Capítulo XXXV

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Todo se había calmado, ya no existían los silencios incómodos ni las miradas cargadas de tristeza, ahora simplemente habían silencios y miradas entre nosotros dos, sin penas ni prejuicios, solo sentimientos reales y positivos, aunque también un poco locos y raros de explicar.

La luz de un semáforo nos detuvo, y prácticamente éramos los únicos en aquella calle, no había más autos, solo se veía a lo lejos una pareja tomada de la mano saliendo de lo que parecía un café.

Charly apoyó sus manos en el volante mientras me miraba de reojo; yo estaba viendo por la ventanilla a aquella pareja mientras disfrutaba de la música, aunque me dí cuenta de las miradas que me dedicaba.

Por una extraña razón y un poco inexplicable aquella pareja me recordaba a mi misma, y como me veía en los sueños con Charly.
Los dos juntos, tomados de la mano, por las calles de la cuidad en la noche. Cómo dos niños sueltos con los bolsillos llenos de dulces y sueños, capaces de enfrentar a un dragón con tan solo un palo de escoba partido a la mitad y un plato de algún pay que seguramente fue el postre de alguna familia como escudo protector. Llenos de vida y metas, cosas por las cuales vale la pena enfrentar a ese dragón, aquél que se esconde en los armarios y te aterroriza en las noches, aquél que te provoca pesadillas y noches amargas.
Al final de todo lo vences, clavando la espada en su corazón después de darle una segunda oportunidad de vida.
Y aquellos caballeros con los zapatos rotos me recordaba a mi, feliz, con los problemas superados y la victoria tatuada en la frente, yo era esos niñitos, llenos de felicidad y un futuro por delante.
Y Charly era mi futuro.

Quería tenerlo conmigo mucho tiempo, más de lo que podría imaginar. El tiempo suficiente para abrazarlo mil noches seguidas, y seguir con mi dedo la fina línea que enmarcaba el arte más bonito de mi vida, su sonrisa.
Lo quería para pasar horas y horas hablando de nosotros, de lo que sentíamos, de lo que nos molestaba y lo que nos encantaba el uno del otro.
Lo quería para discutir con él, y después de todo solucionar cualquier problema con un beso de esos roba alientos.
Lo queria para caminar de la mano, en las noches, lluviosas o calurosas, en invierno o en otoño, lo quería para ser su complemento completamente imperfecto.
Simplemente lo quería.

Ahora veía que yo misma me engañaba, que aquella vez debí de haberle dicho la verdad, sacar lo que sentía en realidad; enfrentar al dragón que me aterrorizaba cada noche, terminar con él para después llegar a casa y llenarme de la gloria.
Quería decirle a Charly lo que verdaderamente significaba para mí, y lo que sentía por él.

Ya no duraría nada, ni siquiera buscaría el momento perfecto. Solo lo dejaría salir a raudales y sin prejuicios.

Lo quería.
Maldita sea, lo quería.

Charly soltaba de vez en cuando una sonrisa al aire; y yo, ocultaba que no lo había descubierto pues quería seguir viendo esa hermosa sonrisa que tanto había extrañado los últimos días, la misma de siempre, y la misma de mis sueños. Esa sonrisa que te envuelve en un ambiente de paz y tranquilidad, llena de cariño y sentimientos confusos.

La luz cambio a verde, dándonos el pasó para seguir con nuestro camino hacia mi casa sin ninguna interrupción. Dejando atrás aquella pareja, dejando atrás al pequeño niño y al cadáver del dragón.
Dejaba atrás mis miedos.

Me dejaría al descubierto.

Charly estacionó su auto donde siempre lo hacía, solo unos metros más y estaba la puerta de entrada de casa.

A mí me temblaban las manos.

--Bueno...

--Bueno...-- respondí tratando de ocultar el tartamudeo en mi voz.

¿Y si te digo que me enamoré de ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora