Me mantengo con la mirada fija en la entrada del puerto; apoyo mi frente en el cristal de la ventanilla del coche de Fred, el cual se encuentra aparcado a unos metros del lugar, y suspiro con nerviosismo. La oscuridad de la noche me hacer ver el sitio con algo de miedo, a pesar de que hay varias luces repartidas que lo iluminan en gran parte.
Aprieto la tela de la mochila con las manos, en un intento de tranquilizarme un poco, pero no soy capaz de conseguirlo. Mi pulso está acelerado, siento los latidos de mi corazón en la sien y no puedo hacer nada por remediarlo. Creo que no he estado tan asustada en mi vida, ni siquiera con la novatada. Esto es mil veces peor. Estoy segura de que debo parecer un flan ahora mismo.
—Te estaremos esperando aquí cuando termines. —La voz de Fred me saca de mis pensamientos.
Me despego de la ventanilla y le miro con los ánimos por los suelos. A continuación, asiento para hacerle saber que estoy de acuerdo con lo que ha dicho. Él aparta las manos del volante y lleva una de ellas hasta mi rodilla izquierda, la que termina por apretar suavemente.
Escucho a Andriu moverse en los asientos traseros del coche y, antes de que pueda darme cuenta, la palma boca arriba de su mano aparece ante mis ojos. La observo con cierta confusión y, luego, dirijo la vista hacia a ella para que me explique lo que quiere. Cuando sus pupilas dan con las mías, ella alza las cejas.
—Dame la pistola —me ordena.
Frunzo el ceño. ¿Y ahora quiere verme muerta otra vez o qué?
—¿Pero es que quieres terminar de matarme? La necesito —objeto.
—Cierra la boca y dame la maldita pistola —espeta con molestia.
Miro a Fred con la esperanza de que me eche un cable, pero este observa la escena sin saber muy bien cuando y como intervenir. En cuanto él se percata de que estoy esperando su ayuda, se dispone a hablar.
—Andriu, ella necesita el arma.
Vuelvo a la mirada a la pelo azul, quien no tarda en rodar los ojos y soltar un suspiro exagerado de sus adentros.
—Lo primero que harán en cuanto llegue será cachearla de pies a cabeza —nos explica ella con poca paciencia—. Anda guapa, dame la pistolita.
Cojo una bocanada de aire y la expulso con lentitud, provocando que, por lo nervios, salga de forma temblorosa. Meto una mano en el interior de los bolsillos de mi sudadera y saco la pistola. Tras mirarla por unos segundos, se la entrego a Andriu un tanto dudosa.
A estas alturas, ya no sé sin confiar o desconfiar. Pero sabiendo que yo nunca he hecho algo así y ellos sí, creo que no tengo más opción que creer en su palabra.
—Yo hice la iniciación con esta panda de gilipollas, hazme caso —prosigue, dejando la pistola en el asiento libre que hay a su lado—. Ellos no suelen traer armas, el día que me tocó iniciarme me dispararon con la que yo llevaba encima.
La seriedad de su rostro a la hora de decirme esto me indica que no está mintiendo, que lo está contando con total sinceridad. Pero para asegurarme de ello, desvío la vista hacia Fred con la intención de que él me lo corrobore. Sus iris oscuros se posan en mí.
—Es verdad —afirma el moreno, con seguridad—. Ahora ve, entrega la mochila y vuelve aquí con lo que te den a cambio.
Asiento repetidas veces con la cabeza. Agarro una de las asas de la mochila y, después de desabrocharme el cinturón, salgo del coche. El fresco de la noche golpea mi cuerpo en ese instante, haciendo que me estremezca por unos segundos. Cierro la puerta del automóvil y echo un rápido vistazo a mi alrededor; el lugar está totalmente desierto, a excepción de nosotros, lo que no acaba por inspirarme mucha confianza. Aunque esto ha sido así desde que me metí en este gran lío. Me echo la mochila al hombro y me encamino hacia la entrada del puerto.
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Criminal | EN FÍSICO |
AçãoKelsey, una novata en el cuerpo de policía, se ve en la obligación de vigilar a Axel, un expresidiario que no le pondrá las cosas fáciles. * Café es lo único que Kelsey Davenport ha visto, tocado, olido, hecho y repartido desde que llegó a comisaría...