Capítulo 40

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— Han llamado los de seguridad social. Creen que usted no esta en sus plenas facultades para cuidar de una adolescente y quieren pasarle la custodia temporalmente, al pariente más cercano.

— ¿¡Qué!?

Me levanté de mi silla de un fuerte e impulsivo salto. Sentí como toda la euforia me subía de golpe y no podía controlarla.

— Pero si ella esta yendo a terapia, ahora es cuando esta volviendo a ser la de antes — la defendí. La miré, tenía su vista clavada en el suelo, en algún lugar. Había vuelto a tener aquella mirada perdida de cuando estaba enferma — No pueden hacerme esto, no pueden hacerle esto — le señalé — le ha costado su propia vida poder pasar lo de mi padre para que ahora quieran quitarme a mí de su lado.

— Cálmate, Mia — me habló el director con con envidiable tranquilidad — A ver, sé que es demasiado delicado. Pero llevan llamándonos hará un mes y medio; tu tutor y yo hemos intentado hacer lo máximo que estaba en nuestra mano. Pero, han venido un par de veces para ver si al menos venías a las clases y al no verte...todo se ha complicado al dejar pasar los meses.

— ¿Qué está dando a entender que haga? — le interrumpí antes de que terminase de acabar su frase — ¿Qué la deje ahora que se está recuperando? — sus palabras me resultaban de los más absurdas y para mí, carecían de pleno sentido — Lo siento, pero no estoy dispuesta a ello. No la abandoné cuando estaba enferma, y no pienso hacerlo ahora.

— Mia, déjame terminar de hablar — me senté de nuevo de una manera brusca — Sé que estás nerviosa y enfadada, pero créeme, mi única intención es ayudarte — se levantó de su reconocible silla de cuero negra, y a paso lento pero seguro, se acuclilló a mi lado y puso una de sus manos en mi hombro, en forma de apoyo — nos han dicho que sólo será hasta que se recupere del todo, después podrás volver con ella. Sólo serán unos meses.

— No. Me niego rotundamente.

— Lo siento pero no tienes la última palabra aquí — sus ojos se dirigieron, a la vez que los míos, a Adela.

Ella al oír el frío silencio levantó poco a poco su cabeza, tomó un profundo suspiro para después dejarlo soltar ligeramente.

— Adela, si se niega tendrá que llevarse al caso, y se formará una bola de nieve. No crea que estoy a favor de que le quiten a su hija, pero solo será temporal. Hasta que su médico firme un certificado de que ya está en todos sus sentidos para hacerse cargo de ella.

— De acuerdo — susurró.

Y entonces, se vino mi mundo abajo.

Noté como toda la sangre que me había subido tan de repente hace menos de cinco minutos, bajaba de sopetón dejándome completamente anonada. Ni siquiera lo había replicado, no había buscado otra forma para intentar permanecer juntas, que era lo que yo siempre había intentado. Y a pesar de todo lo había conseguido.

Y ella no se había esforzado, se había envuelto en sí misma por unos minutos y aceptó.

— ¿Enserio mamá? — dije con la voz cortada — ¿Así, sin más?

— Está en lo cierto hija — sus ojos hicieron contacto con los míos, pero estaba tan decepcionada que ni me dispuse a analizarlos — No he sido buena madre durante todos estos meses, en realidad no he sido madre. Y quiero serlo, y si no quiero que te arranquen de mí para siempre; esto es lo mejor para ambas.

No me atrevía a pronunciar palabra.

No sé si mi madre ya estaba bien, o casi bien, pero la diferencia de cómo estaba al principio de ahora era brutal. Yo la veía más que bien, pero por lo visto había gente que aún creía que le quedaban rastros de aquella depresión.

Y, puede que yo no los viese. Supuse que ahí se encontraba el epicentro del terremoto, quizás ya había aceptado que ella iba a volver a ser la de antes, y puede que nunca lo volviese a serlo.

— El protocolo que nos han hecho llegar exige que te internen, Adela. — habló entonces le director, volviendo a su sitio. En todas aquellas comportamientos indirectos nos daba entender, o al menos a mí, que de verdad le dolía todo aquello. — En el mismo hospital que te habían tratado.

— Está bien — asintió.

— Y Mia pasará a vivir con Charlie, su hermano, ¿no? — cuestionó — La junta directiva se ha encargado de hablar con él. Por lo visto estaba en la ciudad y ha aceptado, al final de clase unos agentes de la seguridad social te llevarán a su casa.

Mi madre asintió. Y a mí no me dio tiempo a pensar en que yo estaba aún enfadada con mi tío, ni que ahora quizás las cosas en casa serían plenamente incómodas, ni en nada de eso.

Sólo podía pensar que, al final, haber estado todos aquellos meses junto a mi madre, apoyándola a seguir, levantándola cuando se derrumbaba, cuidándola... no habían servido para nada.

Me levanté y sin decir palabra y salí del despacho; dejando atrás la voz de mi madre llamándome. No miraba hacia ninguna parte, mantenía mis ojos y mi mente puestos al final del pasillo deseando por fin salir del edificio. Sólo quería ir al patio y respirar un poco de aire, porque podía jurar que pensaba que no había suficiente para poder seguir respirando. Un árbol, solo necesitaba un árbol en el cual sentarme y apoyar mi espalda. Y lo encontré, como si el mismo Dios lo hubiese puesto ahí para mí.

Me sentí de una manera tan reconfortante que apenas lo puedo explicar; comencé a respirar con tranquilidad y cerré los ojos. No me iba a agobiar, esto no iba a superarme. Si no lo había conseguido Siete aún, no iba ha hacerlo esto. Cualquier árbol me hacía recordar el lugar de las Tres Hojas, y a la paz y tranquilidad que me transmitía. Y por supuesto a Harry , y a todo lo que también me hacía sentir él.

— No sabía que eras de las que hacían pellas, Mayer.

Y fue entonces cuando toda aquella tranquilidad se esfumó de golpe, como un bofetón. No me hacía falta abrir los ojos para saber quien era.

— No sabía que te importase tanto Travis — le contesté lo más cortante que pude. Aquello lo notó, porque soltó un silbido y una leve carcajada.

— Veo que no es uno de tus mejores días — pude oír como se acercó hasta mí y se sentó a mi lado, la maleta la soltó a uno de los lados. Abrí los ojos y le miré, la última vez que lo vi fue en las carreras antes de que lo ocurriese todo lo del motel.

Él fue quien me avisó de que tenía que salir corriendo de allí.

— Eh, gracias por avisarme de aquello en las carreras — agradecí, no sería completamente yo si no le agradeciese eso. Y se lo tenía que decir, a pesar de todo lo irrespetuoso e inmaduro que era a veces; cuando hacía algo bueno había que reconocérselo. El chico me miró y con una sonrisa, asintió — ¿Cómo sabías eso?

Su reacción fue completamente inesperada; rió.

En cualquier tema en el que yo intentase implicarle con Siete, solía mostrarse bastante agresivo. Le miré de manera confundida, sin llegar a comprender su actitud.

— Mia, veo que eres tan desconfiada como tonta — me dio con golpecito en el hombro y se levantó de mi lado, dejándome con la palabra en la boca. Pero, antes de irse se giró para mirarme y decir — Sólo te digo que comiences a contar los actos, Mayer. Y piensa que cualquiera puede tener un cuchillo en la mano que no te enseña.

— ¿Entonces hago bien en ser desconfiada, no?

— Nunca dije que estuviese mal.

Y dicho esto, se fue andando a paso vacilante.

Jamás entenderé al completo a Travis Ronald. 

Siete ® H.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora