Doctor Who. Crossover.

5-B. Los jinetes oscuros.

No pasó nada durante los siguientes minutos.

El tipo de la capa negra no se movió. El Doctor aprovechó ese tenso tiempo de espera para analizar la situación. ¿Se estaban enfrentando a un fantasma? ¿O a un ser vivo que estaba experimentando un permanente estado de desplazamiento de fase?

El Cazador se mantenía en guardia. Dispuesto a atacar a la menor provocación. Lo mismo le pasaba a Karin, que cogía la pistola con las dos manos a la vez que apuntaba con el arma al suelo.

Fue ella la que se le ocurrió romper el ventoso silencio de la falda de la montaña volcánica:

–¿Qué hacemos ahora, Doctor?

En ese momento, la entidad pareció girar su cabeza hacia Karin. La volvió al Doctor cuando éste contestó:

–Hemos matado a sus subordinados. Es muy probable que no esté muy contento. Comprendéis ahora por qué prefiero parlamentar antes que luchar.

El Cazador se dio cuenta al instante. El ser reaccionaba a los sonidos. ¿Acaso estaba ciego?

De repente, la entidad espectral chilló, emitiendo un sonido tan agudo, que los tres viajeros del tiempo tuvieron que taparse los oídos para protegerlos. Y no era un simple grito. Podían oír palabras en ese lenguaje hiriente, palabras que podrían entender si sus oídos no estuvieran sufriendo un dolor tan insoportable y espantoso.

Cuando el ser terminó de gritar, los tres viajeros encontraron alivio en el silencio que prosiguió a continuación.

Pero la calma no duró. Oyeron un segundo chillido, similar al primero. Venía de la torre oscura del norte y se extendió enseguida por todo el territorio de ese reino de las tinieblas.

Entonces fue cuando el espectro de la capa negra actuó. Se abrió sus prendas, lo suficiente como para que se asomara una mano enfundada en un guantelete de hierro, que mostraba la empuñadura de una espada, cuyo fantasmagórico filo de metal apareció de golpe, como si se hubiera materializado a partir de la condensación de partículas gaseosas del aire. No tardó en deslizarse adelante, sin prisas y sin pausa, con la intención de agredir a los tres viajeros del tiempo con su gran arma blanca.

Ante el avance decidido del enemigo, Karin fue la primera en reaccionar. Movida por un inexplicable sentimiento de terror, abrió fuego, acribillando al agresor:

–¡Karin, no!

La negativa del Doctor estaba más que justificada. El enemigo enfiló hacia Karin cuando comenzaron a producirse los primeros disparos. Era cierto que ese tipo no veía bien.

Además, el Doctor podía sentirlo mejor que sus compañeros de viaje. Ese enemigo irradiaba una energía maligna que llenaba de terror los corazones de los seres vivos que tuvieran la desgracia de estar cerca de él. Y era evidente que Karin estaba a punto de dejarse llevar por el pánico. Casi ninguno de sus disparos acertaba en el enemigo. Y cuando lograba alcanzar al agresor, lo único que conseguía era producir agujeros en esa capa negra. Si había algo vivo bajo la enlutada tela, las balas no parecían dañarlo gravemente.

De hecho, se acercó tanto a Karin, que llegó a levantar la espada, justo cuando a la chica se le agotó la munición. No tardó en descargar el filo del arma sobre la indefensa Karin.

Pero la lanza telescópica, empuñada por el Cazador, se interpuso entre Karin y la espada del enemigo. El enlutado se volvió al Cazador. Ambos empezaron a luchar cuerpo a cuerpo, espada contra lanza, espectro contra bestia.

El corazón del Cazador también estaba infestado por el miedo que irradiaba ese maldito enemigo. Pero en él tenía el efecto contrario al deseado por el enlutado agresor. El Cazador había experimentado ese terror tantas veces en su vida llena de cacerías, que sabía canalizar esa sensación. Así que en vez de encoger la cabeza y acobardarse, el Cazador luchaba con redomadas energías. Los dos combatientes peleaban con fiereza en la falda de la montaña volcánica. Entrechocaban sus metales con tanta fuerza, que más de una vez se produjeron chispazos que tuvieron que verse desde muy lejos.