Les puse la primera parte por si no se acuerdan, así no tienen que buscarlo. Y, ya saben: no tiene descripciones físicas para que lo imaginen con la chica que quieran.
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___ POV
Me encontraba sentada afuera de su casa. Justo en el frente. Mis manos jugaban con las llaves de mi camioneta. El tiempo había pasado demasiado rápido. Hacía dos meses decidí irme. Era de noche... quizás poco más de las 9 p.m.
Miré hacia el cielo despejado. Había una que otra estrella en el firmamento rogando por atención. Suspiré. Una sonrisa fugaz escapó por mi labios. Suspiré de nuevo. Regresé mi vista hacia mis manos que seguían jugando inconscientemente con las llaves.
Por primera vez en esos dos meses, encontré mi verdadero yo. Encontré una razón por la cual seguir luchando. Maldito sistema. Maldito sistema que te dice qué hacer y si no lo haces, se asegura de hundirte. Hundirte hasta ser olvidado, enterrado en los confines del mundo.
Escuché ruidos justo atrás de mí. Es ella... ¿o quizás no? Sí: sabía que era ella. Lo sabía por el simple hecho de cómo abrió la puerta al salir, cómo dejó que la puerta se cerrara con un ruido fuerte; cómo dejó caer lo que traía en las manos: ella no esperaba verme de nuevo.
Me quedé quieta, analizando cada respiración que ella daba, cada paso que caminaba... me moví hacia la derecha, así ella podía sentarse a mi lado si así lo deseaba. Sorbí un poco por mi nariz: la noche comenzaba a ser cada vez más fría.
Finalmente escuché cómo los pequeños peldaños crujían mientras ella descendía hasta mi altura. Aspiró profundo y luego se sentó lentamente a mi lado. Sonreí ligeramente: seguía teniendo el mismo efecto sobre ella a pesar de todo.
—Volviste... —comenzó cautelosa.
No respondí de inmediato. Miré el cielo y noté que estaba más estrellado conforme el tiempo pasaba.
—Volví —confirmé.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó ligeramente más relajada.
—Bien. Es mi mejor momento —contesté.
Mis manos seguían entretenidas. Mi vista seguía hacia arriba.
—Lo siento —susurró—. Siento no haber sido la mejor.
—Algunas cosas no puedes cambiarlas —comencé—. Te disculpo, si eso te hace sentir mejor.
—Gracias —contestó.
Asentí ligeramente.
—¿Te... te quedarás? —preguntó esperanzada.
Voltee a verla. Su mirada se encontró con la mía, suplicante.
—Tuviste más de dos oportunidades, amor —respondí.
Siempre le gustó que la llamara así.
—Solo una más —suplicó.
Su voz quebrándose al hablar. Estaba a punto de llorar. Aparté la mirada de ella rápidamente y voltee nuevamente hacia arriba. Suspiré.
—Justo así me veía cuando me fui: destrozada —comenté amargamente.
—Mírame —exigió.
Voltee a verla. No quería, pero lo hice.
—Déjame demostrarte que he cambiado —dijo—. Al primer error puedes mandarme a la mierda.
—Algunas cosas nunca cambian —comenté.