4-D. El osario de metal.

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El Doctor se volvió a la robot de cuerpo iridiscente y conjeturó:

–Supongo que tú eres Sparker.

–Supone usted bien –sonrió Sparker–. Starscream y yo trabajamos juntos en esta base por el bien de Cybertron. No obstante, me temo que mi compañero se ha visto influenciado por los discursos y el fuerte carisma de Megatron. No quiso tener en cuenta que se puede trasladar Cybertron sin destruirlo y sin quemar la totalidad de nuestras reservas de energon. Fue una suerte que usted haya venido, Doctor. Así pude abrir los ojos a Starscream.

–¡No soy un decepticon! –protestó Starscream–. Los decepticons se creen seres superiores. Nosotros estamos por encima de esas consideraciones vanidosas.

–Cuando hablas así, me recuerdas mucho a Megatron.

–Vamos, Sparker, no es justo que me compares con ese tirano en potencia. Ya sabes que nunca le seguiré. Me molesta la idea de que otro ser tenga el control sobre mi existencia.

–Sin embargo, has saboteado inconscientemente el proyecto de Sentinel Prime. No está nada mal para alguien que asegura no ser un decepticon.

Starscream bajó la cabeza ante la más que justificada reprimenda de Sparker. Al ser testigo de esa escena que le resultó tan familiar, Karin preguntó:

–¿No estaréis casados?

La pareja de robots miró a Karin sin saber de qué estaba hablando esa chica. Ante lo cual, el Doctor aprovechó el silencio incómodo para retomar la conversación:

–Bien, ya que estoy aquí, pongámonos manos a la obra. Lo primero, necesito un teclado de mi tamaño. Tenemos, al menos, una hora de trabajo por delante.

Ante lo cual, Sparker escaneó al Doctor con un barrido láser que brotó de sus brillantes ojos azules. Luego se transformó en computadora, desplegando una pequeña consola para que el Doctor pudiera trabajar con las ecuaciones junto con Starscream.

Orión Pax no tardó en advertir que Karin se aburría con esos trabajos matemáticos. Se arrodilló para hablar con ella:

–Si quieres, te enseño otras partes de la instalación. Hay lugares de esta luna que son más antiguos que el núcleo de Cybertron.

Karin miró al Doctor, de espaldas a ella y entregado en un complejo diálogo matemático con Sparker y Starscream. Sí, presenciar esas tareas era aburrido. Aceptó la proposición de Pax.


Subida a bordo de Pax, Karin miraba a través de la ventanilla. Lo hacía a pesar de que le producía dolor de cabeza completar la grandiosidad de las instalaciones artificiales. Se preguntaba quién había levantado todas esas estructuras, quién había construido a los robots, para qué existía todo ese mundo artificial...

Pax descendió por la base de Starscream. Pronto llegó a las profundidades de la segunda luna. Allí reinaba la oscuridad. Si no hubiera sido por los faros de Pax, Karin no podría ver nada allí abajo. Pero a pesar de ello, pudo entrever la presencia de unos insectos robóticos, que huían de la lumbre de los faros, desapareciendo en la oscuridad profunda.

Pax se detuvo al lado de una grieta y dijo:

–Algunos mini-coms han pasado por aquí. Dicen que hay un tesoro ahí dentro. Pero yo nunca he podido entrar ahí. No quepo por esa grieta.

Entonces, Karin se acordó de la segunda parte del artefacto que habían venido a buscar. Aún guardaba vanas esperanzas de enamorar al Doctor. Pensó que si ella encontraba ese artilugio, podría ganar puntos ante él.

Así que se animó:

–Abre la puerta. Echaré un vistazo.

Karin se apeó y Pax se transformó, para poder enfocar mejor con sus focos alojados en el pecho del robot. Karin se valió de la lumbre de la capucha de su capa convertible. Se introdujo en la grieta, asombrando al robot con su valentía.

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora