Habían llegado a Millage hace unas semanas. Recordaba bien lo que había sucedido al llegar.
Habían entrado en un túnel de piedra, y habían salido de él, en un agujero en una colina en la entrada de la ciudad.
Los habían llevado hasta una clase de fortaleza, dónde las puertas de piedra se habían abierto, imponentes, para dejarlos pasar. Dentro había un castillo de piedra, más hermoso de lo que había imaginado en su vida. Los habían llevado hasta una oficina en el último piso de una de las torres, dónde un hombre llamado Ashton los había recibido. Y Leger recordaba perfectamente bien lo que había sucedido ahí.
El hombre estába sentado detrás de su escritorio con la mirada perdida en el fuego de la chimenea, y los dedos entrelazados, sus codos recargados en sus muslos y él inclinado sobre si mismo con la barbilla recargada sobre sus entrelazados dedos.
— Señor.— lo había llamado un guardia.
Entonces él había movido una mano, desdeñoso, en su dirección.
— ¿Quienes son?
— Naoki.— habló el primero.
Leger le echó una mirada, molesto.
— Somos, Naoki— señaló.— Ahmed, Kilo, Gavor, Dimitri, y yo soy Leger.— presentó a su grupo.
El hombre se había levantado del asiento bruscamente, airado.
— Mi nombre es Ashton Rivers. Spy el general Ashton Rivers.— se presentó con hastío.
Leger lo observó, paseándose de aquí a allá con un extraño sentimiento llenando el aire de la oficina.
— Tú— señaló a uno de los guardias que los compañaban.— Ven.— gruñó.
El guardia lo siguió, y ambos se envolvieron en una tensa charla en una de las esquinas de la oficina. Asegurándose de qué nadie pudiera escucharlos.
Después de varios minutos, en los que Leger y su grupo se dedicaron a mirarse entre sí de manera interrogante, el general y el guardia volvieron.
— Como la competencia literalmente acaba de terminar, ustedes no podrán participar. Serán enviados a la libertad, aunque serán vigilados aún, por los guardias de palacio.
Leger asintió.
Sí era honesto, la manera de hablar del general le parecía sumamente extraña y en parte casi desagradable. ¿Enviarlos a la libertad? La libertad ni siquiera era un lugar, además, ¿Se supone que no era libre? ¿Cuando era que su libertad se había esfumado? Y sobre aquella competencia que él había mencionado, Leger no tenía ni idea. Prácticamente era ajeno a todo lo que sucedía en esa sala. Y no le gustaba en absoluto serlo.
¿Palacio? ¿Guardias? ¿Y desde cuándo lo vigilaban? ¡Siempre era él quien solía vigilar a la gente!
— ¿Puede decirme de que habla?— cuestionó entre dientes.
— La Competencia Anual de Libertad. Literalmente terminó hace unos días y solo estoy definiendo quien se queda y quién se va.— le gruñó el general.— Además ni siquiera hay tiempo de hacer otra Elección. Así que serán enviados a la libertad y si yo lo decido así, podrán vivir sus vidas como más sobrenaturales. Sino, serán ejecutados inmediatamente.
Aquellas palabras hicieron eco en sus oídos como si estuviera en una profunda y oscura cueva.
Serán ejecutados inmediatamente.
Tan solo la idea de que se separara la cabeza del cuello le dolía.
Sintió la comida subir por su garganta pero tragó duro para evitar que el vómito saliera de su garganta.
— Pueden irse. Consigan trabajo o algo, no se les otorgará nada.
Y sin más que decir, los guardias los sacaron a la fuerza de la oficina. Los arrastraron hasta la entrada de piedra y los echaron a la calle.
Cerraron las puertas en sus narices. Y esta vez no se abrieron ante él.
Trabajo, ¡Él ya tenía un trabajo! ¡Y justo iba a perderlo por tratar de ayudarlos! ¿Y como le pagaban por eso? Lo echaban a la calle por la fuerza, sobre el barro como un simple vagabundo. Estaba cabreado y se podría notar a millas su estado. Sin embargo se relajó.
— Busquemos una posada.
Naoki, Ahmed, Kilo, Gavor y Dimitri, seguían a su jefe como sombras. Él giraba de vez en cuándo a verificar que ninguno fuera tan idiota de perderse, y para su mala suerte, todos llegaron intactos a la única posada que los recibió en sus estados.
¡Ah! Porque estaban cubiertos de barro, sin bañarse y con ropas viejas y sucias. Su ropa se sujetaba a él como una segunda piel y eso no le gustaba.
En realidad no era una posada. Era una casa de dos pisos con mesas y sillas. Tenía el aspecto de un restaurante.
— ¿Puedo ayudarlos?— había preguntado una mujer.
Leger había asentido, cansado de caminar por una ciudad extraña y ajena a él.
— Necesitamos posada y trabajo, ¿Será que nos pueda dar donde dormir, y si no es mucho pedir, trabajo?
La anciana había levantado las cejas grisáceas con sorpresa, luego una amable sonrisa se había extendido por sus agrietados labios.
— Por supuesto. Siganme, vamos, vamos.— movió la mano en su dirección para motivarlos a seguir.
Los llevó al segundo piso, y abrió una puerta en la pared que los introdujo a la casa de al lado. Leger quedó perplejo ante el acto.
— En está casa, en la planta baja, son las cocinas, y aquí arriba hay habitaciones que no usamos, y alguna que otra la usamos como almacén, pero hay algunas libres. Ustedes pueden usarlas.— Leger jamás había estado tan agradecido en su vida con alguna anciana desconocida, y encima una sobrenatural.
— Muchísimas gracias, señora.
— ¡Oh! No hay de qué, querido, no hay de qué. Y respecto al trabajo...— recordó la señora.— Tenemos un restaurante en la casa en qué los recibí. Si gustan, algunos pueden ayudar en las cocinas, otros asignando mesas y otros de meseros. Les daré— lo pensó un segundo.— una pequeña paga más su estadía aquí sin cobro por trabajar, ¿Que les parece?
Leger asintió, ignorando totalmente las acusatorias miradas que su grupo de acompañantes le dirigía.
— ¡Perfecto! Pueden entrar y acomodarse. Pero creo que algunos tendrán que compartir.
— Por supuesto, y de nuevo, muchas gracias.— volvió a agradecer Leger a la anciana mujer que ahora abandonaba la casa nuevamente con una sonrisa amable y una despedida de mano.
Cerró la puerta y Leger giró a su grupo.
— Hay tres habitaciones, ya las conté. Yo no compartiré.— Avisó.— Ustedes dividanse y compartan. Me voy a la cama. Y luego de eso entró en una habitación, dónde había un catre polvoriento, agua vieja en la mesa de noche, la pequeña mesa algo destartalada, y los pisos sucios y polvorientos. Supuso que también les tocaría ocuparse de su propia limpieza.
Agotado, se echó sobre el catre y cerró los ojos, ignorando el polvo en su nariz. Todo esto lo estaba matando.
Repitió su pequeño, y vagamente preciso plan mientras estuviera en Millage para evitar que los sobrenaturales fueran exterminados.
Descubrirlos, luego declararse inocente y convencerlos, fingir su deceso, evitar la masacre y vivir como un natural en una ciudad de sobrenaturales, empezando de cero otra vez.
Suspiró.
No había nada que quisiera más por el momento.
La oscuridad se cernió sobre él como el cansancio, sus párpados se cerraron y perdió la conciencia, dejándose arrastrar al mundo de los sueños.
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Millage
FantasyDespués de ser detectada, Samantha solo puede huir, pero cómo podría escapar de una ciudad amurallada y vigilada día y noche? Encontrando un mundo nuevo debajo del suyo, en el que tendrá que pelear para ganarse un lugar entre la gente, las creencias...