👑 Capítulo 48

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Salgo del portal de mi edificio, notando el aire fresco de la noche penetrar por la tela de mi ropa hasta llegar a mi piel. No he cambiado mi vestimenta, llevo lo mismo que me puse esta mañana. A excepción de la chaqueta, ahora llevo una de cuero negro. No veía la necesidad de cambiarme para una simple fiesta y sigo sin verla.

Fred está enfrente de mí a unos cuantos metros, al borde de la acera con su espalda apoyada en el lateral de su coche. Este me muestra una sonrisa de medio lado en su rostro en el momento en el que me ve. Camino hasta su posición mientras me arropo con los extremos de mi chaqueta para evitar que el frío me haga temblar.

—Buenas noches, bella flor —me saluda mostrándome los dientes en una sonrisa más amplia.

—Hola. —Le devuelvo el gesto.

Turner se separa de su automóvil y da un paso hacia mí, con los brazos cruzados sobre su pecho.

—¿Preparada para tu fiesta?

—Sí —miento.

—Pues vamos —apremia.

Fred abre la puerta que está a su lado, la del copiloto, y luego me hace un gesto con su brazo para que entre. Estoy por decirle que no era necesario que me abriese la puerta, ya que podría haberlo hecho yo sin problema alguno, pero opto por callarme y hacer lo propio. Una vez que estoy sentada en mi respectivo asiento, el moreno cierra y se dirige a la parte del conductor.

Mi cabeza se centra en un pensamiento que lleva rondando por ella desde que he llegado a casa: la cartulina pintarrajeada y la acusación hacia Axel. Sigo con la mirada a Fred, viendo cómo se sienta en su sitio y se abrocha el cinturón de seguridad. Carraspeo con la garganta para llamar su atención. Él me mira, curioso.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Ya lo has hecho —se burla.

Arqueo una ceja y le observo sin gracia alguna para que entienda que, lo que quiero hablar con él, es algo bastante serio. Turner suspira y me hace ver que espera a que formule esa pregunta que he anunciado con anterioridad.

—¿Por qué has escrito en las cosas de mi investigación? —cuestiono.

Fred traga saliva con nerviosismo y no contesta. Pone su mirada fija en la carretera y se dispone a arrancar el coche. El motor ruge y el automóvil empieza a vibrar por el funcionamiento del mismo.

—Ponte el cinturón —ordena—. No queremos tener un accidente, ¿verdad? —Me mira por el rabillo del ojo.

Un escalofrío me recorre de pies a cabeza al interpretar sus palabras como alguna especie de advertencia amenazadora, provocando que me remueva en el lugar. Arrugo el entrecejo y me cruzo de brazos, adoptando una posición de enfado; está desviando el tema, si antes ya estaba segura de que había sido él el responsable, ahora lo estoy cien veces más.

—Fred.

—El cinturón —repite.

La frustración sale de mi interior en forma de un sonoro suspiro, como si de un toro a punto de embestir a su objetivo me tratase. No soporto que hurguen en mis cosas y las mancillen, y mucho menos que intenten ocultarme cosas que me conciernen.

Decido hacerle caso y abrocharme el cinto. Justo en ese instante, el coche comienza a moverse poco a poco fuera de su aparcamiento improvisado. Estoy segura de que, si no llega a ser porque su dueño estaba junto a él, se lo hubiese llevado la grúa.

—¿Por qué lo has hecho? —insisto.

Ni siquiera me molesto en mirarle, me quedo embobada observando cómo las calles pasan por mi ventanilla a una velocidad moderada. Me fijo en las personas que salen de paseo con sus mascotas, parejas o parientes y me da envidia. Hubo un tiempo en el que, después de cenar, siempre salía con mi familia a dar una vuelta. De pequeña, esa era la forma que tenían mis padres de agotarme para que durmiese del tirón sin despertarles de madrugada. En mi adolescencia ya no era así. Ellos se divorciaron y mi madre y yo empezamos a salir a esas horas con su hermano y mis abuelos para bajar la comida. Ahora estoy lejos de ellos y no tengo cosa mejor que hacer que quedarme en casa.

Criminal | EN FÍSICO |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora