Capítulo LXX

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Decido callarme todo lo que sé está vez, así que guardó silencio.

La siguiente semana Charly y yo discutimos, y es que la causa es considerable, él me ha estado evadiendo y se ha estado saliendo con sus amigos del equipo todos los días, dejándome a mí en el abandono.
Él me dice que lo comprenda, pues es la última semana antes del primer partido, además de estar presionado por tener todo listo para el nuevo año escolar.
Le digo mil veces que lo entiendo, pero que también me entienda a mi, porque quiero salir con él, quiero que me dediqué un ratito al día, porque ya ni siquiera hablamos por teléfono por las noches, y Charly deja de conectarse durante muchas horas, por lo que las conversaciones se han vuelto monótonas.

Esa tarde discutimos fuera de mi casa, pues me había colgado el teléfono después de que yo empezara a reclamarle que ya no estaba para mí.
Estando furiosa, y viendo que Charly tenía todas las de perder en esto, me abrazó en medio de la calle, me dice que me quiere mucho, pero con mi comportamiento no me gano nada bueno. Yo me intento zafar de él, pero no me deja, me dice que reconoce que ha estado prestando mucha atención a el equipo, y que si me ha descuidado, pero que ya no lo hará más.
Ahí me invita a un día de campo en su habitación, proponiendo que en lugar de tener como suelo pasto seco, tengamos su alfombra.

Me gusta la idea, y lo acepto, me gustaría vivir la experiencia de un día de campo techado, además de que tal vez podamos solucionar las cosas.

Asi que el sábado me arreglo temprano para que el chico de los ojos lindos me recoja de casa y me llevé a un día de campo en su habitación.

Cuándo llegamos a casa de los Nerron, Charly ya tiene todo preparado, ha hecho sándwiches con queso y pimiento rojo, además de jamón y jitomate. También ha preparado una especie de ensalada con lechuga, zanahoria y un poco de papa cocida con mayonesa y crema, todo rayado, y para cerrar con broche de oro, ha preparado un agua de  limón con chía.
Llevamos todo a su habitación y lo dejamos en el  suelo, Charly pone música en su bocina, yo me tiendo en la alfombra mullida.
Charly se sienta a mi lado, poniendo su brazo alrededor de mi cuello, dejándome apoyarme en su pecho.

Hablamos un poco acerca de sus entrenamientos, pues alega que el entrenador ha sido discriminatorio, pues desde un principio había dejado claro que nadie podía entrar a las canchas cuándo estuvieran entrenando, pero que a algunos jóvenes los había dejado entrar él mismo. Entendí que hablaba de Samanta y sus amigos, aunque decidí evadir el tema, no quería hablar de esa chica, siempre que la mencionaba lo único que provocaba era que ella apareciera y arruinará las cosas.

Hablamos de la escuela, y de cómo era increíble que el próximo lunes entramos a segundo año.
Todo iba bien, pues había sido el único momento en los últimos 6 días en los que habíamos estado completamente solos. Aunque admitía que notaba algo extraño en Charly, era como si estuviera preocupado por algo, y sabía claro que no era ni el partido, ni la escuela, era algo más, pero no podía adivinar de que se trataba.

La tarde fue pasando, y con ella el celular de Charly no dejaba de sonar, pues afirmaba que tenían un grupo del equipo, y que a estas horas todos empezaban a preguntarse si estaban listos para mañana, y todas esas cosas. Pero a mí todo me dio mala espina, así que estuve pendiente de la reacción de Charly ante la llegada de más y más mensajes. Estaba nervioso, más que si solo fueran mensajes de un grupo de amigos.
Algo ocultaba, y lo dejó ver más claro cuando se separó de mí para poner su celular en silencio, y después de eso no volvió a abrazarme.

Sabía bien claro que las cosas entre Charly y yo estaban pendiendo de un hilo, y que no habían podido estar como lo estaban antes, pero yo ya no podía dar más de mí, yo entregaba todo, y Charly constantemente estaba haciendo algo extraño para sembrarme dudas sobre si debía de seguir con lo nuestro.
Ya no era igual, no nos prestábamos la misma atención que antes, y hasta las muestras de afecto iban en picada, y yo ya no sabía que hacer, todo era como si todo el tiempo hubiéramos estado bajo los efectos de un conjuro, una burbuja de magia que no nos dejaba ver los errores del otro, y que nos mantenía cautivados con los ojos del otro, y de repente todo se hubiera destruido, y hubiéramos visto la realidad.
Y para que todo estuviera peor, no paraba de pensar que las cosas estaban en el final de la historia; no paraba de tener ese mal presentimiento, y no me oponía a su llegada.

¿Y si te digo que me enamoré de ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora