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Samantha ya estaba entrenando con el arco. Gracias a Eamon el brazalete ya no apretaba su muñeca.

Y Lothar ya no la entrenaba más. Contrataba maestros para hacerlo.

Esta vez la entrenaba Drack. Cualquier cosa con punta era su especialidad. Siempre había algo nuevo que aprender.

Diana. Diana. Tercer aro.
Diana no, pero cerca.

Una falla demasiado grave en la opinión de Drack, era igual a un doloroso golpe. Le enseñaba a medir y calcular distancias.

Samantha mejoraba constantemente con cada arduo entrenamiento. Cada uno con un nivel un poco más avanzado que el anterior. Así se había logrado el avance que Samantha había tenido desde que había llegado a Millage.

Peter suspiró. Ella cumpliría tres meses en Millage la semana siguiente. Cuando fuera la prueba. Y quedaban solo siete Candidatos sin contar a Nael.

En su generación, casi no habían quedado Candidatos sin elegir. Lothar había entrenado a probablemente siete u ocho sin contarlo a él. Y muchos habían salido vivos. De los hombres de Lothar, solo dos habían sido seleccionados para la seguridad del castillo. Además, había habido casi sesenta Candidatos para elegir. No habían tenido que matar hasta casi el final de La Competencia para probar que eran capaces.

Él había estado cerca de cumplir diecisiete años cuando La Competencia había terminado. Cuando el general lo había seleccionado para guardia. Jamás volvió a ver a Ron, ni a Hibble. Pero se enteró de que Hibble había muerto mientras pagaba su deuda con Lothar. Una misión había sido una trampa, y él había sido asesinado. Peter debía tener al menos dieciocho años cuando eso había sucedido. O bueno, cuando se había enterado.

Había vuelto de su guardia en el bosque cuando Lothar se lo había contado en La Elección de ese año. De Ron no había dicho una palabra. Él había guardado luto a su manera y prefería no hablar de eso. Y si bien pagaba su deuda con Lothar, ya estaba bastante reducida.

El año en el que él había sido elegido, habían sido muchos más, así que Lothar no había puesto específicamente en él toda su concentración, por lo que la deuda que él mantenía con el maestro no era tan significativa, no como la de Samantha sería.

En su año muchos habían sido finalistas. Y no había habido ni la mitad de muertos.

Los mejores Candidatos llegaban a ser finalistas, y aquellos que no morían en el proceso y llegaban en una pieza a las finales, entonces probablemente recibían un cargo.

Observó a Samantha al otro lado del patio. Ella tomó una flecha. Diana. Era buena con la mano derecha.

Tomó otra flecha con la otra mano. Cerca del séptimo aro. El golpe en la espalda llegó de pronto. Tan fuerte que Samantha gritó. Si hubiera estado cerca, él hubiera jurado que probablemente su espalda había emitido un doloroso crujido. Ella se retorció y volvió a colocarse con la mano izquierda. Su mano temblaba, tanto de nervios como de dolor, que se había expandido a su pecho desde la espalda.

Sentía como si estuviera vacía por dentro. En la diana.

(...)

El crujido de sus huesos al contacto con el puño de Drack, seguía resonando en sus oídos. El dolor seguía palpitando en el medio de su columna vertebral.

Tomó una flecha. La cuerda del arco tensada. La flecha rompió el aire con ese agudo tono. Ella no lograba divisar bien, pero parecía haber borrado la diana del mapa, claro que no era seguro al estar a tal distancia.

Drack se acercó a su flecha recién disparada. La miró desde lejos y asintió. Ella sonrió y cincuenta metros se sumaron a la distancia.

El más alejado se encontraba ahora a doscientos metros de distancia de ella. Otra flecha. Esta vez con la mano izquierda, que se encontraba temblando por la tensión del arco, y además por los nervios. Perforó la primera en ciento cincuenta metros.

Entonces Drack dejó de aumentar la distancia.

— Jamás tendrás un objetivo a más de doscientos metros. Práctica con los demás.

Sus hombros descansaron cuando escuchó eso. Le había costado tanto dar en la diana del último blanco... Suspiró. Disparaba flecha tras flecha hasta que Drack le gritaba que practicará con otras armas. En este caso los cuchillos de caza.

Sus tiros eran rápidos, silenciosos. Cada uno certero. Con la fuerza suficiente para atravesar la garganta de un hombre y clavarse firmemente después de salir.

(...)

No sabía que era lo que le atraía de esa mujer. Ella había tomado su arco mientras él no estaba. Eso es mío, había dicho él.

Y ahora la observaba al tomar la postura correcta, y lanzar. Tan perfectamente bien cómo era de esperarse después de recibir toda esa educación que Lothar le daba.

Su vista se paseó por el patio. Sin señales de su mentor. Unos fuertes golpes en su puerta lo hicieron saltar.

Las duras facciones de Lothar se mostraron frente a él. Su cabello oscuro cayendo a sus costados, y sus ojos marrones sobre él. Escrutándolo.

— Media Fortaleza debe saber que ves a mi aprendiz por la ventana.— espetó.

Las mejillas de Peter hirvieron.

— Lo siento, Lothar.

— Muy bien, ahora. — se aclaró la garganta. — Tengo otra misión para ti, ¿La tomas?

— ¿Sin detalles? — Los ojos de Lothar se volvieron más filosos, al igual que su voz.

— ¿La tomas? — repitió.

— Sí, señor.

— Su nombre es Markus Finn, Ya sabes lo que debes hacer. Aunque, esta vez, quiero que Samantha vaya contigo. Que ella haga la misión, quiero que comience a... Aprender más de cerca. Tú solo supervisarás, ¿Comprendes?

— Sí, señor. — sus dientes apretados.

— Haz la investigación y demás, quiero que ponga en práctica todo lo que se le ha enseñado en estos casi tres meses.

Peter asintió, incapaz de pronunciar palabra alguna. Tendría que hacerlo.

Samantha tenía que matar a Markus Finn, porque así lo deseaba Lothar. Cuestionarlo jamás había sido una opción.

MillageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora