5-H. La espada de luz.

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El Doctor no daba crédito a sus ojos.

¿Habían encontrado un arma capaz de generar luz sólida?

El Cazador también se sorprendió, aunque estaba algo desilusionado. ¿De verdad que su mano sostenía un arma invencible?

Lo mismo pensó Karin, que tambíen había visualizado una especie de artilugio capaz de vaporizar a todos los orcos con un único disparo.

En cambio, Tauriel y los orcos pensaban de la misma manera. Al presenciar la activación de ese sable de luz blanca, los orcos detuvieron la descarga de sus espadas y miraron al artilugio. Por su parte, Tauriel tuvo que ver al Cazador empuñando la espada al revés, al estar ella tumbada boca arriba sobre la macabra alfombra de cadáveres de sangre negra. Pero a pesar de ello, al hallarse ante la presencia de la espada láser, exclamó:

–¡Un sable de los dioses!

Mientras Tauriel miraba con reverencia la espada, los orcos reaccionaron con miedo. Se asustaron, maldijeron y retrocedieron, llegando a empujar a los compañeros que todavía bajaban por el corredor descendente. Al percatarse de la repentina actitud cobarde de los orcos, el Cazador sujetó la espada con las dos manos. Y cuando los enemigos le vieron adoptar esa pose, cundió el pánico entre la salvaje horda. Aunque algunos se atrevieron a armarse de valor para atacar al Cazador. El monstruo se defendió. Con un par de sablazos, partió en dos a los orcos que lo agredieron, armas y corazas incluidas. Cayeron hechos pedazos, con las heridas mortales cauterizadas al instante y el metal seccionado al rojo vivo.

Todos se sorprendieron ante la hazaña del Cazador. El monstruo blandió la espada, haciéndola zumbar al cortar el aire. Unos orcos se asustaron. Otros se enfadaron por las muertes de sus camaradas. Estos últimos se lanzaron al ataque.

El Cazador estaba dispuesto a batirse en duelo con ellos.

Pero entonces, las máquinas de las paredes cobraron vida. Desplegaron extremidades articuladas y atacaron a los orcos. Se centraron en los que todavía estaban encima de Tauriel, como si quisieran protegerla.

Las máquinas se separaron de la pared, levitando en el aire. Esos complejos amasijos de hierro escanearon a los tres viajeros del tiempo con haces de luz láser. Se fijaron especialmente en el Cazador, que seguía empuñando la espada de luz, sin todavía comprender qué estaba pasando.

Una vez que Tauriel pudo ponerse en pie, uno de los extraños artilugios se encaró con ella.

Tauriel no dijo nada al respecto en ese mismo momento, pero le dio la impresión de que, al mirar a uno de esos seres artificiales, estaba ante la presencia de otro elfo.

Una vez reconocidos a los amigos, las máquinas pudieron atacar a los enemigos. Se volvieron a la apretada tropa de los orcos. Los malvados seres, al verse atacados por unas criaturas metálicas tan extrañas, emprendieron una atropellada retirada. Se aplastaron entre ellos al tratar de escapar por el estrecho corredor. Los que no murieron asfixiados o magullados por sus compañeros cobardes, lo hicieron bajo las afiladas y fuertes extremidades de los robots flotantes.

En cuestión de minutos, el corredor fue despejado. Mientras tanto, los cuatro aliados permanecieron en la sala más profunda de la torre oscura, mirándose entre ellos. Seis de esos ocho ojos se centraban en el Doctor. Pero él no supo cómo responder a la pregunta que se estaban haciendo todos. ¿Qué eran esos robots?

Una vez que limpiaron la ruta de huida de enemigos, las máquinas volvieron a la sala, se reincorporaron a las paredes y no se movieron más.

–Creo que deberíamos salir de aquí antes de que una nueva horda de enemigos se atreva a bajar.

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora