Capítulo 75

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17:30 p.m.

Tuve que darme prisa para llegar a comisaría antes de que trasladasen a Gina a la cárcel, mi tío me había dejado hablar con ella mientras él estuviese delante, por lo que no opuse ningún inconveniente.

Nada más poner un paso en la comisaría me encaminé hacia el despacho de Charlie, el cual me esperaba justo en la puerta de dicho lugar, dando golpecitos con su pie en el suelo de una manera inquieta. Al verme, se acercó rápidamente a mí, me tomó del brazo y tiró de mí en otra dirección.

— Podrías ser menos bruto — le dije, rápidamente dando un tirón para deshacerme de su agarre. ¿Qué manía tenían todos por hacer ese gesto?

— Tienes 15 minutos antes de que se la lleven, dime tú si no quieres ir rápido — me dijo, con un toque ironía. Preferí no contestarle, me resentí a asentir y caminé rápidamente tras él.

Por lo visto, estaba en los calabozos de la planta baja, completamente aislada de los demás. La llevarían a una cárcel en la que residen únicamente mujeres, y no le quitarían el ojo de encima. Bajé las pocas escaleras que conectaban una planta con otra lo más rápido que me permitían mis pies, antes de seguir caminando por aquel pasillo lleno de calabozos vacíos, tiré de la camiseta de mi tío para que se parase.

—Quédate aquí, no es necesario que estés cien por cien presente — por unos segundos, se lo pensó. Me miraba tratando de saber qué era lo que quería decirle o cuales eran mis intenciones; cosa que no descubriría hasta unos minutos después, ya que ni siquiera yo sabía qué era lo que iba a hacer o decir.

Entonces, asintió. Se quedó justo en el sitio y se hizo a un lado.

— Está en la última celda, te quedan 12 minutos.

Anduve rápidamente por aquel lugar oscuro y sombrío, pero sobre todo frío. El silencio que cubría el lugar hacía que se escuchasen mis pasos rápidos, por lo que ya no sería del todo una sorpresa para ella. Me paré en seco enfrente de ella, y me quedé mirándola firmemente. Estaba sentada en una de las esquinas de la celda, jugueteando con su pelo de forma tranquila, cuando elevó sus ojos verdes para mirarme, una sonrisa se dibujó en su rostro y se levantó al momento.

— ¡Qué alegría que mi amiga venga a visitarme! — entrelazó sus manos mientras se acercaba a paso lento hacia mí, sin quitarme la mirada de encima.

— Vengo a preguntarte algunas cosas.

— ¿Para qué?

— Eso no importa — pretendía mantener a lo largo de la conversación un tono borde y cortante, tratando así de mostrarme benevolente ante ella.

— A mí me importa, y soy la que decide si quiere responderte o no — no me atrevía a acercarme demasiado a los barrotes, por lo que mantuve cierta distancia de ella, que se encontraba ya enganchada a ellos.

— Es simple curiosidad — me crucé de brazos y fruncí mis labios, algo nerviosa — ¿Cuál era la finalidad de tener a Ben?

— ¿Esa es la mejor pregunta que tienes? — rió — Bueno, simplemente por si alguna vez te enfrentabas a mí, tener con lo que chantajearte. No me ha servido de mucho, al fin y al cabo.

— ¿Murieron todos los Sin Rostro aquella noche?

— Eso es una cuestión con la que tendrás que lidiar siempre — sus palabras eran de lo más escalofriantes, me dejaban completamente expuesta — Sólo te digo, que Siete es un número muy grande, que sólo hemos llegado a ocupar dos.

— ¿Quieres decir con eso que hay más Siete?

— He dicho que tendrás que lidiar con ello siempre — se separó de las frías barras, dándome la espalda — ¿Cómo esta Harry? — su tono de voz cambió por completo, poniendo una absurda voz aguda.

— No te incumbe.

— Sólo te digo, Mia — volvió a ponerse en una actitud fría y tenebrosa — que si crees que lo que has vivido es lo peor que te ha podido pasar, no sabes aún lo que te queda.

Se giró para verme completamente desconcertada, y con el corazón en un puño. Tal y como ella quería, verme asustada por unas simples palabras. Carraspeé mi garganta y con la yema de mis dedos acaricié mis labios de forma pensativa, sin quitarle el ojo de encima. Ella, en cambio, me miraba completamente seria queriendo así infundirme más miedo aún. Fue entonces cuando creí ver sus intenciones. Que, dejando de lado si sus palabras eran ciertas o no, viviese atemorizada por mi propia sombra. No niego que quizás así sea, pero no iba a permitir que la última imagen que se llevase de mí fuese esa; por lo que sonreí falsamente y di dos pasos hacia delante, manteniendo aún la distancia respecto a su celda. Coloqué mis manos tras mi espalda. Gina seguía en la misma postura seria anterior, apretando sus puños de una manera eufórica.

— ¿Sabes qué te digo, Gina? Qué sí, que puede haber veinte Siete más. Pero, ¿ves esto? — giré levemente mi rostro, y le señalé la propia marca que ella me había dejado plasmada en la piel — Esto le recordará a todos ellos que yo me enfrenté a Siete, y te gané — la señalé. Esto provocó en ella más histeria, se le notaba en la cara, en las manos... en todo el cuerpo — Y que al igual que te acabé contigo, lo haré con todos ellos. Y puedes decir lo que quieras y amenazarme cuanto quieras — volví a dar un paso más, quedándome a escasos centímetros de las barras de hierro, tan cerca que parecía notar lo heladas que eran — Pero te enfrentas a unos cargos muy feos: robos, estafa, contrabando, hostigamiento, asesinato... — fui alzando los dedos de mis manos mientras iba nombrándolos uno a uno — Lo que se descifra en muchísimos años metida en la cárcel, si es que no te ponen cadena perpetua. ¿Sabes dónde estaré yo, mientras tú te pudres allí dentro? — le sonreí. Gina comenzaba a respirar agitadamente, con la rabia a flor de piel — Acabando con cada Siete que afirmas que hay, y viviendo la vida que tú jamás llegarás a vivir — la histeria terminó por dominarla por completo, dio un grito y se abalanzó a los barrotes, metiendo sus brazos entre ellos para intentar alcanzarme. Me eché rápidamente hacia atrás, sin borrar la sonrisa de mi boca — Adiós, Siete.

Anduve de vuelta hacia mi tío, mientras que Gina me gritaba miles de maldiciones hacia mi persona. Él me miraba con una sonrisa marcada en el rostro, y una vez a su lado pasó su brazo por encima de mis hombros y subimos escaleras arriba.

Aquellas palabras que le había dicho a Gina me habían hecho reconfortarme a mí misma, en vez de hacerme sentir vulnerable me hizo sentir...más fuerte.

Quizás al fin y al cabo, había conseguido serlo.

Ya me parecía un poco más a mi padre. 

Siete ® H.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora