1-A. La Autopista.

681 20 6
                                    

Era un verano infernal...

La gente ya debería estar habituada a sufrir unas temperaturas tan elevadas. De hecho, a estas alturas del siglo XXI, ya nadie dudaba de la existencia del Cambio Climático.

No obstante, aquel verano, en New Port City, en medio de ese extraño amasijo de empresas llamado Japón, el calor se estaba haciendo notar con mayor virulencia de lo habitual. Ya había quien pensaba en emigrar a los territorios del norte, porque ya se vaticinaba que el verano del año siguiente sería mucho más caluroso.

New Port City se caracterizaba por su aplastante presencia de rascacielos empresariales, surcada por una red viaria de puentes elevados. En aquel verano tan candente, los temblorosos espejismos se manifestaban entre los gigantescos edificios de paredes especulares. Dentro de esos titanes de aluminio y cristal, sus moradores vivían y trabajaban con cierto desahogo, pues la energía solar captada servía para alimentar los dispositivos ambientales de las sofisticadas oficinas, protegiendo a los trabajadores del calor extremo con el frescor del aire acondicionado.

Pero no se vivía así a nivel de la calle. Ni siquiera cobijarse a la sombra suponía alivio alguno. Los transeúntes trataban de evitar las horas centrales del día a toda costa. Pero a pesar de ello, el calor también afectaba a los ánimos de la inmensa ciudad. Aunque disponían de la más alta tecnología del momento, la gente reaccionaba con violencia ante la más mínima provocación. En esos días infernales, era muy habitual oír discusiones a gritos en las calles de New Port City. Prácticamente, la gente estaba dispuesta a luchar contra sus semejantes por cualquier tontería.

Ignoraban que, precisamente, esa misma actitud era la que atraía las visitas de viajeros no deseados. Porque había alguien que había venido de muy lejos y, que, desde las altas azoteas de los rascacielos, espiaba abajo, buscando su oportunidad de conseguir un trofeo más para su colección.

Porque, a pesar de que el mundo se encontraba en un periodo de paz relativa, esa gran ciudad se veía sacudida por algo peor que el calor. De hecho, se habían vuelto habituales los crímenes de delincuencia menor y de actos terroristas. Pues ese paraíso tecnológico y económico, también escondía una cara oscura y violenta.


Bajo uno de los puentes de la autopista que circundaba New Port City, un extraño artefacto descansaba, controlando la velocidad de los rápidos vehículos que circulaban por la vía de varios carriles. Se trataba de un tanque, pero no de uno grande e imponente. De aspecto esférico y menudo, el artilugio recibía el cariñoso apelativo de Bonaparte por los dos policías que descansaban en el interior del pequeño acorazado.

Si no hubiera sido por la acción del aire acondicionado, sería imposible permanecer dentro del reducido espacio interior del mini-tanque. Leona y Al, que así se llamaban estos dos agentes de patrulla, no podrían soportar estar encerrados en el pequeño Bonaparte sin el artificial aire fresco, en ese día infernal, en el que el calor encendía los ánimos de la gente más agresiva.

Al había aprovechado para tomarse una siesta, una costumbre que adoptó en su último viaje a España. En cambio, mientras que su compañero dormía en el puesto del conductor, Leona permanecía en alerta, dentro de la reducida torreta, comprobando las diferentes velocidades captadas por el radar del vehículo.

A Leona le rechinaban los dientes. Ella era la hazme-reír de la comisaría. Llevaba meses persiguiendo la banda de Bauko, un delincuente que demostró ser muy inteligente, pues siempre lograba escapar de las persecuciones de Leona a bordo de su Bonaparte. Pero ya hacía semanas que no tenían noticias de la dichosa banda. Se corría el rumor de que el tal Bauko y sus compinches ya habían abandonado la ciudad, en busca de otros botines en un territorio extranjero más fresco.

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora