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Samantha observó la puerta por dónde Peter había salido. Sintió una extraña sensación de vacío instalándose en la boca de su estómago. Su presencia le agradaba más que la de Lothar.

— ¿Cómo lo has hecho?

Ella intentó sonreír. Tenía que agradarle. Tenía que demostrar que había hecho una buena elección con ella y que podía ganar.

— No he vuelto a fallar.— no era precisamente una mentira. Había fallado al blanco exacto, pero no había salido del rango que Lothar le había puesto.

— ¿No me mientes?— una ceja rubia se alzó con diversión para evadir el temor que se pudiera haber reflejado en el gesto.

— No lo haría jamás.— el puñetazo en el estómago que le había dado la había dejado sin ganas de mentirle. Si sus padres le hubieran hecho algo parecido, la habrían dejado sin intención alguna de mentir de nuevo.

Lothar sonrió un poco ante la posibilidad.

— Bien, veré un momento como lo haces, y si no fallas ni una vez, serás libre.— sabía que él no hablaba de la libertad que ella buscaba, pero la palabra le hizo ilusión.— Para poder comer, y descansar un poco. Por ahora...— tocó en la puerta, el guardia se asomó.— Traigan una jarra de agua.— Cerró luego de dar la orden.— Continúa.—le dijo a ella.

Varios minutos después estaba un sirviente con una jarra de agua, llena y una copa de plata.

Samantha le envió a Lothar Falk una mirada, y después de un asentimiento de cabeza ella se acercó. Tomó la copa y bebió un poco. El agua fría recorrió su garganta y ella sonrió ante la sensación. Tomó cuatro copas más de agua y se sentó.

Lothar miró al sirviente, cómo preguntándose por qué seguía ahí.

— Largo.— el muchacho salió en silencio y con la cabeza gacha.

Después Lothar se giró a ella.

— ¿Estás muy cansada?— sentía que iba a morir.

Pero si afirmaba que lo estaba, probablemente lo único que recibiría sería otro golpe en el estómago, o quizá más. Pero si decía que no en absoluto, tal vez él la hiciera seguir lanzando cuchillos muchas más horas por mentir o algo parecido.

— Solo un poco.— mejor un punto medio que no responder. Porque su silencio, habría podido ser interpretado.

— Puedes descansar. Te llevaré a tu habitación. Ya está amaneciendo. Y por la tarde te daré tu sanción por la tardanza.— ni siquiera le había preguntado si había entendido, o si estaba claro. Simplemente estaba diciéndole qué sucedería, lo quisiera o no. Estuviera de acuerdo o no.

Aquello ni siquiera la sorprendió, desde que había llegado había sido todo diferente, y ella ya no tenía voz con la que interferir ni en su propia vida.

Samantha se levantó y caminó detrás de Lothar hasta su habitación, pasando por su despacho, dónde Peter esperaba en la puerta.

Ella solo le sonrió en un gesto descompuesto por el cansancio, y siguió andando hasta su habitación, dónde, apenas llegó al principio de la cama, se desplomó sobre ella, y cayó dormida, por no decir inconsciente.

(...)

Cuando Samantha se levantó, se colocó un traje igual al de el día anterior. Y las mismas botas. Miró por la ventana. Ya debían ser las tres de la tarde.

Buscó papel por todas partes hasta que halló una hoja y una pluma. Comenzó a escribir, pero la pluma no dejaba marca alguna.

Samantha hizo un ruido de irritación y buscó tinta también— malditas fueran esas plumas— ¿Cómo es que antes no se exasperaban teniendo que hacerlo? Cuándo la encontró mojó la punta de la pluma con el líquido dentro del frasco de cristal destapado. La hoja se arruinó en cuanto intentó escribir en ella por la cantidad de tinta que había utilizado. Suspiró profundamente intentando calmarse, tomó otra hoja y volvió a intentarlo.

MillageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora