Malditos fueran todos los sobrenaturales, incluyéndola, pensó.

(...)

Nael estaba en su cuarto que Lonnan le había dado. Se aburría mucho allí, pensando en Samantha. La última vez que la había visto, había sido hace algunos días. Y justo al volver, después de haberle hecho esa promesa, Lonnan había arruinado todos sus planes. Recordaba bien sus palabras.

    — No te irás, hasta que me pagues el dinero que gasté en tu entrenamiento. Hasta ese momento seguirás siendo de mi propiedad.— si era honesto, pensó, él no lo había dicho duramente. Hasta le había hablado suavemente para suavizar el impacto de sus palabras en él. Pero no podía evitar sentirse como se sentía. Ni siquiera sabía cómo se sentía. Era un sentimiento extraño, que jamás había tenido.

Eso significaba, que Samantha y él no podrían vivir juntos después de la competencia, sino mucho después, cuándo él pudiera pagarle a Lonnan todo.

Se giró. Habría que hacer trabajos. Sintió una penetrante mirada en su espalda que venía de su ventana y le dieron escalofríos. Miró a la ventana, volteandose. No había nadie allí.

Que extraño, últimamente él sentía que lo miraban. Cómo si lo siguieran pero al final, nunca era nadie. Cerró las cortinas, no estaba de humor para sus paranoias. Prendió una vela y se aseguró de que se consumiera rápidamente al ser la más pequeña. Una vez que estuvo casi hecha cera derretida, él la apagó, y cerró los ojos. El cansancio cayó sobre él como la lluvia desde las nubes y él cayó dormido profundamente.

No sabía cómo debería decirle a Samantha las palabras que su maestro le había dicho, pero debía encontrar una manera. Le tendría que decir a Samantha.

Nael quiso protestar en sus sueños. Decirle podría ser un gran desafío, no era una mujer fácil. Pero tendría que hacerlo. Tendría que hacerlo si no era un chico cualquiera y si de verdad la quería. Y él estaba más que seguro, de lo mucho que la quería. Incluso se atrevió a imaginar un futuro con ella, pero su sueño lo cortó y decidió que se estaba adelantando demasiado. Primero debía funcionar todo entre ellos.

Además la prueba se les venía encima.

Se preguntó de qué sería, o si moriría allí.

Hubiera muerto en la prueba anterior, de no ser por ella. Siempre llegaba en el momento oportuno, más como asesina que como amante, a salvarlo, y él no tenía forma de agradecerle. Estaba seguro de que Lothar si la había dejado inconciente aquella vez, solo por salvarlo. Y todo lo que él había tenido para ofrecerle había sido un gracias una sola palabra pero llena de gratitud.

MillageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora