Capítulo 43: "Todo por liberar el reino"

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Urasías se colocó frente a la puerta del cuarto de Tim, llevando con cuidado la bandeja en una mano. Sabía que la sección de incómodas preguntas empezaría apenas atravesara aquella puerta. De eso no tenía duda, pero algo tendría que pensar para no decirle todo.

-¡Ura, te extrañaba! -Fue lo primero que dijo Tim al verle ingresar con la bandeja del desayuno. "Ura" era el apodo que le había dado, aunque el albino no se acostumbraba a él, pero lo soportaba-. ¿Dónde estabas metido?

-Mucho trabajo, Tim, el reino es complicado -respondió el albino, dejando la bandeja con rigidez sobre la cómoda del pequeño. El cual estaba sentado en la cama admirando la comida que había llegado. El demonio no le había dejado la comida en un par de días puesto que estaba pendiente de cuidar de Zerk.

-Se ve muy bueno -celebró el pequeño con una sonrisa-. La comida es mejor si me la dejas tú en lugar de las sirvientas.

Tim arrasó con la comida de la bandeja, comiendo los panes a grandes mascadas mientras que saboreaba la comida en voz alta.

-Es lo más bueno que he probado -opinó el menor, mientras Urasías se sentaba a los pies de la cama a su lado-. Me debes muchas historias... las noches eran aburridas sin alguna leyenda o cuento.

Urasías prometió contarle más historias, aunque se veía algo tenso, pero el pequeño no le prestó atención al principio, pero mientras más rato estaba con el demonio, más sentía que algo andaba mal...

Sin decir nada Tim decidió levantarse rápidamente de la cama, mirando fijamente al demonio, que no tardó en ocultar su muñón con la capucha que vestía por sobre la armadura mágica.

-Ura, estás raro -le avisó-. ¿Qué ocurre contigo?

Urasías suspiró, sabía que sería inútil seguir ocultándolo... lentamente se quitó la capucha y dejó a la vista su brazo izquierdo con un muñón vendado. El albino se sintió ridículo, indefenso, sobre todo al ver que Tim soltó un grito de espanto.

-¿Qué te ha pasado? -preguntó Tim acercándose para tocar el muñón, pero Urasías le apartó usando la mano derecha, que llevaba cubierta en un guante mágico.

-No lo toques o morirás -le advirtió Urasías señalando el muñón-. Sigue siendo parte de mi cuerpo.

Tim lo recordó y se lamentó en voz baja, examinando con sus pequeños ojos el brazo de Urasías, se veía intacto, sin heridas.

-¿Cómo pasó? -preguntó Tim-. ¿Te atacó una bestia? ¿Humanos?

-Elfos -soltó Urasías, y el niño movió levemente la cabeza de lado a lado.

-Los elfos son muy buenos... viví con ellos en su aldea -justificó Tim hablando muy rápido-. Son inofensivos. No puede ser. No puede ser...

-Son criaturas peligrosas -mencionó Urasías-. Una de ellas me cortó la mano por mi poder. Eso fue lo que pasó. Todos me ven como un monstruo. Incluso los humanos.

-Y los que piensan que eres un monstruo son los que en realidad lo son... -Tim lo dijo con tanta naturalidad que el albino no creyó haber oído bien-. Tú no eres un monstruo... tú eres distinto. Y eso te hace increíble. Los humanos somos los monstruos.

Urasías soltó una risa contenida, como si Tim hubiera dicho la más grande estupidez.

-¿Qué tiene de increíble matar a todo ser vivo que toques? -se interesó el demonio bajando levemente la mirada hacia el muñón-. Me quitaron esto, Tim, lo único que me quedaba.

-Puedes acabar con cualquier bestia feroz que te quiera atacar -respondió el niño tras pensarlo-. Incluso podrías matar a los hombres malos que abundan en el mundo, villanos muy poderosos... pero tú no eres un monstruo. Nunca lo pienses, o sino me sentiré muy triste. Mi amigo es mi amigo, no alguien malo.

Los nueve descendientes IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora