Capítulo LXXIV

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La operación tener la mudanza lista antes de las 8 estaba en marcha.

Esa mañana, después de salir a correr, me había dedicado a empacar todas las cosas que me quedaban, aunque ya no era tanto, todavía quedaban algunas cajas que llenar.

Mamá me había ayudado a empacar las cosas restantes, mientras me daba alientos sobre lo que estaba pasando, y qué esté era sin duda alguna uno de los más grandes pasos que había hecho en mi vida. Me dijo que todo estaría bien si yo lo disfrutaba, y que no dudará nunca que ellos la iban a estar apoyando a diario, y si algún día sentía desfallecer, que solo los llamará, y ellos me ayudaría.
Amaba a mamá en estos casos, siempre apoyándome, a pesar de que estaba dejando que su hija volará fuera del nido, y me daba más esperanza que de la que yo tenía.

Todo me resultaba extraño y aterrador, y es que me creía valiente, aunque con el pasar de las horas se acercaba cada vez más el tiempo en el que yo me tendría que ir, en el que tendría que ser más fuerte que nunca, y en el que tendría que demostrar que era una persona fuerte, guerrera, y que ese sueño me impulsaba a seguir adelante.

Mamá me había dejado a solas cuando la hora de la comida se iba acercando, e incluso después de que comieramos me dejó empacar las últimas cosas a solas.
Sabía que esa madre fuerte que tenía también se desmoronaba por mi partida, aunque prefería esconderse en las paredes de la cocina para no dejarme ver qué se sentía triste, supongo que para no quitarme la esperanza, y créanme que la entendía. Si yo fuera una madre también me dolería soltar a mi polluelo a la vida, sola, y sin mi resguardo.
Pero qué se le hacía, así era la vida, mi momento había llegado.

Cuándo el reloj de mi mesita de noche dio las 4, terminé de sellar con cinta la última caja de las cosas que se irían a Alessia.
Sentí un alivio saber que había terminado muy a tiempo, pues no quería dejar nada en casa, no al menos que fuera algo que no necesitara.

Por un momento creí escuchar que el timbre había sonado, aunque no pude saber con exactitud si mi oído no me había fallado, pues la música que salía de mi bocina no me dejaba oír los sonidos que venían de la calle.

Alguien tocó a mí puerta casi de inmediato, provocando que me diera un vuelco en el corazón, no lo esperaba.

Abrí la puerta, dejándome ver el pálido rostro de mamá.

—¿Pasa algo mamá?
—Hija, sé que me has pedido que no quieres ver a nadie, pero hay una persona que quiere hablar contigo de una manera urgente, y aunque le he pedido que se marche, no ha escuchado mis palabras, y se ha plantado en la puerta de entrada diciendo que no se irá hasta que bajes y hables con él.

Por un momento me permití imaginar al estúpido de Charly en la puerta de casa, implorandome perdón, y diciendo que no no me fuera de Puerto Estela, que me quedará y volviera con él. Cómo me encantaría verlo arrodillado pidiéndome perdón por todo lo que hizo.

Al ver que me había quedado callada mamá volvió a hablar.

—Sé que no quieres hablar con nadie hija, y que ya estás cansada de todo lo que te han dicho, pero este chico no cede ante nada, incluso le dije que llamaría a la policía, y me respondió de un modo altanero que no le importaba eso, que estaba dispuesto a ir a la cárcel por ti. Me preocupa que si no hablas con él haga alguna tontería, se ve que está dispuesto a hacer lo que sea con tal de verte.
—Entiendo tu miedo mamá, y sé que eso puede llegar a pasar, tú no te preocupes por eso, no dejaré que mis problemas los afecten a ustedes. Saldré a ver qué es lo que quiere ese chico.

Mamá me tomó la mano, y me miró fijamente.

—Hija, tus problemas son también nuestros, no lo digas así.
—Lo único que digo es que no quiero dejarles problemas cuando me vaya, trataré de arreglarlos todos.
—Esta bien, estaré en la sala por si necesitas algo, ten cuidado con el chico
—Lo tendré mamá, tú no te preocupes por eso—sonreí en dirección a mamá, no quería que se preocupara sobre esos temas.

¿Y si te digo que me enamoré de ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora