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Samantha se encontraba en el salón de entrenamiento, en donde había entrenado por primera vez por orden de Lothar, sin descanso ni alimento. Aunque esta vez por voluntad propia, por no querer fallar en la competencia. Y si, era la mejor en todas las armas y en combate, pero por el momento prefería no confiarse.

    — Samantha.— ella se giró hacía su maestro.

    — ¿Que sucede?

    — Es suficiente por hoy. Puedes cambiarte y salir, si lo deseas.

Ella sonrió. Claro que tenía ganas de salir. Había entrenado para no confiarse, pero también lo había hecho con la pequeña esperanza de que Lothar la dejara salir, pues sabía que ese día era el día de descanso de Nael también.

    — Muchas gracias, Lothar.

Él solo asintió.

Ella salió para irse a su habitación y prepararse. Se dió una ducha rápida, y se puso su mejor vestido. Tenía encaje en las mangas y el pecho, y era color rojo oscuro. Se puso su capa negra, porque se veía mejor el rojo con el negro a su parecer.

Sus botas y su collar. Luciendolo orgullosamente, como el único recordatorio de la ciudad, y de su familia.

Salió hasta el carruaje y se subió después de enviar a decirle a Lothar que saldría, y volvería probablemente al anochecer.

En la ciudad, estaba todo lleno. Las tiendas, algunas a rebosar y otras totalmente vacías. Un restaurante llamó su atención. Sonrió. Era el restaurante favorito de Nael.

Entró en la fila rápidamente, hasta que llegó su turno de pedir una mesa.

    — ¿Tiene mesas en la segunda planta?

El muchacho asintió.

     — Por supuesto, en un momento se la asignaremos.

Ella esperó hasta que llegó otro chico a llevarla directamente hasta el segundo piso. Ella siguió al chico frente a ella hasta que se detuvo frente a una mesa en una de las esquinas. Circular, de madera al igual que las sillas, para dos.

    — Está es su mesa.

    — Muchas gracias.— le respondió ella con una sonrisa antes de que él se retirará.

Se sentó a esperar pacientemente, como había hecho las pocas veces anteriores, en el local, por la llegada de Nael.

Su vista se paseaba ansiosamente por la entrada del local, un y otra vez, luego trataba de calmarse y volvía a hacerlo.

Sus ojos pálidos estaban a punto de seguir con su ronda hasta que se detuvieron en unos ojos dorados, que la miraban divertidos desde la entrada del segundo piso. Ella sonrió y él le devolvió el gesto.

Samantha lo observó caminar.

Ya no cojeaba, no había una espada en su cintura, aunque iba con su ropa de siempre. Unos pantalones algo ajustados, una camisa blanca, fajada, botas marrones hasta la rodilla. Tenía una capa, y debajo una chaqueta casual. Aunque a decir verdad, las botas marrones le daban un toque elegante.

    — ¿Esta esperando a alguien, señorita?

Ella lo miró, divertida.

     — Sí, pero temo que me iré si mi cita no aparece pronto.

Los ojos dorados se abrieron y se sentó frente a ella en la otra silla como un rayo.

    — Aquí me tienes.

    — Creí que no llegarías.

    — No me gustaría faltar.

Trajeron la comida. Un delicioso estofado de jabalí los esperaba. Ella sabía que era el favorito de Nael, y casi siempre pedía que se lo prepararán.

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