1-F. El Doctor y el ingeniero.

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Ajenos a los luctuosos hechos acaecidos en el muelle, Karin y el Doctor se dirigían a la sede del ministerio del tiempo a bordo de un taxi autónomo.

A pesar de que era evidente que el Doctor ya era un viajero veterano, Karin observó que ese hombre se pasmaba ante lo que veía a través de la ventanilla del vehículo. El Doctor tenía la cara pegada al cristal, como si le hipnotizasen las luces de la ciudad. Se fijaba especialmente en cualquier anuncio, tanto holográfico como en formato de cartel, que promocionaban las ventas de los últimos adelantos tecnológicos de la época.

El Doctor estaba alucinando. De vez en cuando hacía comentarios sobre los mensajes publicitarios que leía. Cíborgs de cuerpo completo, tratamientos que borraban los efectos fisiológicos del envejecimiento, videojuegos de realidad virtual inmersiva, conversiones en cibercerebros, conexiones ilimitadas a la red de redes, avanzadas muñecas sexuales, viajes turísticos a Marte o a épocas históricas pasadas...

El Doctor no daba crédito a sus ojos. El siglo XXI que él recordaba no estaba tan tecnológicamente avanzado. ¿Qué había pasado? ¿Acaso la no existencia de los Señores del Tiempo resultó ser beneficiosa para la humanidad de ese universo paralelo?

El taxi llegó a las dependencias del ministerio del tiempo, alojadas en uno de los grandes rascacielos de New Port City. Una vez apeados, Karin y el Doctor entraron en el edificio. Después de identificarse al androide de seguridad que atendía el mostrador de la recepción, tomaron un ascensor que les llevó al búnker que cimentaba el edificio. Así entraron en una sala gigantesca, reforzada con titánicos contrafuertes, en donde estaban estacionados en batería las distintas cápsulas que los funcionarios autorizados del ministerio utilizaban para viajar en el tiempo. El Doctor no tardó en mofarse con ironía de esos vehículos esféricos que tenían unos diez metros de diámetro:

–¿Y no tenéis artilugios más grandes? Si aterrizas con uno de estos cacharros en plena era de Edo, provocarás una paradoja nada más aparecer.

–Todavía no aprovechamos el espacio como hacéis los Señores del Tiempo –replicó Karin–. Pero no sufra, Doctor. Poseemos un mapa espacio-temporal que nos indica la localización de todas las grades grutas y simas de Japón. De hecho, uno de los principales motivos que tenemos los japoneses para viajar en el tiempo, es para comprobar en persona los efectos de los grandes terremotos y erupciones volcánicas del pasado, y así, poder predecir los cataclismos del futuro.

–Supongo que gastáis una gran cantidad de energía con cada viaje –continuó el Doctor con su análisis, ignorando la sesuda explicación de Karin–. Todavía estáis muy verdes.

Karin se volvió a tragar las ganas de darle una bofetada a ese petulante con acento francés y aires de superioridad. No sabía qué capacidades tenía el Doctor y se guardaba de invocar sus iras. No obstante,  falló en esa misión cuando alcanzaron la amplísima plaza de aparcamiento en donde habían estacionado la TARDIS.

–¡No! ¡¿Pero qué habéis hecho?! ¡Es la última vez que dejo la TARDIS abierta!

El Doctor exclamó porque la TARDIS estaba destripada y con la puerta abierta. A su alrededor, un grupo de ingenieros esparció varias piezas carbonizadas del interior del vehículo. Y desde afuera, parecía mentira que toda esa chatarra cupiera dentro de una cabina tan pequeña.

Sin mediar palabra, el Doctor entró dentro de la TARDIS, pasando olímpicamente de los científicos que trabajaban en esa plaza. Así dejó a Karin afuera, que se acercó al jefe de los ingenieros, que en ese momento estaba roncando y despatarrado sobre una silla de trabajo, porque se había pasado casi toda la noche trabajando.

–¡En pie, Masakazu! –rugió Karin al tiempo que le daba una patada al mencionado ingeniero.

El tal Masakazu despertó sobresaltado, llegando a caerse de la silla. Luego, cuando advirtió que Karin estaba presente, se le cayó la baba al decir:

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora