Algo cálido y húmedo pasa por mi mejilla, haciendo que suelte un gruñido y me remueva en el sitio sin abrir los ojos aún.
—Bagheera, déjame dormir... —me quejo.
Le aparto de mi cara para que deje de chuparme con su enorme lengua. Pero un momento... Los gatos no tienen la lengua tan grande. Cuando esa información es procesada por mi cerebro, mis ojos se abren en el acto de par en par al mismo tiempo que me incorporo de golpe. Al hacer esto, escucho como algo se queja al caer al suelo, por lo que frunzo el ceño con cierta confusión. ¿Pero qué narices...?
Muevo la cabeza de un lado a otro, observando todo a mi alrededor con detenimiento. Es entonces cuando me percato de que no me encuentro en mi piso. Estoy en un sofá ajeno, arropada con una manta de un verde oscuro, en una vivienda de alguien que desconozco. Ay, mi madre.
Cruzo las piernas sobre el sofá, como si de un indio me tratase y, a continuación, asomo la cabeza fuera de este para ver qué es lo que se ha quejado al caer al suelo. En ese momento, una pequeña bola de pelo se remueve boca arriba intentando ponerse en pie. Pero, pero, pero... es un perro.
El animal, en cuanto consigue ponerse sobre sus cuatro patas en condiciones, dirige su mirada a la mía y ladea la cabeza a la vez que saca la lengua; ja, las resacas no me sientan bien. El cachorrito es de la raza Carlino, con el pelo corto y marrón claro, aunque el pelaje de sus orejas y hocico es negro. Las ganas de cogerlo entre mis manos y abrazarlo cual oso de peluche se hacen presentes dentro de mi ser.
—¿Quién es tu dueño, chucho? —le pregunto sin dejar de mirarle.
El animal empieza a mover su cola de un lado a otro sin parar de observarme con la lengua fuera. ¿Cuándo me entrará en la cabeza que ningún animal va a contestar a mis preguntas?
—¿A quién llamas chucho? —Una voz ronca resuena por el lugar, demasiado cerca de mí.
Frunzo el ceño sin dejar de mirar al perro. ¡El chucho habla!
—Te estoy hablando. —La misma voz de antes se adentra en mis oídos otra vez.
—¿Puedes hablar? —indago acercando mi cara al perro.
—Vaya, parece que sigues estando drogada.
Unos brazos cogen al cachorro del suelo, haciendo que los siga con la mirada y mis ojos den con los oscuros de Axel. Esto provoca que pegue un salto en el sitio, un tanto asustada. Trago saliva y busco las fuerzas para poder hablar.
—¿E-es tuyo? —inquiero, señalando la bola de pelo que está entre sus brazos.
—No —contesta secamente.
Este vuelve a dejar al animal en el suelo. ¿En serio? "¿Es tuyo?" ¿Es que no hay algo más importante que preguntar? El cachorro se queda sentado en el suelo, observando la situación con una cara que, a mi parecer, es de lo más tierna y divertida.
—¿Qué hago aquí? —cuestiono.
Al fin algo coherente sale de mi boca. Axel desvía la mirada por unos segundos, llevándose una de sus manos a la nuca y, luego, vuelve a poner sus ojos sobre los míos. Williams coge una bocanada de aire que acaba por ir soltando de a poco.
—Estabas borracha y, por si fuera poco, te drogaron —informa.
Se pone de cuclillas y después se deja caer hasta quedar sentado en el suelo. El recuerdo de lo que pasó anoche, inunda mis pensamientos de forma inmediata, lo que hace que un escalofrío me recorra todo el cuerpo a causa del terror. No puedo creer que, lo que me hicieron ayer, se lo hagan a todas y cada una de las personas que entran nuevas en ese lugar. Es horrible.
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Criminal | EN FÍSICO |
AcciónKelsey, una novata en el cuerpo de policía, se ve en la obligación de vigilar a Axel, un expresidiario que no le pondrá las cosas fáciles. * Café es lo único que Kelsey Davenport ha visto, tocado, olido, hecho y repartido desde que llegó a comisaría...