7-A. La señal de socorro.

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La TARDIS deambulaba por el espacio-tiempo. El Doctor había recuperado esa vieja costumbre de trasladarse libremente a través de las dimensiones del universo, sin prefijar el destino.

Con la excepción de que el universo por el que viajaba no era el suyo.

Tumbado en el inactivo sillón de masajes, el Doctor sopesaba el sable de luz que sostenía con las manos. Él nunca fue amigo de llevar armas encima. Pero la espada láser era diferente a todos los artilugios letales que había visto a lo largo de su existencia. Usado por alguien instruido, ese sable se puede usar tanto como defensa como para ataque.

No obstante, no llegaba a superar en versatilidad a su destornillador sónico de toda la vida. Además, prefería utilizar antes herramientas que armas.

Aunque tenía que admitir que el universo en el que se encontraba era más peligroso y violento que el del que había venido. Quizá tenía algo que ver en esa diferencia, el hecho de que los daleks nunca existieron en el actual universo. Nadie había exterminado a las especies más letales y peligrosas que llegaron a existir.

¿Significaba que los daleks habían hecho algo bueno exterminando a tantas especies?

El Doctor negó con la cabeza, pensando en la cantina de Tatooine, en su variedad de clientes y su animado ambiente. El Doctor se convenció de que la inexistencia de los daleks favorecía a la diversidad y riqueza del universo. También se imaginó que si un dalek llegara a entrar en esa cantina, terminaría por vomitar dentro de la carcasa, al ver a tantos seres diferentes entre ellos conviviendo dentro de un mismo recinto y pasándoselo bien con sus interrelaciones varias.

Posó la vista en el cráneo que habían recogido en la segunda luna de Cybertron. El artefacto todavía descansaba sobre la consola central de la sala de control, al pie del cilindro que bombeaba. Todavía no sabía de dónde habían salido esos extraños robots, esqueletos metálicos cubiertos por tejido vivo. El Doctor escrutaba los ojos apagados del reluciente cráneo, como si de un momento a otro empezase a hablar, desvelando sus secretos.

Después de meditarlo, el Doctor tomó una determinación. Pretendía visitar el mundo natal del Cazador. El monstruo no dijo nada al respecto, pero al Doctor le intrigaba que no le hubiese pedido que le dejara en su casa, ya que el arma invencible resultó ser más efectiva cuando era empuñada por el Doctor. Por lo tanto, el Cazador ya no tenía motivos para permanecer a bordo de la TARDIS.

De todas maneras, al Doctor le picaba la curiosidad. La última vez que estuvo en el planeta natal de los cazadores, sus habitantes ya fueron exterminados por los daleks varios milenios atrás. Quería ver cómo vivían esos seres, cómo era su sociedad y cómo se desenvolvían bajo las rudas y honorables normas de la caza.

Estaba en mitad de ese trayecto cuando, de pronto, sonó una alarma. El Doctor se levantó del sillón y miró a las pantallas en blanco y negro. No tardó en llamar a gritos a sus compañeros de viaje:

–¡Karin! ¡Cazador! ¡Venid aquí! ¡Ahora!

La chica y el monstruo se presentaron enseguida en la sala de control. Karin preguntó:

–¿Qué pasa, Doctor? ¿A qué viene tanta prisa?

–La TARDIS acaba de interceptar una señal de socorro –informó el Doctor, analizando el mensaje en la pantalla–. O al menos, es lo que creo. ¿Veis los signos? Significa que ha sido emitida por una de esas civilizaciones que fue exterminada por los daleks en mi universo. Pero con las notas del doctor Jones, puedo traducir parte de lo que dice. Estamos en peligro, Nos están matando y Solicitamos refuerzos. El resto no puedo traducirlo todavía.

–¿No sería mejor pasar de largo? –se incomodó Karin.

–En mi universo hay una ley que obliga a los viajeros espacio-temporales a cumplir con su deber de responder a las señales de socorro captadas –enunció el Doctor–. Supongo que hay algo similar en este universo. Además, mi conciencia no me permite ignorar una petición de ayuda. Siempre tengo que parar y echar una mano.

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora