4-F. Los invasores toman tierra.

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Desde las ventanillas del autobot, el Doctor divisaba las explosiones de la gran batalla espacial. Aquello no tenía buen aspecto. Sabía muy bien que los daleks tenían ventaja en el espacio. La única manera de combatirlos era en tierra, donde los resistentes disponían de parapetos para protegerse de sus rayos de la muerte.

En mitad de ese recorrido, el Doctor advirtió que parte de los escuadrones daleks se disgregó para ir descendiendo a cada uno de los cuatro astros artificiales del cuadrante. Después de haber visto cómo tres estelas de esas unidades acorazadas aterrizaban adelante, en la lejana colina en donde estaba la TARDIS, el Doctor no se sorprendió al oír la voz radiofónica de Sparker:

–¡Doctor! Está llamando su amiga desde la TARDIS. Están disparando a su vehículo.

–Quieren la TARDIS para traer a más supervivientes de las Guerras del Tiempo a este universo –conjeturó el Doctor–. No la destruirán. Dígales a mis compañeros que enseguida estaré allí. Y que, pase lo que pase,no salgan afuera. Se me ocurrirá algo. Siempre se me ocurre algo.


En efecto, tres daleks había rodeado la TARDIS. Con sus disparos, pretendían debilitar el escudo que protegía a la cabina azul. Deseaban entrar dentro y usar los recursos de la TARDIS a favor de la causa dalek.

Dentro, Karin tenía que retener al Cazador empujándolo con sus manos enguatadas. El gran guerrero no quería permanecer escondido en la sala de control. Cada vez que oía cómo un nuevo tiro se desintegraba contra el campo de fuerza del exterior, el Cazador hacía un amago de saltar hacia la puerta. Y Karin no sabía qué se iba a agotar antes, si los cañones de los daleks, las reservas energéticas de la TARDIS, o sus propias fuerzas físicas, que eran lo único que impedía que el Cazador saliera afuera, a pesar de las advertencias radiofónicas enviadas por el Doctor.


En la órbita de Cybertron, un vehículo transformable recobraba la conciencia.

Se encontraba pegado a una gran estructura metálica. Cuando se dio cuenta de que estaba sobre un pedazo de Cybertron, Starscream fue consciente de lo potente que era el bombardeo sufrido por el planeta de las máquinas. El platillo volante seguía disparando su arma principal. Poco a poco, iba destruyendo el mundo artificial, agrandando el cráter que ya cubría una cuarta parte de su superficie.

Al ser consciente de que la batalla no había terminado, Starscream intentó transformarse en robot. Pero estaba demasiado dañado para conseguirlo.

Fue después de esa intentona cuando oyó la voz radiofónica de Jetfire:

–Quieto. Todavía no terminé de repararte.

En efecto, el gran robot blanco se encontraba al lado del caza rojo, intentando reparar sus conexiones internas.

–Tenemos que hacer algo ahora –protestó Starscream–. Si no contraatacamos ahora, no quedará mucho de Cybertron que defender.

–Y si no te quedas quieto, no podré terminar con tus reparaciones –replicó Jetfire–. Cybertron necesita defensores capaces, no heridos inútiles.

–¡No me digas inútil! –protestó Starscream.

Lo cierto era que el orgulloso robot se encontraba muy dolido. Se suponía que los habitantes de Cybertron formaban parte de la civilización más avanzada del universo, la más grande e invencible. Pero a pesar de ello, estaban siendo derrotados por esos cubos de basura flotantes. Nunca antes había sufrido una vergüenza tan intensa.

Mientras era reparado por Jetfire, Starscream oía las comunicaciones radiofónicas de la batalla. Los daleks apenas hablaban entre ellos, como si no necesitasen coordinarse para combatir. En cambio, los vehículos transformables no paraban de emitir mensajes de ayuda. Aunque muchos de ellos eran derribados, todavía había combatientes que necesitaban apoyo, que requerían refuerzos, unos que no llegaban.

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora