6-F. El emperador galáctico.

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El Doctor tenía que haberlo supuesto. ¿Dónde guardaría el Emperador sus más grandes secretos? Pues en su propio dormitorio.

–¡Guardias! –bramó el Emperador, ciego de ira–. ¡Hay un intruso en mis aposentos!

Se oyó una alarma estridente. El Doctor pensó en luchar o en salir corriendo. Pero se quedó quieto, ante la inquietante presencia del Emperador. Sabía lo que iba a pasar a continuación.

Los soldados entraron por la puerta principal. Encañonaron al Doctor y el intruso se rindió, mostrando las palmas de las manos en alto.

La alarma se silenció una vez que el Doctor fue apresado.

–¡¿Quién eres tú?! –interrogó el Emperador, fulminando al Doctor con su penetrante mirada de ojos amarillos–. ¡¿Cómo has llegado hasta aquí?!

–Soy el Doctor. Y supongo que tú eres el famoso Emperador del que tanto he oído hablar.

El Emperador se tomó unos minutos para examinar al intruso. Después de perforarle con su siniestra mirada, observó:

–La Fuerza es intensa en ti, Doctor. Pero no eres un Jedi, ni tampoco un Sith. ¿Acaso eres de otro universo?

–Cierto, vengo de muy lejos. Se puede decir que no tengo nada que ver con vuestro Imperio y con vuestras revueltas. Pero he oído hablar de ti. El antiguo canciller de la República, que organizó una guerra para llegar al poder y que está preparando otra para consolidarse.

El Doctor dijo esa última frase señalando al holograma del ordenador, que todavía estaba girando sobre su eje vertical. El Emperador no le dio importancia. Se rio igual que un perro pulgoso y habló de su obra:

–Me tiene sin cuidado que descubras mi proyecto antes de tiempo. Esta estación de combate será la fuerza definitiva del universo, capaz de destruir un planeta con un único disparo. Con la Estrella de la Muerte en mi poder, ninguna civilización de esta galaxia se atreverá a levantarse en armas contra mí. Ya no necesitaré al senado para poder controlar los gobiernos locales de mi Imperio. Gobernaré a través del terror, terror a la aniquilación total. Nadie se atreverá a cuestionar mis órdenes.

–Siga repitiéndose eso, a ver si cuaja –se rio el Doctor–. La gente no se volverá sumisa cuando esta estación esté construida. Reaccionará. Ni siquiera valdrá para aplastar a esos rebeldes que tanto le molestan. Solamente servirá para engrosar las filas rebeldes. Sus súbditos se revolucionarán y caerán tus estatuas. Además, esta estación no funcionará. Me encargaré de ello.

–Supongo que te refieres a los fallos de diseño que detectaron los ingenieros a los que mandé analizar los planos originales que me trajeron desde Geonosis –siseó el Emperador–. No te preocupes, Doctor. La Estrella de la Muerte no estallará después de efectuar tres disparos a plena potencia. Y además, también resolvieron el problema de trasladar la estación de un sistema estelar a otro. Y por cierto, si tenías la vana ilusión de detenerme, que sepas que has llegado tarde. La Estrella de la Muerte ya está construida. Dentro de unos días estará completamente activa. Y será entonces, cuando se inicie una nueva era de paz en todo el Imperio.

–Da igual que esté activada o no –señaló el Doctor–. La gente no tolerará la existencia de tamaña monstruosidad. Se revelarán.

–Subestimas el poder del reverso tenebroso de la Fuerza –sonrió el Emperador. Se volvió a los soldados y al señalar a una pareja, les habló–. Vosotros dos. ¿No erais los que estabais guardando la puerta de mis aposentos?

Los soldados señalados, al sentirse aludidos, encogieron la cabeza entre los hombros. Uno de ellos se atrevió a replicar:

–Señor, nos presentó unas credenciales muy creíbles...

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora