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El día de su prueba.

Estaban todos en un patio, del castillo de Millage. Cuando el último Candidato llegó, fueron escoltados hasta un laberinto. Lo suficientemente alto para que nadie pudiera ver por encima. Unos siete metros de altura quizá.

— Los Candidatos, serán puestos en entradas del otro lado del laberinto. Dentro de él, hay bestias y trampas. Deben llegar aquí, frente a nosotros. Contaremos cada lugar. Al menos uno de ustedes será eliminado hoy: quién peor lo haga. Espero que lleguen aquí en una sola pieza y sin un rasguño de preferencia. — El general Rivers asintió hacía los guardias.

Dos guardias escoltaron a cada Candidato hasta el lado contrario del laberinto.

Samantha fue puesta en una de las entradas centrales. Observó a cada lado. Nael le guiñó un ojo desde su entrada a su lado izquierdo. La muchacha le sonrió a modo de respuesta, y asintió.

— ¡Ahora! — el grito del guardia solo fue su pase de salida. Se precipitó hacia el interior del laberinto de piedra corriendo lo más raído que sus piernas se lo podían permitir.

La muchacha corría, observando posibles caminos hacia el otro lado. Pero algo extraño la alertó. Casi podía jurar que había visto movimiento arriba del laberinto. No había mirado al cielo. Nadie lo haría, sabiendo que sería una posible distracción y oportunidad de caer en una trampa. Ella observó las paredes. Tan parecidas a las de La Muralla que la atrapaba en aquella ciudad. Un Candidato la alcanzó. Le dirigió una desdeñosa mirada al notarla quieta y avanzó rápidamente hacia la trampa oculta, que ella apenas había notado gracias al Candidato. Creyendo que podría superarla.

Aquel silbido era muy conocido para ella. Una flecha rompiendo el aire. La flecha entró en su hombro, y el muchacho cayó al suelo. Pronto moriría, o terminaría muy malherido. La muchacha esquivó perfectamente la trampa. Observó a aquel guardia escondido en uno de los pisos del castillo, entre las sombras, con el arco. Se pasó la trampa por su punto ciego. Así que había divisado a un arquero.

Su camino continuó tranquilo, esquivando trampas simples como desatar un cuchillo por una soga en el pie. O pisar algún lugar hueco para caer dentro. Trampas de novatos, en su definición.

Al menos hasta que se topó con un animal que ella no había visto jamás, ¿Que era eso? Parecía un oso pequeño, aunque con piel grisácea y negra. Probablemente de su tamaño. Con largos colmillos. Cómo un dientes de sable. Ojos de leopardo, verdes y pálidos como los suyos propios.

El animal se abalanzó contra ella y ambos rodaron hasta una pared del laberinto. Chocaron y ella observó las garras del animal.

Sin un rasguño. Había sido ese el "deseo" del general. Pero quizá fuera más una advertencia, ¿Que contenían aquellas afiladas garras? ¿Veneno? O tal vez fuera su mente, paranoica desde que descubrió su naturaleza, que quería encontrar una advertencia donde posiblemente no la había.

Sacó su daga como pudo y golpeó al animal con el mango. Una patada en su estómago y la bestia retrocedió. Caminó en círculos alrededor de ella, evaluándola como un depredador a su presa, aunque de hecho así era. Él era un depredador, ella era su presa. Una vez que las patas del animal se pusieron en marcha en su dirección, ella igual corrió en la suya, un plan armándose en su cabeza mientras corría, el animal saltó sobre ella y ella barrió el suelo por debajo, rasgando a la criatura con su daga desde el pecho hasta el estómago. Destripándolo. El animal cayó al suelo y se desvaneció.

Su corazón en su pecho latía desbocado. El silbido de la flecha la devolvió a la realidad y ella giró sobre el suelo hasta posicionarse pegada a la pared del laberinto. La flecha se clavó justo en el césped donde ella había estado de pie segundos antes. Una vez que logró recuperarse del susto, volvió a ponerse en marcha.

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