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Peter no había visto a Samantha en todo el día. Le preocupó al instante. En especial tratándose de Lothar.

Pasó por su dormitorio, y miró. La puerta no estaba del todo cerrada. Las bisagras crujieron y el muchacho de adentro se sobresaltó. Peter abrió la puerta completamente, encontrándose con un chico de cabello negro. Un sirviente a juzgar por la pinta: un pantalón pulcro y una camisa blanca con un saco semi caído del mismo color que el pantalón.

— ¿Qué haces aquí?

— Me enviaron a acomodar la habitación de la señorita Samantha.— le respondió el sirviente.

— ¿Quién? ¿Lothar?— hasta la pregunta era estúpida, si no había sido Lothar, ¿Quién más iba a ser? Cómo si alguien en ese lugar acatara órdenes que no vinieran de Falk.

— Sí. El señor Falk me dijo que la señorita Smith no vendrá está noche.

— ¿Ah, sí? No es posible.— murmuró Peter, y resopló para sí mismo.— ¿Por qué? Quiero que lo investigues.

— Temo que no puedo.— si bien decir que sólo obedecía órdenes de Lothar no era mentira, solía ofender a los guardias del mismísimo Falk, así que decir otra justificación siempre era la mejor opción para no obedecerlos.— No sé ordenó alimento para ella hoy.

— ¿Sin alimento? ¿Qué quiere Lothar? ¿Matarla de hambre?— Y Peter sabía que se comenzaba a morir de inanición luego de una semana.

— Solo ha sido por hoy.— Típico de los guardias, eran todos iguales, se creían superiores que los sirvientes solo porque Lothar los entrenaba, pero tenían el mismo fin: obedecer a Falk. De uno u otro modo, todos eran sus sirvientes.

Nadie moría por un día de no comer. Además, la sed mata antes que el hambre.

— Que gran excusa.— dijo Peter molesto.— Tendré que hacerlo yo mismo.— Al chico no le molestó; no era él quien saldría mal parado de la situación, sino el guardia.

(...)

Tocó la puerta y entró sin esperar el permiso de su maestro. Abrió la puerta y la cerró detrás de él. Falk alzó la mirada hasta él y le hizo una seña con la mano, indicándole que pasara, y después devolvió su vista a los papeles de su mesa.

Peter se encaminó, pero no se sentó en ninguna silla enfrente del escritorio de Lothar.

— Lothar— Su maestro lo miró. Apartó los papeles y se recargó sobre sus manos, y los codos sobre la mesa.—, no he visto a Samantha, me gustaría saber dónde está.— Que cosa más estúpida, después de todo, ¿Cuándo, y en qué otro lugar se vería a un sirviente pedirle, o más bien exigirle respuestas a su amo?

— No es de tu incumbencia. Es mi aprendiz. No te entrometas si no te corresponde.— y luego agregó:— Creí que tu despido te haría aprender eso.

— Claro que me corresponde. El general Rivers la dejó a mi cargo desde que estuvimos en el castillo.

Cuándo estaban en el castillo estaba bajo tu cuidado.—lo corrigió. Todo pasó en cuestión de segundos; se levantó y dio un fuerte golpe sobre el escritorio.— ¡Ahora yo soy su maestro!— rugió. De más estaba recordarle que ella era de su propiedad. Si había algo que le molestaba a Lothar, era que quienes le servían no supieran su lugar.

Bastante había soportado ya de Peter, teniendo en cuenta su posición.

Pasaron varios minutos de tensión durante los que Peter no se atrevió a hacer ningun ruido. Por solo un segundo lo había olvidado. Había olvidado como era estar al cuidado de Lothar... Si se le podía considerar cuidado.

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