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Samantha esperaba afuera de las mazmorras a qué Lothar terminara de torturar a quien fuera que se encontrará en esa plancha. Siendo honesta, ella sabía que torturar era algo que solía hacer personalmente cuando era necesario o cuando de verdad lo quería. Y otras veces solo enviaba a sus víctimas con alguien más a ser torturados en una plancha igual pero en otro lugar.

Podía escuchar los gritos del hombre al que torturaba desde afuera.

Y aunque estuviera afuera, sus pensamientos divagaban en la competencia y el anuncio de que había llegado a su fin. No lo habían anunciado a los competidores, pero parecía ser que a los maestros sí, ¿Por qué Lothar no le había dicho nada entonces sobre eso? ¿Cuándo se les sería anunciado que la competencia estaba por fin completa y ellos eran prácticamente libres?

Sus pensamientos se ahogaron rápidamente cuando descubrió el rechinido de la puerta al abrirse resonando en sus oídos de un modo tan agudo que parecía romperle los tímpanos. Sus ojos verdes subieron hasta encontrarse con los marrones de su maestro.

Desde hacía ya tiempo que se cuestionaba: ¿Por qué mantenía la faceta de maestro, cuándo ella estaba cada vez más segura de que era más un asesino que uno de los "honorables" maestros?

    — Podemos irnos, Samantha.

    — Claro.— marchó detrás de él, como si alguien dentro de su misma fortaleza pudiera hacerle daño, o al menos intentara hacerlo.

Subieron las escaleras hasta llegar al piso al que se dirigían y entraron en la oficina de madera. Ciertamente era espaciosa, pero al estar tan repleta de cosas se veía más pequeña. La luz de la luna formaba un charco brillante y blanquecino en el suelo y daba en el perfil de Lothar, que ella observaba con atención.

Firmaba papeles en su escritorio. Y la mantenía allí nada más, solo para evitar que ella estuviera fuera de su vista, o para evitar que saliera o anduviera por allí.

Eso había hecho los últimos días. Y dentro de dos días se cumpliría una semana de que había visto a Nael, así que llevaba casi una semana manteniéndola ahí mismo.

Samantha se mantuvo quieta, junto a la puerta, en silencio. Observando a Lothar hacer su trabajo. Lothar leía una papel, anotaba algo, lo volvía a leer y lo pasaba. Y hacía lo mismo con el siguiente. Y con el que le seguía a ese y a los demás. Su pie comenzó a moverse de arriba a abajo, dando pequeños y suaves golpes en el suelo. Cómo últimamente casi siempre llevaba su ropa de batalla, sus pantalones de cuero brillaban oscuros a la luz plateada de la luna. Sus dedos dieron golpes suaves y rítmicos en el pomo de su espada. Estaba inquieta. Movió sus hombros para relajarlos, la tensión se quitó de sus hombros y los dejó caer. Su mirada se movió un segundo a la ventana y la devolvió a Lothar, quién aún firmaba papeles sin prestarle atención. Tronó los dedos de su mano libre con la misma. Las pequeñas pisotadas en el suelo por sus pies se hicieron más fuertes y ruidosas.  Sus dedos chocaron más bruscamente contra el pomo de su espada. Los dedos de si mano se sacudían y volvían a tronarse, de nuevo se sacudían y los tronaba.

Entonces notó la mirada penetrante de su maestro sobre ella.

Sus ojos verdes de alzaron un poco.

    — ¿Que pasa?

    — ¿Hay noticias sobre la competencia?— quizá esta vez le respondería.

    — Temo que no.— le respondió tan frío como era costumbre.— no sé nada aún.

    — ¡Pero ha pasado mucho tiempo, Lothar!— refunfuñó.

    — ¿Crees que no me afecta?— le gruñó.— Es suficiente. Quédate ahí, quieta. No te muevas, y no hagas ruido. Si lo haces juro que te arrepentirás. No estoy de humor para aguantar niñerías.

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