4-A. El planeta de las máquinas.

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Después de haber abandonado al doctor Jones en su despacho, el Doctor volvió a la TARDIS y la activó para llegar a su siguiente destino. Fue al levantar la vista y enfrentarse con la mirada de desaprobación de Karin, cuando el Doctor interrogó:

–¡¿Qué pasa?!

–¿No crees que te has pasado? –preguntó Karin.

–No, no me he pasado. Conoces la historia de la guerra fría, con dos bloques amenazándose con armamento nuclear. Si uno de los dos descubre la fusión fría antes de tiempo, se produciría una hecatombe de proporciones apocalípticas. Tu civilización, y otras muchas que hay en el futuro de la humanidad, no llegarían a existir. Hice bien en quitarle a Jones esta pieza.

–No, lo entiendo, comprendo por qué le requisaste la baldosa. Lo que no entiendo, es por qué tuvimos que dejarle atrás. El tal Indy me caía bien. ¿No te hubiera bastado con echarle la bronca? Puede que volvamos a necesitar sus servicios de lingüista.

–¿Tú crees? –cuestionó el Doctor al tiempo que le enseñaba la losa de piedra a Karin. Entonces, ante los ojos de la chica, los glifos y los signos se fueron deformando hasta transformarse en caracteres japoneses–. Yo ya he aprendido la lengua de los dioses antiguos de este universo. Por lo tanto, la TARDIS puede traducir este idioma a mis compañeros de viaje.

Karin se volvió a las pizarras. No tardó en ver cómo aparecían ideogramas japoneses y números árabes entre las rutas espacio-temporales trazadas.

Si le sucedía lo mismo al Cazador, no lo dijo.

No obstante, a pesar de esta mejora en el circuito lingüístico de la TARDIS, Karin tuvo que insistir:

–Todavía me parece que ha sido una crueldad dejar a Jones detrás.

–No –corrigió el Doctor–, habría sido cruel si me hubiera enfadado de verdad con él, dejándole tirado en Nibiru. He querido hacer un castigo ejemplar con él, por si alguien más, que yo me sé, se le ocurre la feliz idea de traicionarme.

Esta última frase la dijo mirando al Cazador, que debió de incomodarse al oírla, porque entonces se retiró a su habitación.

Ante lo cual, Karin otorgó callando. Tenía amigos cuyas familias todavía sufrían tumores por culpa de lo sucedido en Hiroshima, Nagasaki y Fukushima. Quizás sí era cierto que el Doctor había hecho bien a la hora de deshacerse de un aventurero tan valioso.


El viaje de la TARDIS continuaba, retrocediendo millones de años en el tiempo para aterrizar en ese planeta de otra galaxia.

El Doctor ya se había cambiado de ropa. Listo para bajar en la siguiente parada, se había equipado con una escafandra cuyo casco se plegaba sobre la cabeza del usuario en caso de emergencia. Era lo que iba a necesitar en su nuevo destino, según los datos que Jones dejó escritos en la pertinente pizarra. El Doctor descansaba recostado sobre un inactivo sillón de masaje, con las manos cruzadas sobre el vientre, esperando con paciencia a que la TARDIS terminase de realizar el trayecto programado.

Así le encontró Karin, que salió de su habitación después de hacer una merecida siesta. Ya lista para volver a la exploración, Karin se acercó al Doctor, que la miró de reojo al advertir su presencia:

–¿Quieres algo?

Karin  no aprovechó la pregunta del Doctor para contestar y abrirse a él. Lo había meditado desde que salieron de Nibiru. Consideraba que era inútil comerse el coco por culpa de semejante historia. No paraba de acordarse de esa larva de serpiente intentado copular con su cara. Todavía podía sentir esa cola apretando su cuello para asfixiarla. Era consciente de que estuvo a punto de morir. Y no se quitaba de la cabeza la imagen de Samus y Riddick juntos, a punto de amarse físicamente.

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora