Epílogo

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La muchacha se recargó en la entrada mientras esperaba.

Ya llevaba un buen rato esperando.

Repasó con sus uñas la hoja de su filosa daga. Suspiró.

¿Cuánto más se tardaría en llegar?

¡Tan solo debía caminar unas calles para llegar al maldito mercado Negro! Pero parecía más flojo de lo que recordaba.

Dos pares de ojos se cruzaron con su mirada. Unos eran verde esmeralda, y otros eran marrones. Su sonrisa de fastidio se hizo presente y rodó los ojos. Por fin habían llegado.

Otro par de ojos la observó desde un poco más lejos. Sus ojos viajaron hasta los suyos. Esos ojos del color del océano también eran inconfundibles para ella.

Un carraspeo la hizo romper el contacto visual que sostenía.

Lo observó.

Iba perfectamente aliñado. Una capa oscura con la capucha en su espalda, sin ningún arma a la vista. Sus dos manos a los costados. Una gran altura y hombros anchos. Sus ojos marrones la escudriñaron. El cabello castaño oscuro ya estaba más largo, quizá a unos centímetros de los hombros, aunque perfectamente cuidado y cepillado.

Sus ojos miraron hasta el de los ojos esmeraldas. Su cabello oscuro apenas caía sobre su frente. Sus ojos brillaron cuándo chocaron con los suyos. Su camisa blanca estaba abotonada y fajada. Sus botas estaban varios dedos antes de la rodilla, y su espada en su cintura no se veía muy bien por la capa sobre él.

Los ojos marrones se hicieron más pequeños cuando una sonrisa se formó en sus labios, junto al de los preciosos ojos esmeraldas.

Ella también les sonrió.

    — Querida, ¿Te parece si nos sentamos?

    — Por supuesto.— asintió.

Los tres se dirigieron a una mesa en uno de los rincones poco iluminados del mercado, y se sentaron sin hablar.

Sus miradas viajaban, los marrones miraban a los verdes, los verdes a los esmeraldas, luego a los marrones, los marrones miraban a los esmeraldas, los verdes miraban los esmeraldas y los esmeraldas miraban los verdes.

Sus dientes blancos brillaron como la luna cuando sus labios formaron una luminosa sonrisa, aunque vacía sin embargo.

    — ¿Que tienes para mí esta vez?

El cabello castaño se movió naturalmente cuándo su portador se movió, inclinándose hacía adelante, y se apoyó sobre la mesa.

    — Hay un trabajo bien pagado cerca de Luviock, parece que alguien en serio está tan desesperado.

    — ¿Luviock? ¿Que es eso?

El maestro se echó hacia atrás antes de mostrar una divertida y burlona sonrisa.

    — ¡Lo olvidaba! Aún eres nueva, querida. Pero está cerca de aquí. Al norte.

Ella alzó una peinada ceja con incredulidad irradiando en sus facciones.

    — ¿Al norte? Estamos debajo de la tierra. Solo está Millage por aquí. O por todos lados de hecho. No hay nada más, ¡Es subterráneo!

Esta vez, incluso los ojos esmeraldas se abrieron divertidos y un brillo los alumbró.

    — ¡Por todos los dioses! ¡Claro que no! Hay todo un mundo, ¿Jamás te has preguntado, por que brilla el sol, o por qué hay estrellas... O cielo ahí arriba en vez del techo de una sucia cueva? Querida, hay todo un mundo debajo. Y ese túnel de piedra, no es más que una entrada a él. Ese mundo, la ciudad que conociste, está arriba, al otro lado. Aquí— señaló a su alrededor.— todo es diferente.

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