2-A. La cara oculta de la Luna.

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También resultó ser una noche movidita para Karin Aoi.

Mientras que el cazador se divertía derrotando enemigos en New Port City, Karin tomó un taxi autónomo para volver al ministerio del tiempo. Afortunadamente para ella, los ingenieros estaban tan entretenidos con la retransmisión en directo de la cacería del edificio en construcción, que ninguno de ellos se percató de la presencia de la funcionaria rebelde. Así, Karin pudo entrar en la TARDIS sin llamar la atención de sus compañeros del ministerio del tiempo, usando la llave entregada por el Doctor.

Se sorprendió al entrar en la cabina y encontrarse con una sala tan recargada y ordenada. Allí convivían los muebles antiguos de madera con los futuristas de polímeros extraños. El mobiliario se disponía a lo largo de la única pared circular de la sala de control, de una manera aparentemente caótica, aunque Karin no tardó en apreciar que había un sentido oculto en la disposición de los distintos enseres. Incluso parecían ordenarse de acuerdo con las distintas puertas automáticas de la pared. Para nada se parecía al lugar ruinoso e incendiado que había visto la tarde anterior. Era cierto que la TARDIS tenía capacidad de regeneración, al igual que su dueño.

Karin pasó de distraerse con esa variedad espacio-temporal del mobiliario. Se centró en la consola central, encontrándose con que el Doctor no le dio bien sus indicaciones. Esa consola no se parecía para nada a los controles de las máquinas del tiempo del ministerio. No tardó en darse cuenta de que ese aparato fue diseñado para ser manejado por seis personas. ¿Cómo hacía el Doctor para pilotar él solo la TARDIS?

Se tomó su tiempo para familiarizarse con el panel hexagonal de mandos. A través del pinganillo del oído podía oír los sonidos captados por el micrófono que dejó en el cuello de la chaqueta del Doctor. Sabía que tenía tiempo de sobra para encontrar el dispositivo requerido. Pronto pudo encender una de las pantallas de tubos catódicos que colgaban del techo de la sala, sobre la consola de mandos. Allí pudo ver un plano vía satélite de New Port City, localizando las posiciones de la sede del ministerio del tiempo y del museo. Después, pudo usar la señal del micrófono-localizador para triangular con mayor precisión la posición exacta del Doctor.

Entonces llegó la parte más difícil del encargo del Doctor. Tenía que activar la TARDIS y trasladarla en el espacio para cuando oyera la orden radiofónica del Doctor. Y tuvo demasiado éxito, porque debió de encender la luz del techo de la cabina azul, y no tardó en oír los golpes afuera. Los ingenieros se habían dado cuenta de que alguien estaba dentro de la TARDIS y que pretendía llevársela.

A los ansiosos puñetazos del exterior se sumó el discurso del Doctor. Se estaba acercando el momento. Karin se concentró en entender los mandos de esa maldita consola. No se parecían para nada a los controles de una maldita cápsula. Estaba tan absorta con esa tarea, que ni advirtió el ultimátum que el Doctor le estaba formulando al cazador atrapado.

Solamente reaccionó cuando Karin oyó por segunda vez cómo el Doctor le daba la señal. Activó los conmutadores pertinentes. El objeto central de la consola empezó a bombear, subiendo y bajando. No supo que estaba moviendo a la TARDIS a la posición exacta del Doctor, hasta que vio cómo el Doctor se materializaba en el interior de la sala.

–Doctor, me ha mentido. No se parece en nada a una de nuestras cápsulas...

Karin enmudeció por sí sola, pasando por alto la posterior actuación del Doctor. Sus ojos se quedaron clavados en ese monstruo, que permanecía de pie al lado de la urna de la Piedra Atlante. Karin siguió paralizada, tanto por un profundo sentimiento de terror como por una prudente cautela, hasta que oyó de nuevo la voz del Doctor, que dijo después de dejar inmóvil la bomba central de la TARDIS.

–Bien, ya estamos a salvo.

–¿A salvo? –preguntó Karin con la vista fija en el cazador, que a su vez, miraba a la chica con la cabeza inclinada a un lado–. Doctor, esa cosa está aquí.

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora