Capítulo 74

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— ¿Qué talla tienes?

— Una M, supongo — le contesté, mirando aún hacia los lados, asegurándome de que no viniese nadie — ¿De verdad que esto es necesario?

— Las normas son las normas, será mejor que las cámaras graben a dos enfermeras entrando en una habitación — hizo una breve pausa, cerró el gran cajón y me extendió una bata blanca y un pañuelo para la cabeza, que tenía dibujado cruces de varios colores — que a una enfermera colando a una muchacha. Así yo conservo mi trabajo, y tú ves al chico — asentí, me abroché los botones de la bata y me recogí el pelo en una coleta baja para poder colocarme mejor el pañuelo — Anda, ni que pintado. Ahora coge esto y vámonos — me dio unas toallas, las cuales coloqué bien extendidas en mi brazo.

— Muchas gracias por todo, y siento haber sido tan borde antes, yo...

— Venga vamos, no me agradezcas nada — me dijo amablemente. Aunque ni siquiera podía entender por qué hacía aquello por mí; quizás es que realmente sí que existían las buenas personas.

Salimos de aquel cuartucho, que más bien parecía una pequeña despensa, y anduvimos en dirección a la habitación 12, dónde se encontraba Harry. Caminaba con la mirada puesta en el suelo, tratando de no establecer contacto visual con nadie. Ben y Ray se habían ido a la cafetería, no les había contado nada aún. Con cada paso me ponía más nerviosa por verlo, sólo quería confirmar con mis propios ojos que estaba bien, sólo eso. La enfermera se paró, frente a la habitación y miró hacia atrás para comprobar que me encontraba a su lado. Me asintió y abrió la puerta, estiró su brazo y me dejó pasar primero. Me adentré allí rápidamente, la habitación era muy parecida a la mía, las paredes blancas y una ventana justo enfrene de la puerta con la especialidad de una maceta con unas flores moradas. Y ahí estaba él, tendido sobre aquella camilla, con una aguja clavada en su brazo conectada a una bolsa con un líquido.

Giró su cara y nos miró, arrugó sus cejas al verme vestida como estaba.

— ¿Pero de qué vas disfrazada Mayer? — sonrió.

— Os dejo solos — dijo aquella mujer, le susurré un "gracias" y ella asintió para seguidamente, salir de la habitación.

Prácticamente me abalancé sobre él, soltó un pequeño quejido.

— Lo siento — me disculpé. Me fijé bien en él, estaba un poco pálido para lo moreno que era, me miraba sonriente a pesar del dolor que debería de sentir — ¿Recuerdas cuando, hará unos meses atrás, era yo la que estaba ahí tumbada?

— Mejor no me hagas recordarlo.

— Recuerdo que me dijiste que no sabía lo que era tener a alguien en tus brazos, desangrándose y sin poder hacer nada por evitarlo — su sonrisa cambió por una expresión confusa — Lo he sentido, he notado como por un momento te desintegrabas en mis manos. Creía que te perdía — la voz se me entrecortó, no me salían las lágrimas, porque en lo único que podía pensar en aquel momento es que estaba vivo; que gracias a Dios estaba vivo — Y no pienso volver a sentirme así de nuevo, yo...

— Mia, estoy bien — me agarró la mano con firmeza, sin quitarme la mirada de encima — Mírame, tan guapo como siempre — elevó un poco sus brazos para que le pudiese ver mejor — Y mírate, disfrazada de enfermera.

— No dejan pasar a nadie, porque podrías caer en estado crítico. Si lo que he hecho no es amor que vengan y que me lo digan.

— A lo mejor tenías algún tipo de fantasía con eso puesto.

— Fantasías son las que tú tienes en la cabeza.

— No te lo niego, para qué mentirte.

— Te conozco mejor que nadie.

— Sólo vas captando indirectas, es diferente. Hace poco aún te costaba hacerlo.

— No me llames tonta.

— No lo he hecho, eres tú la que lo ha supuesto — alzó sus cejas de manera irónica.

Me tumbé a su lado, apoyando mi cabeza sobre su hombro y suspiré aliviada; mientras él acariciaba mi pelo de una manera completamente consoladora. Qué tan cerca había estado de perderlo todo, había estado al borde del precipicio. La imagen de Gina apareció en mi cabeza, provocando una tremenda repugnancia en mí, que pronto se convirtió en pena. Pena porque, realmente, estaba demente. Esa facilidad de cambiar de carácter era impresionante, como me había engañado en apenas dos segundos y cómo había tratado de arruinar, otra vez, mi vida al segundo posterior.

— ¿Crees que todo ha acabado? — le pregunté, ya que me había puesto a pensar en ella. Dejó de acariciar mi pelo.

— ¿A qué viene esa pregunta? — me cuestionó, mirando hacia el techo.

— No sé, sólo es una pregunta.

— No lo sé, la verdad. Es algo que sólo averiguaremos con el paso del tiempo.

— Yo tengo la esperanza de que haya acabado por fin todo — confesé. Necesitaba, tanto física como mentalmente, un descanso. Me sentía agotada en todos los sentidos posibles, y no entendía como no había acabado tirándome de los pelos.

— Tener esperanza está bien, pero si no es Siete será otro. Y así...

— Mejor no digas nada.

— Tú eres la que has preguntado.

Por parte tenía razón, lo que hizo que mi estómago diese un vuelco. Al ser perteneciente de la Organización puede que nunca tuviese un descanso muy prolongado, siempre habrá alguien "descontento" con todo lo que hagamos. Pero no pensaba que hubiese alguien tan radical como Siete, no puede haber otro u otra igual. Al recapacitar en todo ello, pensé en la posibilidad de ver por última vez a Gina. Quería preguntarle algunas cuestiones que no estaban del todo canjeadas en mi cabeza, no perdía nada desde luego. Y tras unas rejas no sé que me iba a hacer peor de todo lo que había hecho ya.

— Creo que deberías descansar — me levanté de su lado, mientras que él me miraba extrañado.

— Pero si estoy perfectamente.

— He estado en tu lugar, hazme caso y duerme un poco — le di un pequeño beso en la frente y me puse de pie. Cuando me dispuse a encaminarme hacia la puerta, me tomó de la mano.

— ¿No te irás no? Quiero decir, no huirás — no sabría explicar de la manera en la que me miró, pero concebí como el corazón se me encogía. Aquellos ojos me suplicaban una respuesta negativa, y yo me sentí tremendamente mal por haber siquiera pensado alguna vez en hacerlo. Me acerqué a él, y me coloqué de rodillas al borde de su cama, aún agarrándole con firmeza su mano.

— Escúchame, ¿vale? — me miró arrugando un poco el entrecejo, mientras que tu me mantuve en una postura seria — No me voy a ir, ni siquiera voy a volver a pensarlo. Eso será así mientras que tú no vengas conmigo — pude percibir como de sus labios salía un suspiro de alivio. No sabía que había provocado ese temor en él, de ser abandonado. Me acerqué a él para, esta vez sí, darle un corto beso en los labios — Ahora, duerme un poco anda.

Al salir por la puerta, me encontré a la enfermera esperándome a unos pocos metros de distancia. Al verme, se acercó rápidamente a mí.

— ¿Qué tal? — me preguntó, sonriente.

— Está muy bien, un poco pálido.

— Es normal si la perdida de sangre es muy elevada — se dio la vuelta y comenzó a andar — venga, tendrás que devolver eso, ¿no?

Asentí, y después de dar unos pasos rápidos para alcanzarla, nos encaminamos de vuelta al cuartucho.

— ¿Por qué ha hecho esto? — la mujer me miró desconcertada por dicha pregunta — Es decir, las dos veces que me he cruzado con usted no es que me haya comportado demasiado bien.

— Bueno, digamos que entiendo tu situación — la mujer no me miraba directa a los ojos, mantenía su mirada puesta en el suelo, observando sus pisadas.

Opté por no hacer más preguntas, pero siempre le estaría muy agradecida por ese detalle.

Siete ® H.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora