Cinquante- huit

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Maratón 3/3

Ignacia:

—¿Cómo estai?— me preguntó la Marti pasándome el vaso de café.

—Mal, con solo pensar de que él hizo esa huea, no he parado de llorar.— tomé un sorbo del café. Odiaba los pasillos de la clínica y lo blanco de todo.

A mi lado tenía un peluche gigante que le había comprado y un globo.

—Familiares de Benjamín.— salió una doctora y me acerqué. Apenas me vio, habló para explicarme.-Él ingirió un grado de cocaína que no estaba cortada, eso generó una crisis. Si él no se trata, esto puede acabar o con una depresión, con deseos vehementes y sobre dosis o simplemente en el suicidio.— comencé a llorar, porque me angustiaba el saber que podía morir tan fácilmente.—Él está estable, está despierto y recuerda, tiene conocimientos de lo que le ocurrió.— agregó.

—¿Puedo verlo?— pregunté y la doctora asintió. A mi lado se puso la Martina y me abrazó.

—Entra, sé que teni miedo de verlo ahí, pero entra.— me susurró mi amiga. Me separé de ella y me sentí un poquito mejor.

Estaba cagá de miedo, no sabía qué cresta le iba a decir.

Tomé el peluche grande y el globo y entré nomás.

<<Dioh mioh, aiudame en esta hueá>>, pensé.

Ya, seria y tranquila.

No más llanto.

Entré decidida y vi que estaba acostado. Me acordé del sueño y ya me iba a poner a llorar, pero no lo hice. Me contuve.

—Amor.— su voz salió entrecortada y muy ronca. Su mirada recorrió mi cuerpo e intentó darme una sonrisa.

—Te traje esto.— dejé al peluche gigante en el sillón y amarré el globo a una parte de su cama.

—Me acuerdo cuando era pequeño y me operaron.— sonrió. Se veía tan cansado, tan triste. Su pelito estaba todo desordenado y las ojeras culiás que tiene, se le marcaron aún más.

Nos quedamos un rato callados, me senté en el sillón y me siguió con la mirada.

—¿Mi mamá como está?— preguntó. Le costaba hablar, se quitó la máscara de oxígeno y sentí una presión en el pecho.

—Tu mamá está completando unos papeles con tu información y no está muy bien, ha estado llorando desde que entraste a la clínica inconsciente.— bajé la mirada, porque ya sentía que iba a llorar.

—¿Quién más está afuera?— apenas se podía mover y cuando lo hacía se quejaba. Le dolía el cuerpo y un poco la cabeza.

—La Marti, el Luciano, tu papá y el...el Matías.— frunció el ceño, ya se enojó el cabro culiao.

—¿Y que hace mi papá y ese hueon acá?— su tono de voz cambió.

-No sé, ¿querí ver al Luciano?- le sonreí, o lo intenté, y asintió.

Salí del cuarto blanco.

MANUAL: Cómo Superar A Un Ahueonao [CHILENSIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora