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Era ya de madrugada. Samantha seguía moviendo el viento cómo podía, aunque más bien intentaba moverlo como podía. ¿Avances? Su sobrenaturalidad era de viento principalmente, también de hielo en una menor parte.

Agitó la mano para intentar hacer aparecer esa estúpida magia.

— ¡No! — sus hombros se sacudieron de cansancio y chasqueó la lengua con exasperación. — ¿Qué estupideces estás haciendo?

Ella hubiera asesinado a su maestro con la mirada, pero ya estaba cansada de sus golpes.

— Intento facilitar... — ni siquiera pudo terminar de responder antes de que su maestro la interrumpiera.

— ¿Facilitar, dices? — soltó una estrepitosa carcajada que no contenía gracia. — ¡Eso no facilita nada! No eres un héroe público, para hacer ridículos movimientos con las manos, ¡No necesitas hacer nada! Con pensarlo y manejarlo podrías hacerlo, ocultando mejor tu identidad en cualquier misión.

Ella lo observó, hastiada de pelear.

— Pongámoslo así, niña: Ganas la Competencia, ¡Muchas felicidades! Y te dan un cargo en el servicio del príncipe. — Ella estaba lo suficientemente ocupada en pensar que por su desempeño podrían asignarla como soldado en vez de enviarla libre, que no notó la palabra príncipe. — Y entonces te envían a una misión especial, ¿Dónde? La Ciudad. Pero para llevar a cabo tu misión necesitas mantener un perfil bajo y usar tus habilidades. ¿Te atreverías a mover así las manos, arriesgándote a que te maten?

Samantha frunció el ceño. Ya había escapado una vez de los Detectores, saliendo apenas viva por Peter, ¿Estaría dispuesta a volver a hacerlo, solo por eso que su maestro mencionaba? Ni siquiera ella sabía la respuesta.

— No, señor.

— Entonces déjate de juegos, ¡Y haz lo que te digo! — rugió antes de asestarle un puñetazo en el estómago que hizo temblar su cuerpo entero. — De nuevo. Prenderé un fuego y tú lo asfixiarás cuando comience a crecer.

Ella asintió. Su maestro se acercó a la ya machacada madera y le prendió fuego. Su mirada miraba con recelo al fuego, y en ocasiones saltaban chispas del fuego cuando ella comenzaba a asfixiarlo, y al no lograrlo retrocedía.

— Tampoco hagas muecas. — Ella apretó los dientes.

Intentó asfixiar el fuego sin hacer expresiones. Solo debía ahogarlo. Extinguir el aire a su alrededor y lograría su tarea. Pero era más difícil de lo que parecía. Samantha se frustraba cada vez que se sentía desfallecer después de fracasar, pero seguía intentando, mientras su maestro temporal la observaba y hacía su fuego crecer.

(...)

Agradeció estar lejos cuándo la chispa saltó a su rostro. Pero cuando volvió a intentarlo sintió un horrible y consumidor vacío en su estómago. Era como un hoyo negro. Parecía estrujar sus órganos y robarle la fuerza. Entonces sus rodillas temblaron. Sus brazos se volvieron de gelatina. Las náuseas la envolvieron. Cayó al suelo de rodillas y vació el poco desayuno que había probado en el suelo.

Eamon se alarmó y corrió.

— ¿Qué sucedió? — Samantha se cubrió la boca cuándo una arcada la atacó. — Vete a descansar y come. — le ordenó. Ella se levantó intentando no flaquear, ni tener arcadas en ese momento. Tenía que conseguir dominar su sobrenaturalidad, no podía descansar.

— No, puedo seguir entrenando. Tengo que lograrlo. — Insistió ella. Pero poder era una cosa, cuando lo que ella había querido decir era «necesito».

— Si continúas, lo más probable es que la magia dentro de ti te consuma. — espetó molesto. — Yo soy tu mentor. Si digo algo, tú obedeces — Samantha sintió el suelo temblar bajo sus pies ante su grito — Largo. Mañana, cuándo hayas comido, volveremos a entrenar.

— Sí, señor. — Ella no respondería nada más, para evitar más golpes en su ya magullado cuerpo, y también porque cada vez que abría la boca sentía la bilis subir por su garganta.

Samantha se inclinó hacia enfrente y se levantó. Caminó rápidamente hasta su habitación y se metió en el armario para conseguir lo que necesitaba para bañarse. Tomó los aceites perfumados, y la pastilla de jabón olor lavanda. Aún podía sentir la sangre de aquellos Detectores bañándola de pies a cabeza.

Al inicio sus sentimientos se centraban en horror y miedo, pero después se había dado cuenta de que eran personas horribles. Merecían la muerte, porque ellos también habían quitado vidas. Eran malas personas. Estaban llenos de odio por los sobrenaturales, que no les habían hecho nada. Aunque de alguna forma, ella igual tenía un conflicto moral, porque su asquerosa calidad como personas no cambiaba que había matado.

Y nadie más que Nael había visto y escuchado cuándo ella se había levantado agitada. Gritando y a punto de vomitar desde su cama, junto a él. Estando llena de sudor, por todo el cuerpo, creyendo que era sangre, pero al mirar sus dedos no había más que agua salada. Teniendo pesadillas. Al igual que los días que la siguieron hasta llegar a Millage. Ella sabía, que la primera vez que había matado a alguien la perseguiría por siempre. Y aquellas pesadillas no la abandonarían jamás.

El tiempo en el que estaba sola era el peor porque la hacía pensar; por ejemplo en el hecho de que ella deseaba de verdad tener algo para que su familia supiera que estaba bien. Lo había perdido todo por su estúpida sobrenaturalidad. Y ese maldito brazalete. Podía sentir el flujo de energía salir de ella, y el brazalete estabilizándola cuando intentaba usar su habilidad. Eso la llevó a hacerse un cuestionamiento: ¿Por qué nadie usaba sus habilidades? Jamás había visto a Peter usarlas. O Lothar. O a nadie más. Y tampoco había visto brazaletes en ellos.

¿Por qué?

MillageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora