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Samantha había revisado todo el perímetro. Llevaba varios días averiguando como matarlos a todos estando en una maldita posada llena de más gente, pero al final, decidió que haría lo que pudiera.

Se balanceó por el techo de la casa contigua y saltó directo a la ventana más cercana. Revisó cada ventana cuidadosamente, buscando a los compañeros de Leger según la descripción que él mismo le había dado.

Pasó por una ventana y no pudo evitar fijarse en Leger que dormía allí plácidamente. Sus ojos azules estaban cerrados, su cabello estaba revuelto, su rostro estaba girado hacia ella y de sus labios entreabiertos escapaba un hilo de baba.

Samantha reprimió una carcajada, ¡Estaba en servicio! Y aún así tenía ganas de partirse de la risa.

Deseó tener su teléfono para tomarle una foto al Detector. Por todos los dioses que hubiera sido su foto favorita de la vida.

Decidió continúar y buscar. Si esa era la habitación de Leger, seguramente la de sus compañeros estaba muy cerca.

Efectivamente, en la ventana contigua, estaba. Sus compañeros. Encajaban con la descripción y compartían cuarto como el había afirmado.

Samantha se deslizó por adentro de la ventana, descubriendo que no había necesidad de forzarla.

Entró y rodó sobre el suelo, sin hacer ningún ruido.

Ahí solo había dos hombres. Supuso que Kilo y Gavor, pues encajaban más con la descripción.

No esperó y les rebanó a ambos la garganta. Se echó hacia atrás, no quería dejar huellas ni pistas.

Salió por la entrada y fue a la habitación de al lado. Dónde había tres hombres, uno en cada cama— porque había dos— y el último en el piso.

Ella tuvo que admitir su descuido cuándo notó la sangre escurriendo de su daga hasta el piso de madera vieja y se maldijo. Dió un paso y el suelo rechinó bajo su bota.

El del suelo abrió los ojos por instinto y se abalanzó contra ella.

Ella estuvo feliz de que la puerta estuviera cerrada, o habría caído por las escaleras sin piedad.

Su espalda chocó y ella lo empujó con una fuerte patada.

El traje que Lothar le había mandado a hacer especialmente para las misiones le gustaba. Era de cuero, flexible.

Samantha sacudió su mano y salió una filosa daga.

Lo atacó.

Deseó que sus reflejos no fueran tan buenos. Él se echó atrás, la daga apenas lo rozó, sin embargo ella pudo sentir la carne desgarrándose debajo de su daga. Un poco más y la daga hubiera entrado en su corazón de lleno.

Cada golpe que el Detector brindaba hacia ella era lleno de furia. Ella se echó hacia atrás y esquivó un golpe a su quijada. Cortó la pierna en el muslo del Detector y en el acto se descuidó. El golpe la alcanzó en las costillas con fuerza. Gruñó cuando su espalda y su costilla resintieron el dolor.

Se preguntó si su pelea era bastante silenciosa. O si sus compañeros tenían el sueño muy pesado.

Le propinó una patada fuerte en el ojo, ni siquiera notó que la navaja ya había salido en la parte de atrás de su bota cuando notó la sangre en el suelo. Pero eso no la detuvo. Se acercó y tomó su daga.

No notó cuando ambos de los hombres desaparecieron de las camas.

Una mano atrapó su boca y un brazo su cuerpo. Sacó las navajas de sus botas hacia atrás. Sintió al propietario de su prisión dolerse ante la navaja entrando en su carne. Le dio un rápido golpe en el brazo, supuso que lo rompería, sacó la daga, y se propuso a cortar su garganta. Sin embargo, solo alcanzó la clavícula cuándo alguien la jaló y la empujó, enviándola de cara a una de las paredes.

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