1-J. La gran inauguración.

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La noche volvía a cernirse sobre New Port City, sin poder refrescar el caldeado ambiente con su negro velo.

Un par de potentes focos barrían el cielo nocturno. Esas poderosas luminarias estaban instaladas en el tejado del museo de historia antigua. Ese enclave fue el elegido para organizar la exposición científica que iba a durar varios meses, y que se convertiría en un gran escaparate para las mayores empresas multinacionales del planeta.

Por la calle que lindaba con la entrada principal del museo, iba desfilando una caravana de limusinas que marchaban de manera entrecortada. Los lujosos vehículos se detenían ante la entrada del museo, para que sus distinguidos viajeros pudieran ir apeándose e ingresar en el acto de inauguración. Políticos, empresarios, filántropos, ingenieros, científicos, artistas, famosos... La fiesta de esa noche estaba reservada para los más ricos, inteligentes, guapos y vanidosos de medio mundo.

En la entrada, Bouma y Pazu, los dos miembros de la Sección 9, se encargaban de regular la entrada al recinto. El primero, un grandullón calvo provisto de ojos prostéticos, se ocupaba de realizar inspecciones visuales con su vista mejorada. Mientras tanto, el segundo estaba encargado de hacer cacheos al azar entre los asistentes de la fila, con la intención de disuadir a cualquier alborotador que quisiera colar armas o explosivos en la exposición.

De hecho, al otro lado de la calle, se había congregado un variopinto grupo de manifestantes. Defensores de los derechos humanos, anarquistas, radicales de derechas o de izquierdas, activistas ecologistas, representantes de colectivos perjudicados por actividades capitalistas... Todos portaban sus carpantas y vociferaban sus consignas con las venas del cuello a punto de estallar.

Karin y el Doctor llegaron caminando al museo. Gracias a las entradas conseguidas en el ministerio del tiempo, pudieron cruzar el cerco policial. Pero cuando iban a pasar entre Bouma y Pazu, este último se dispuso a cachearlos.

–Déjalos, Pazu, los conozco. Pueden pasar.

Se volvieron a la Mayor, que fue la que permitió el paso del Doctor y su compañera. Y en esa ocasión especial, la mujer no iba equipada con uno de sus habituales uniformes. Se había puesto un vestido largo muy escotado y que dejaba una de sus largas piernas al aire. Cuando la vio, el Doctor se volvió a Karin para decir:

–¿Lo ves, todo el mundo se ha puesto elegante para venir aquí?

En efecto, Karin llevaba su traje ajustado y su cazadora convertible. Se defendió:

–Estoy más cómoda así.

–De acuerdo –sonrió el Doctor–. Te prefiero cómoda y formal, que elegante y enfurruñada.

Karin le devolvió la sonrisa. Le encantaba que el Doctor fuera tan comprensivo con ella.

Entraron en la exposición, en donde los mostradores comerciales convivían con expositores arqueológicos. Recibidos por el esqueleto de un gran tiranosaurio, los visitantes se internaban en un complejo mundo en donde las más antiguas tradiciones y lo último en tecnología coexistían. De hecho, el esqueleto de dinosaurio estaba acompañado por un gran tanque de la OCP, la empresa armamentística con sede en Detroit. Sin embargo, ese tanque no parecía poder competir con los demás vehículos articulados que salpicaban la exposición, que parecían robots gigantes.

Desde un escenario, un tipo llamado Katsura representaba a Hanka, el gigante de las empresas dedicadas a la fabricación de robots y cíborgs, enumerando las virtudes del último modelo de operadoras, unas muñecas con aspecto de colegialas que le acompañaban en esa plataforma.

Más allá, un representante de la Corporación Umbrella se jactaba de que su empresa era la que mejor estaba combatiendo los nuevos brotes de malaria en la cuenta Mediterránea. El Doctor notó cierta hostilidad en torno a ese stand y, cuando preguntó a Karin por el porqué, ella contestó que esa empresa estaba siendo investigada por la ONU, porque se sospechaba que estaba implicada en una soterrada trama de tráfico de armas biológicas.

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora