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Tres días. Era todo lo que le quedaba para terminar su formación básica de su magia. Ese don maldito en su sangre.

Eamon seguía con sus rutinas de obscena duración y dureza. Cosa que al parecer, había funcionado. Ella sentía más fácil el flujo de su habilidad. El brazalete apretar menos su brazo con la intención de estabilizar su impredecible poder. Y era verdad que aún no lo dominaba como una experta, pero tenía más control sobre él.

Aquel día, Eamon, le había dicho que clase de corriente soplar en el viento. La brisa llegaba lentamente desde dónde salía el sol. Era refrescante. Y a pesar de lo refrescante, el sudor perlaba su frente por el esfuerzo que ella aún hacía.

— Es aceptable. Ahora haz un escudo.— le dijo luego de aprobar su brisa.

Claro, porque ningún maestro podía darle un respiro, todos tenían que pedir cosas que ella no sabía hacer.

— El aire no funciona para los escudos, señor. — y es que en su cabeza tenía bastante lógica.

— Así como se supone que tampoco el fuego para las dagas... Sin embargo— una hoja de fuego rasgó la tela de su camisa del brazo derecho cuándo ella se apartó. Y de algún modo su camisa no se incendió. — se puede hacer todo con la magia que llevas dentro. El único límite es tu imaginación y capacidad. Un escudo. — le recordó.

Samantha se cuestionó en cómo podría hacerlo.

— Solo quiero advertirte, que haré que disparen flechas hacia ti. Así que házlo bien. — le dijo Eamon comenzando a caminar a las torres de la Fortaleza.

(...)

La visión se le distorsionaba a través de la capa fina que creaba con el viento para protegerse.

La flecha silbó en su espalda al dirigirse directo a ella. Levantó una capa de viento detrás de ella. La flecha rebotó y cayó. Una tras otra. Las flechas caían espaciadas desde todas las direcciones.

Sus pupilas se dilataron y luchó para no dejar que el chillido de desesperación saliera de lo más profundo de su garganta, dónde lo escondía. Una flecha que no lograr bloquear podría matarla.

Ella sentía en su habilidad como el aire se perforaba y dónde la magia se hacía más débil por el mayor daño. Intentó cubrir los agujeros hechos como pudo, arreglándoselas para no ser perforada ella misma en un desliz por una de las flechas que lanzaban.

(...)

Peter estaba harto. Harto de las misiones que Lothar le encomendaba. Harto de ensuciarse las manos por él y por el dinero que conseguía a cambio.

Recordó aquel día, dónde Lothar le había encomendado saldar la supuesta deuda que uno de sus clientes mantenía con él.

Malko Foler.

Había sido tan fácil de matar. Pero a Lothar no le había gustado la dinámica de Peter. Matarlo en su dormitorio, mientras precisamente él dormía. Intentar ahorrarle algo de dolor a la hora de morir.

No. No. Si Lothar quería dolor, debían morir con dolor. Adoraba ver peleas a muerte, la violencia brillaba en sus ojos con deseo y diversión. Desde que lo conocía había sido así.

Y cuándo se había enterado de la muerte que Peter le había brindado no había dudado en darle una lección. Su cuerpo dolía al moverse.

Se le había informado, que Malko Foler había sido asesinado en su cama mientras dormía. Le había echado a Peter una mirada mordaz.

— Malko Foler fue encontrado muerto hoy, señor. Parece que tenía la garganta rebanada. — el sirviente se había sacudido al anunciarlo hace unos días. — No había signos de pelea. Tampoco se encontraron huellas, mi señor. Parece que lo mataron y salieron para no dejar huellas en la sangre.

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