3-A. El cementerio espacial.

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Hacía calor en la angosta jungla. Un calor opresivo que se sentía más agresivo por culpa del alto nivel de humedad de la selva. En esa maleza alienígena, con arbustos de hojas que presentaban formas extrañas, con árboles que formaban un opaco techo de donde colgaban lianas, y con insectos del tamaño de una rata que volaban por entre las plantas, las condiciones climáticas creaban una capa de niebla que cubría el suelo tomado por la raíces, en ese gran tejido viviente coloreado por la clorofila y ambientado por los cantos nupciales de exóticas formas de vida.

En medio de ese jardín salvaje, las pequeñas criaturas saltaban de entre los arbustos, espantadas por la repentina carrera de esos dos seres que habían venido de otro planeta. Eran dos hombres, que huían por la selva, con sus uniformes de exploradores espaciales rasgados por las hojas de la jungla.

Ya exhaustos, los dos hombres se detuvieron para recobrar el aliento. Cubiertos de sudor, los dispositivos de refrigeración de sus prendas se recalentaban al intentar bajar la temperatura corporal de sus cuerpos.

Uno de ellos miró en derredor y comentó:

–Creo que ya no nos sigue. ¿Qué era esa cosa?

–No lo sé –contestó el otro–. Nunca vi nada igual, Weaver. ¿Has visto? En el campamento estaban todos muertos. ¿Crees que ha sido esa criatura?

–No lo sé, Ryder –jadeó Weaver–. Nunca vi nada igual. ¿Te has fijado? Creo que la mitad de nuestros compañeros han desaparecido...

Weaver enmudeció por sí solo.

El silencio se había vuelto a imponer en la selva, de igual manera que la última vez que fueron asaltados por esa criatura.

–¡Corre!

Al grito de Weaver, ambos hombres reemprendieron la huida. Y aunque no eran capaces de verlo, sí podían oírlo, detrás de ellos, removiendo las hojas de los arbustos.

Con mala fortuna, Ryder tropezó con una raíz y cayó. Preso del pánico, Weaver le dejó atrás. Y al entrever esa sombra detrás de él, recortándose entre la maleza, Ryder se puso de pie y volvió a correr con todas sus fuerzas, huyendo de ese monstruo horrible.

Volvió a tropezar. Pero en esta ocasión, lo hizo con el torso de Weaver, que estaba tumbado boca abajo sobre el suelo invadido por las raíces y la niebla. Preocupado por su amigo, Ryder intentó ayudarle.

Pero al darle la vuelta, encontró a esa criatura viscosa agarrada a su cara.

Horrorizado, Ryder se puso de pie y retrocedió de espaldas, hasta quedar arrinconado por el grueso tronco de un árbol. Permaneció con la vista clavada en su agonizante amigo, que todavía vivía a pesar de que esa cosa estaba bloqueando sus vías respiratorias, hasta que sintió cómo un fluido viscoso y caliente caía gota a gota sobre su cabeza, para luego deslizarse por su cara abajo.

Sin atreverse a mover, Ryder alzó la cabeza con lentitud.

Y cuando lo vio encima de él, descolgándose de la tupida copa del árbol, Ryder gritó con todas sus fuerzas.

El horripilante alarido se extendió por la selva, espantando a los animales voladores. Fue un desesperado grito que se cortó de golpe.


No muy lejos de allí, una cabina azul se materializó entre la persistente neblina. Después, la TARDIS se abrió. El Cazador fue el primero en salir, verificando al instante que su camuflaje óptico no funcionaba bien en una atmósfera tan húmeda, por lo que decidió mantenerlo desactivado. Cuando comprobó que no había peligro a la vista, hizo una señal adentro, para que salieran sus compañeros de viaje; Jones, Karin y el Doctor. Este último y la chica también se cambiaron de ropa. El Doctor iba ataviado con un conjunto de explorador del siglo XIX, con saracov incluido. Karin se había vuelto a equipar con su uniforme ajustado y la capa convertible, más su pistola reglamentaria que colgaba del cinturón sobre su cadera derecha. Al ser el Doctor el último en salir, cerró con llave la puerta.

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora