4-B. Robots y vehículos.

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Intentado hacerse oír por encima del ensordecedor rugido de los motores de propulsión vertical, el Doctor gritó con todas sus fuerzas:

–¡No vamos armados! ¡Venimos en son de paz!

–No es lo que me indican mis sensores –bramó la voz que venía de la aeronave–. Los dos seres que vienen con usted están armados.

Karin claudicó y tiró su pistola al suelo de mala gana. Y el Cazador, que también advirtió que su camuflaje no funcionaba para engañar los sensores de esa nave, se hizo visible, pero realizó varios ademanes de negación, dejando claro que prefería ser fulminado que dejar sus armas atrás.

–Si no vais a renunciar a vuestras armas, os quedareis aquí –habló la voz de la aeronave.

–¡De acuerdo! ¡Me parece justo! –accedió el Doctor, que se volvió al Cazador y ordenó a la vez que le entregaba la llave de latón–. Quédate en la TARDIS con Karin. No temáis, me entenderé con esta gente y encontraré la segunda parte del arma.

–Yo no me quedo. ¡Me voy contigo!

Karin enunció sus intenciones, pero parecía que acababa de escupir furiosas amenazas. Ninguno de los dos se atrevió a contradecirla. Así que el Cazador tomó la pistola de la chica y entró en la TARDIS. Después, el Doctor volvió a encararse con la aeronave suspendida y gritó:

–Ya está. Ya no estamos armados. ¿Podemos seguir con nuestro viaje?

La voz tardó en contestar. Pudieron ver cómo el artilugio barría con un rayo láser la TARDIS y a los dos viajeros que se quedaron afuera. El Doctor tuvo la impresión de que acababan de ser escaneados y analizados.

–Está bien, pueden pasar. Pero yo os llevaré ante mi líder. Creo que estará muy interesado en hablar con vosotros en persona.

Después de que la voz anunciara sus intenciones. La aeronave aterrizó verticalmente al pie de la colina. Karin y el Doctor bajaron, para abordar el vehículo por la gran rampa que se desplegó en la popa de la aeronave, en medio de los dos pares de grandes motores.

Era, sin duda, una aeronave asombrosa. El Doctor adivinó enseguida que ese vehículo también podía navegar por el espacio exterior. Estaba tan anonadado por la grandeza tecnológica que representaba ese vehículo, que comentó:

–Precioso.

–A mí nunca me dices eso.

El Doctor miró de reojo a Karin, enfurruñada y con los brazos cruzados. Todavía estaba enfadada con él por haberla rechazado. El Doctor tragó saliva al ser consciente de que estaba caminando al lado de una hormonada bomba de relojería.

La rampa se cerró, la aeronave despegó y se fue volando por donde había venido.

 Al sentir la inercia del vuelo, el Doctor se tambaleó, volviendo a centrarse en el vehículo. Fue entonces cuando advirtió la anomalía:

–¿Y la tripulación?

–No lo sé –contestó Karin, sumamente irritada–. A lo mejor se están besando.

El Doctor ignoró el malestar de Karin. Era consciente de que un vehículo de ese tamaño debía de contar con una decena de tripulantes. Ya habían dejado atrás la bodega de popa y se adentraban por un pasillo. No había asientos y no encontraron compartimientos habitables. Lo único que había era un pasillo que los condujo a la cabina, situada sobre el morro fusiforme de proa.

Fue allí donde encontraron los únicos asientos de a bordo. El Doctor se acercó a ellos para hablar directamente con el piloto. Pero al aproximarse, hizo un descubrimiento espeluznante.

Doctor Who. Crossover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora