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Era el tercer día de la prueba de capturar la bandera y ella tenía la suya y otras dos.

Al infierno el mundo, ella se largaba de ese lugar.

Despertó colgada de una de las ramas más altas del árbol. Apenas miró abajo, le vinieron las náuseas y el vértigo.

No importaba cuánto Lothar le hubiese gritado y golpeado, y obligado a parar en el borde del precipicio. Al final, siempre era el mismo sentimiento al mirar hacía abajo. Se arrastró por la rama hasta el tronco principal y desamarró las banderas. Brillaban mucho más en la luz del día. Las escondió como pudo entre sus ahora sucios ropajes.

Su camisa blanca estaba teñida de sangre, quizá no completamente pero en su mayoría, al igual que su chaqueta. Sus pantalones de cuero se le pegaban a la piel por la suciedad y tenían pequeñas manchas de sangre. Simples salpicaduras.

De su rostro ni hablar. Agradecía no tener un espejo frente a ella, porque sabía que no le hubiera gustado lo que hubiera visto allí reflejado.

Sentía su cabello apelmazado por la sangre del candidato al que prácticamente destripó de arriba a abajo. Su rostro tenía sangre seca que se había embarrado en las manos tratando de quitarla. Algunos cachos de la sangre seca habían desaparecido, seguramente se habían desprendido durante la noche de su rostro.

Bajó por las ramas ágilmente, hasta aterrizar en silencio contra el suelo bajo sus pies.

De vez en cuándo, en el camino, ella subía al árbol más alto que encontraba y miraba hacía donde ir, tal y como había visto a Peter hacer en su camino a Millage por primera vez.

Claramente, la planicie, sin árboles y totalmente descubierta por el centro no era una opción. Cualquiera la vería. Prefería un camino ligeramente más largo, pero a salvo de sus contrincantes.

El viento azotó su asqueroso y ensangrentado cabello contra su rostro. La entrada se veía cada vez más cerca.

Sonrió y bajó del árbol, no sin antes revisar su perímetro y decidir que estaba salvo y lejos de los demás candidatos.

Caminaba por entre los árboles, agudizando el oído cuando escuchó un grito. El alboroto era definitivamente de una pelea. Ella pasó de largo, siendo la Samantha normalmente fría y desinteresada que era en Millage generalmente. Al menos hasta que una parte de sí, se sintió culpable. La Samantha Smith de la ciudad estaba de vuelta. Sintiendo en su pecho ya los golpes que le daría Lothar por eso se aproximó. Estaba siendo estúpida, e impulsiva y suave, justo lo que Lothar le había dicho que no debía ser. Era un competidor menos, si lo mataban ¡Para ella mejor! Pero no, ella podía ganar y no dejaría que nadie muriera si podía evitarlo. Tenía que salvar a quien daba esos terribles gritos, o los mismos la perseguirían como los Detectores a los que mató por voluntad propia.

Con las banderas perfectamente escondidas bajó la tierra y cubiertas, ella subió al árbol y observó. Sus ojos se abrieron.

Nael estaba en el suelo, con el contrincante que ella había dejado inconciente al robar su primera bandera, buscando la de él.

Ella rodó los ojos. Ni siquiera sabía su nombre pero estaba a punto de dejarlo inconciente por segunda vez en menos de una semana.

Saltó sobre él clavando el cuchillo en la madera antes de hacerlo. Rodaron entre golpes hasta que ella se posicionó sobre él. Con las piernas inmovilizó su cuerpo, y con las manos apretó su cuello. Cuándo notó como dejaba de moverse lentamente ella lo soltó. Comprobó su pulso. No estaba muerto... Al menos no totalmente. Lo dejó tirado mientras iba por sus banderas y las escondió, antes de ayudar a Nael a caminar hasta la entrada con ella.

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