Capítulo 1

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Mi cabeza daba vueltas, lo único que podía distinguir entre todas las manchas de color gris y negro eran unas parpadeantes luces rojas y azules.

"Siete" oí que me susurraban, y así continuamente. Cada vez que pronunciaba dicho número, mi pecho se oprimía de manera exagerada y sentía que no podía respirar, no podía moverme del sitio en el que estaba tumbada. De repente, todo se volvió de color blanco y noté cómo mis pulmones podían volver a llenarse de aire. Pero, desde el fondo se veía una silueta de color negra que se acercaba a paso lento y tranquilo.

El miedo se apoderó de mí, intenté huir pero nuevamente sentí como si tuviese grandes piedras atadas a mis extremidades. Comencé a gritar mientras aquella silueta seguía andando hacía mí, sin poder evitarlo. Movía mis brazos y piernas con brusquedad, pero no servía de nada.

Entonces, una vez que estaba enfrente de mí, vi como alzaba su mano empuñada por un arma y apuntaba a mi sien. Antes de que disparase, susurré en un último suspiro: Siete.

8:00 a.m.

Me levanté de un salto de la cama con la respiración agitada, me giré a mi derecha y el despertador seguía sonando; de un manotazo lo apagué y volví a recostarme.

Sólo había sido otra pesadilla.

El lunes podía conmigo, desde luego era una de las peores cosas que había; tener que levantarte de la cama a las ocho de la mañana. Y la guinda que brindaba el pastel era que fuese precisamente el primer día de instituto. De manera casi inconsciente me erguí para posteriormente ir a paso lento hasta el baño, donde por poco grité al ver mi rostro. Las ojeras eran tan grandes que un poco más y me llegaban a la nariz, rápidamente me lavé la cara con agua fría para despejarme, aunque era consciente de que eso no las eliminarían. Con una toalla sequé mi rostro y me dirigí a la cocina, extrañaba ver a mi padre cocinando sus geniales tortitas de los lunes, según él así no eran tan "fastidiosos". En cambio se encontraba mi madre sentada en una de las tres sillas de la mesa blanca, adornada con un florero con cuatro flores azules.

— Buenos días — dije apoyándome sobre el tabique de la puerta. Mi madre alzó su mirada hasta mí, para luego bajarla y susurrar un:

— Hola.

Aunque fuese incomprensible, me conformaba con aquel cortante saludo; era increíble lo que me había costado que me dijese ese "hola".

Hace ya tres meses que falleció mi padre en un accidente de coche, y a mi madre le afectó tanto su muerte que se encerró en sí misma, formó una burbuja a su alrededor y no dejó entrar a nadie; ni siquiera a mí. Aunque no la culpo, hay personas que toman el dolor desde raíz sin poder hacer nada contra ello. Tuve que cuidar de ella haciendo el papel de madre y conservé todas mis emociones y sentimientos por ella, a pesar de que quien sufrió todo la tragedia del accidente fui yo.

El aspecto Adela parecía mejorar por meses, al principio apenas dormía ni comía, con suerte conseguía hacer que se levantase de su cama. Ahora en cambio se encontraba con su bata de color rosa, con una cola hecha con torpeza, ya que tenía algún que otro mechón suelto; unas zapatillas del barato y su inconfundible pijama de botones con rayas.

— ¿Cómo te encuentras hoy? — le pregunté mientras me adentraba en la cocina para coger un poco de leche de la nevera. Me giré para observar a mi madre, la que sin mirarme encogió sus hombros y los dejó caer con destemplanza.

Decidí no decir nada más y de un sorbo bebí la leche del vaso para correr a mi cuarto a por la maleta, y esperar a Ben en mi puerta. Últimamente cuanto más tiempo estuviese fuera, mejor.

Teníamos por costumbre desde el año pasado que él me llevase en su moto hasta el instituto, él mismo se ofreció ya que le tomaba de camino. Desde luego, las mañanas eran un completo asco. El motor de una moto se escuchó a lo lejos y miré para ver a mi amigo dirigirse con prisa hasta mí. Se quitó su casco dejándome verle, un chico moreno con ojos claros; decidido a todo.

— ¡Muy buenos días por la mañana! — dijo sonriéndome mientras me tendía un casco. Me lo coloqué y le miré de mala gana.

— Tu buen humor hace que mi mal humor aumente — al momento, me apoyé en sus hombros para subir.

— Piensa que este ya es el último curso en el instituto y que el año que viene ambos estaremos muy lejos de aquí — me sonrió y le devolví la sonrisa. Tenía razón, unos meses más de aguante y volvería a empezar de nuevo.

— Brooklyn, ven a mí pronto — murmuré deseosa.

Ambos habíamos hablado de esto hace muchísimo tiempo, alquilaríamos entre los dos un pequeño apartamento en Brooklyn e iríamos allí a la universidad, creo que hacía ya mucho que no quería algo con tanta intensidad. Ya estaba todo planeado, teníamos el piso medio alquilado en el centro de la ciudad y una mujer que vendría a cuidar a mi madre en el caso de que no mejorase, aunque era realmente consciente de que si ella seguía decayendo, no iría a ninguna parte.

El motor volvió a rugir, me agarré a él y suspiré, ese año se me haría mucho más largo que cualquier otro, aunque también tenía la corazonada de que sería distinto a todos los demás, no sabía si para bueno o para malo... pero lo sería.

La entrada del instituto estaba adornada con dos grandes árboles, lo que provocaba que todas sus hojas caídas se esparciesen por toda la entrada. Como los barrenderos no ejercían de buena manera su trabajo, la entrada la recubría un gran manto de hojas y a lo largo del invierno se repartían por todo el edificio. Y no es que me disgustase, al contrario, me encantaba el sonido de las hojas al crujir, y eso de dar una patada y que salgan veinte. Además, eso hacía un poco especial al instituto para mí.

Mi primera clase era historia, realmente no sabía a quién se le ocurriría poner tal asignatura a primera hora de la mañana, ya que la mayoría de alumnos se quedaban aturdidos y dormidos con las aburridas explicaciones de la señora Noa. Abrí mi casillero y Ben se apoyó a mi lado.

— Educación física, ¿y tú? — me preguntó echando la vista hacia arriba, educación física no era una de sus fuertes.

— Historia.

— Que Dios se apiade de ti — rió — ¿Nos vemos a la hora de comer no?

— Como siempre Ben.

— Hasta luego, Mia — levanté mi mano en forma de despedida y se mezcló entre la gente.

Este verano no había estado a penas en contacto con nadie, un verano demasiado complicado. Sin pensar en nada más, cerré mi casillero después de haber cogido mis libros y me dirigí a dicha clase.

Observé mi clase y rápidamente me senté en uno de los primeros pupitres, si me colocase atrás me distraería con cualquier mota de polvo que se posase sobre mi mesa. Coloqué dichos libros y estuche sobre la mesa y esperé en silencio a que llegase la profesora. 

Siete ® H.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora