May bajó del auto sin despedirse y subió a su habitación. Dejó sus cosas y fue al cuarto de su hermana. Aspiró el dulce aroma que su hermana siempre tuvo. Lavanda.
Su cama estaba hecha. Su ropa ordenada. Su maquillaje. Su teléfono. Sus zapatos. Todo menos el collar que compartían, seguía ahí. May sacó el suyo. La amatista en la cadena era igual a la de su hermana.
May miró sus zapatos. Y su ropa. A veces ella los usaba para sentirse más grande, para sentirse como ella. Pero ahora... Ahora ella no se atrevía a tocarlos.
(...)
Dos días después, May llegaba a su casa con su mochila en mano y una sonrisa. No había tocado la puerta. Y su sonrisa se había esfumado cuándo vio a sus padres llorando en dos sillas del comedor. Aún no la habían visto.
— ¿Cómo estará? — su madre sollozaba sentada en la mesa— ¿Y qué si la encontraron? — rompía en llanto después de cada oración.
— No pienses eso. Ella debe estar bien. — sus padres estaban tan absortos en su mar de lágrimas, que no habían reparado en ella.
— ¿Mamá? — habló por fin.
Sus padres se secaron las lágrimas y le sonrieron. Era la única que les quedaba.
— May. — su madre la envolvió con sus brazos.
— ¿Por qué lloraban?
— No, May. Solo, ve arriba. Duerme. Cenaremos pronto.
Ella asintió no muy convencida. Y, cómo siempre, había pensado en su hermana.
— ¿Y Sam? — su mamá había mirado hacia otro lado. Sus labios habían empezado a temblar. La soltó y se dio la vuelta.
Entonces su padre se había acercado.
— May, Sam se fue de campamento. No volverá dentro de un tiempo. Es una adolescente, quiere hacer su vida.— May sabía que era mentira. Sam no era así. Sam no la hubiera dejado.
— ¿Por qué no se despidió?
— No quería arrepentirse.
Mentira. Era todo falso. Ella siempre había sido dulce, amable y tierna. Siempre la había cuidado. Había llenado sus días de alegría. Ella no podía creer que ella hubiera hecho eso.
— No te creo, papá. — había dicho, con un dejo de preocupación, pero con la esperanza de que le estuvieran gastando una broma. Sus papás no hacían esas bromas.
Su papá tenía los ojos llorosos.
— Sube y duerme. Luego baja a cenar.
May lo había hecho solo para no parecer una necia. Pero apenas salir de su habitación había escuchado.
— No podemos decirle.— Aún lloraba.
— No, no podemos. Solo evita el tema.
Ese día May había entrado a su habitación. Buscándola. Todo estaba allí. Cómo si hubiera muerto. Era la habitación de una muerta. Todas las pertenencias sin ser removidas.
— ¿Sam? — un sollozo ahogado había medio salido de su garganta. — ¿Dónde estás? — May sintió su voz quebrarse dentro de su garganta.
La quería. La quería de regreso, la quería con ella.
Cómo si ella no supiera que algo sucedía. Su madre la había llevado abajo.
— No está en un campamento.— no había sonreído.— Se fue de intercambio. Tu papá se confundió.
Seguían mintiendo. Y lo peor era que ni siquiera tenían tantas excusas. Sus mentiras no eran lo suficientemente creíbles.
Y aun así ellos siguieron mintiendo cuándo ella preguntaba. Y evitando el tema.
(...)
Su hermana estaba pérdida. Y sus padres no querían contárselo. Pero May ya lo sabía. Y le dolía en el pecho cada vez que respiraba. Cada vez que llegaba a su casa porque todo le recordaba a ella. Porque la extrañaba y era lo que más quería en el mundo.
Todos los días hacía lo mismo. Entrar en el cuarto de Sam y perderse ahí. Recordar como eran las cosas.
La casa siempre estaba sumida en un silencio horrible. Nadie solía reír desde que su hermana se había esfumado. Y ella no sabía ni siquiera que sucedía con su vida. De pronto solo se encontraba perdida sin su hermana.
La extrañaba todos los días. Un sentimiento de vacío se acumulaba en su pecho por cada día que pasaba en el que su hermana no estaba con ella. Nadie se estaba molestado en buscarla tampoco y eso la molestaba en sobremanera.
Preguntar no le serviría de nada. Lo había hecho ya muchas veces, y todas, la respuesta era la misma: "Está de intercambio".
Bueno, si lo estaba, ¿Por qué no se había llevado nada? ¿Su teléfono, su ropa y su maquillaje? Eran cosas que ella llevaría a dónde fuera.
Claro que no estaba de intercambio. May no sabía dónde estaba. Pero no había sido planeado y eso lo tenía bien claro. Y ella solo quería que regresara porque la necesitaba.
Había pasado diez años de su vida con ella como para decir que era algo impropio de su hermana irse así.
Simplemente era algo que no haría. Ella amaba a su familia. No los dejaría sin una razón. Un intercambio no lo era. Ella se habría ido de intercambio el primer año de la preparatoria si así lo hubiera querido ¿Por qué lo haría cuándo la Universidad de sus sueños estaba ahí?
Algo no cuadraba. Y May estaba dispuesta a descubrirlo hasta que cayó en cuenta de que, aunque pudiera, ni siquiera tenía los recursos necesarios para averiguarlo.
No contaba con nada que no fuera su familia y su mente.
Pero su familia estaba descartada. Su abuela estaba igual de preocupada que ella, sus padres habían insistido, incluso con su abuela, en que estaba de intercambio. Y Samantha era a quien buscaría si pudiera.
Pero estaba sola— sin su hermana era así—. Y nadie la iba a ayudar. Ante la impotencia, lo único que podía hacer era extrañarla y seguir con su vida. Y, si Samantha, dónde fuera que estaba, los estaba extrañando y buscando la manera de volver con ellos, sabía que también seguiría con su vida de una u otra forma mientras lo intentaba.
Era lo que le había enseñado. Era lo que harían las dos.
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Millage
FantasyDespués de ser detectada, Samantha solo puede huir, pero cómo podría escapar de una ciudad amurallada y vigilada día y noche? Encontrando un mundo nuevo debajo del suyo, en el que tendrá que pelear para ganarse un lugar entre la gente, las creencias...