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Samantha sabía que los Detectores estaban a pocos días, o quizás horas, de llegar hasta la aldea dónde ella se encontraba. Si bien no lo sabía con certeza, lo presentía. Aunque a lo mejor eran los nervios.

Apenas terminaba de haberse levantado. Se había duchado apenas hacerlo. Y se colocó su misma ropa de viaje, pero ya limpia. El pantalón de cuero se ajustó cómodamente a ella. Por último, se deslizó dentro de su chaqueta, amarró sus botas y salió. Sus guardias ya estaban fuera cuándo ella había salido de la puerta de madera con una expresión mañanera. ¿Donde estaba el apoyo del que habían hablado el día anterior?

— Andando. — ella se sorprendió de escuchar la voz de uno de sus guardias.

Alzó las cejas, en un gesto burlón, pero lleno de recelo— de cualquier forma, no podían hacerle nada, era una Candidata y era propiedad de Lothar, por mucho que le doliera admitirlo—. Una sonrisa amplia se mostró en sus labios.

— Creí que no tenían lengua. — sonó un pequeño toque de recelo en su voz.

La única respuesta del guardia fue una mirada de advertencia. Odiaba todo lo que tenía que ver con el Castillo.

Aún le quedaba comida en la bolsa marrón que llevaba consigo. La abrió y los guardias le echaron una mirada. Se habían detenido a comer, en unas mesas públicas, que ofrecían vista a las cosechas. Samantha había tenido que darle de su propia caza a los guardias, y se había acabado.

Los guardias se habían marchado a quién sabe dónde, pero a ella le daba lo mismo— igual sabía que la estaban vigilando—. Y si morían, ella... Igual terminaría regresando a Millage.

Las horas habían pasado y ya comenzaba a anochecer. Ella no tenía ganas de volver a la posada. Así que había ido a caminar hacia la aldea. Apenas entre las casas. Los negocios cerraban y pocos prendían una antorcha fuera de sus hogares.

El brazalete que controlaba sus habilidades era como un peso muerto en su mano. Cuándo una parte de su habilidad luchaba por salir, el brazalete apretaba más su muñeca y ella sentía como la sangre dejaba de circular en sus venas. Así que intentaba no tener sentimientos difíciles de controlar. Especialmente la ira.

Nael había llegado— al parecer él era su apoyo—. El general Rivers había decidido que uno— en especial ella— no sería suficiente para matar a todo el grupo. Eso la había molestado, pero era agradable hablar de nuevo con Nael— y todavía no estaba segura de si sería capaz de hacerlo—.

En especial sabiendo que había abarcado una parte de sus pensamientos últimamente.

Su conversación con él llevaba extendiéndose por un par de minutos.

— Es menos estricto que Lothar. Tal vez eso hace que sea un poco menos... ¿Mejor maestro? Pero, estoy satisfecho. Estaba claro que mi lugar no estaba con Lothar.

— Me alegro de que hayas encontrado a tu maestro.

— Yo igual. Tú pareces cambiada. Estás algo bronceada. — Y no la había visto cuando estaba en Millage. Pero ella no lo mencionó. Solo le sonrió.— Y pareces más fuerte.

— Preferiría un perfil bajo. Y cualquiera pensaría que puede vencerme. Siento que mejoré gracias a los entrenamientos de Lothar.— algo punzó en el pecho de Nael cuando escuchó eso.

— Parece que sí te convertiste en su preferida.

— En una de. — se encogió de hombros— Tiene unos guardias que consiente de verdad. Sus preferidos son Milller, Chris...

El alboroto comenzó a escucharse algo alejado de ellos. Ambos dejaron de hablar y giraron hacia la aldea. Definitivamente estaba algo lejos, las cosechas se salvarían.

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