3-I. Separación de caminos.

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Laureline y Croft contaron lo que sucedió cuando el grupo de Riddick salió a la superficie, después de que Jones hiciera rodar la piedra que tapaba el umbral de huída. Descubrieron que ya era de noche y que las serpientes deambulaban por la jungla, ansiosas por encontrar más comida y anfitriones para los huevos de la reina. Así que, antes de nada, Laureline llamó a la astronave en órbita con una señal radiofónica. Mientras aguardaban a que descendiera el vehículo, Riddick se quitó sus gafas opacas para poder vigilar a los bichos. Durante esa espera, él fue el único que pudo ver venir los ataques en la oscuridad nocturna, dirigiendo los disparos de Laureline y Croft.

Cuando la astronave aterrizó, la cuadrilla se dio prisa en subir por la rampa de acceso. Fue entonces cuando ese bicho saltó sobre Laureline, despojándola de su arma, que cayó fuera de la rampa.

Si no hubiera sido por la rápida actuación de Riddick y Jones, la serpiente habría capturado a Laureline. Riddick atacó al monstruo saltando desde arriba, descargando su puño sobre su cabeza con forma de pepino, logrando aturdirlo. Luego, Jones usó su látigo para agarrar una de las patas del bicho atontado y tiró de él, separándolo de Laureline. Croft se encargó de rematarlo con uno de sus precisos disparos. Pero esos impactos se produjeron demasiado cerca de Riddick. Fue alcanzado por las salpicaduras ácidas de las mortales hemorragias del bicho.

Cuando Aran se enteró de ello, salió corriendo a la parte posterior de la astronave. Riddick estaba tumbado en un camastro, con el brazo derecho envuelto en una disolución coloidal que estaba curando la quemadura química que cubría la extremidad. Al ver entrar a Aran, Jones guardó en su macuto una pieza antigua que estaba examinando.

Aran pidió a Jones que les dejaran solos. Entonces, Riddick esbozó una sonrisa irónica:

–Tenía que haberlo supuesto. Cuando Arnold me dijo que tu eres una cazarrecompensas, supe que terminarías por intentar capturarme para cobrar la recompensa que le han puesto a mi cabeza.

–Soy del futuro, Riddick –contestó Samus Aran–. De tu futuro. En mi época, eres una leyenda. El único criminal que nunca cumplió por completo sus duras condenas en prisión. El que se fugó de las cárceles más infernales que existen. El ejecutor de cazarrecompensas y exterminador de las criaturas más feroces. Por no hablar de tus encontronazos con esos malditos necróferos. No soy estúpida. En mi época estás desaparecido. Nadie me va a pagar por entregarte vivo o muerto. Además, no soy tan idiota como para ir por ahí, amenazando a las presas con decapitarlas y meter sus cabezas dentro de una caja.

Al oír las palabras de Samus, Riddick declaró:

–Vaya, me halagas. Ya veo que has oído hablar de mí.

Entonces, Samus desactivó su armadura, desmaterializando el blindaje al instante. Al despojarse de su sofisticado equipo de trabajo, Samus se mostró tal como era a Riddik, una hermosa mujer rubia que tenía un cuerpo de infarto, enfundado en un ajustado traje azul, y con los cabellos dorados recogidos en una cola de caballo. La mujer miró a Riddick con sus brillantes ojos azules y dijo:

–Desde que supe que Arnold había conseguido contratarte, quise pedirte un favor. Un favor que sé que me vas a conceder, si te lo pido con mucho, mucho, cariño.

Cuando oyó esa fórmula, Riddick no pudo evitar esbozar una media sonrisa. Su olfato podía captar las feromonas emitidas por el cuerpo de Samus. Gracias a ellas, supo que esa mujer tan hermosa no pretendía engañarle. Su deseo era sincero y apasionado, tal como le gustaba a Riddick.

Así que mientras Samus se acercó al camastro para tumbarse sobre Riddick y empezar a besarle con mimo en los labios, el rufián comentó:

–¡Las cosas que hago por las mujeres!

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora