5-A. El reino de las tinieblas.

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La TARDIS viajaba a través del espacio-tiempo, directamente hacia el destino de la tercera pizarra.

El Doctor se encontraba a solas en la sala de control. Sostenía en una mano el pesado cráneo que Karin había recuperado de las profundidades de la base de Starscream.  Lo miraba pensativo pero, a diferencia de Hamlet, no se cuestionaba por el ser o no ser.

El Doctor se hacía otras preguntas. ¿Qué eran estos robots? ¿Cómo habían llegado a la segunda luna de Cybertron? ¿Por qué se los había encontrado en tres coordenadas espacio-temporales diferentes?

El Doctor examinó los datos de navegación. La TARDIS se trasladaba millones de años en el futuro, a una galaxia muy lejana. Y ese universo, a pesar de ser paralelo al suyo, le seguía resultando ser muy extraño e inexplorado. Nunca encontró Nibiru ni Cybertron en su universo. Si existían allá, todavía no los había localizado, al haberse pegado tanto a la estela de sus queridos seres humanos.

Y desconocía en qué tipo de mundo iban a aterrizar en breve. Así que se lo tomó con calma cuando por fin llegaron. Antes de salir, el Doctor analizó la atmósfera del exterior. Calor, aire respirable, azufre... Luego llamó a sus dos compañeros. Karin, al ver al Doctor ataviado con su traje verde de músico electrónico, preguntó:

–¿No te vas a poner otra cosa?

–Cuando algo te funciona, ¿por qué vas a cambiar? –replicó el Doctor–. Os he llamado porque acabamos de llegar al tercer destino. Al parecer, hay azufre en la atmósfera y mucho calor, aunque no tanto como para hacernos daño.

–No se preocupe, Doctor –dijo Karin a la vez que comprobaba la munición de su pistola–. Después de lo que hemos visto, incluso estoy lista para atravesar el infierno.

El Cazador apoyó esa afirmación, activando el cañón del hombro y su juego de miras láser.

Pero el Doctor no estaba tan tranquilo. Miró a la pizarra. Entre los garabatos, el doctor Jones había dibujado una alta estructura, una especie de torre. Todavía no sabía por qué, pero ver ese dibujo le producía un escalofrío que le bajaba por la médula espinal.

Procedieron como ya era habitual. El Cazador activó su camuflaje óptico y salió de la TARDIS para echar un vistazo. No tardó en volver, haciendo señas visibles para que sus dos compañeros de viaje cruzaran la puerta.

El Doctor fue el último en salir, cerrando la cabina azul para después guardar la llave en un bolsillo.

Fue al mirar a su alrededor, cuando imitó la cara de estupefacción de Karin.

Se encontraban en la falda de una montaña cubierta de ennegrecida roca volcánica. De hecho, estaban en un volcán. Lo comprobaron cuando alzaron la vista y vieron la nube de ceniza que se elevaba en el aire para cubrir gran parte del cielo azulado. La capa de detritos era tan gruesa que, a pesar de ser mediodía, parecía que ya era de noche.

Examinaron el entorno. Todo era ceniza negra hasta las altas y lejanas montañas oscuras que cercaban el paisaje sombrío. No distinguieron ni caminos ni ninguna otra estructura artificial con esa primera vista.

Decidieron escalar la montaña, acercarse a la cúspide, para poder otear mejor el horizonte.

Fue un ascenso difícil. El terreno estaba salpicado con apagadas bombas volcánicas, que caían cuesta abajo cuando alguien se apoyaba en ellas. El relieve era irregular y escabroso. Pero lo peor de hacer esa caminata era el olor a azufre. Olía a huevos podridos. Apestaba tanto, que Karin tuvo que comentar más de una vez:

–¡Qué asco! ¡Este volcán se está echando un pedo!

El Doctor sonreía. A Karin no le faltaba razón. Ese olor era realmente desagradable.

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora