29. EL CINCO DE DIEZ.

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LONDRES, INGLATERRA.

DOMINGO, 08 DE DICIEMBRE DEL 2013.

— ¿Cómo está? —pregunta Isaak.

—Van tres días y sigue en shock. Debes hacer algo, Isaak. Necesito a Pat —solloza—. Necesito a mi amiga de vuelta.

—Sal de la habitación, Quinn.

Mis pensamientos rebobinan a hace tres días, el proyectil siendo disparados, el cuerpo inerte cayendo al suelo y la sangre brotando de su interior.

—Gemma, mírame, por favor —susurra, sus dedos se posan en mi barbilla y me hacen mirarlo—. Dime algo, golpéame, háblame, muévete, haz algo, cariño. No soporto verte así.

»Déjame escucharte, déjame sostenerte, bonita.

No hablo solo lo miro y le pido que me bese.

Sus labios sobre los míos son extremadamente dulces, lentos, tomando todo de mí y dando todo de él, dejándome sin aliento. Apoyo mi mano en su mejilla que pica bajo el tacto por su barba, un suspiro se escapa entre besos y una lágrima resbala por mi mejilla. Se separa y me abraza, el dolor en mi corazón me consume.

Una persona murió por mi culpa.

— ¿Cómo... como está, Patrick?

—Está confundido. Necesita tiempo—responde y toma mi mano y besa mis nudillos aun destrozados por la pelea.

Se acuesta junto a mí y coloco mi cabeza sobre su pecho mientras lloro.

Un adolescente que no tenía nada que ver, un chico en el momento equivocado, recibió un disparo que era para mí. Y la oscuridad de la noche lo encubrió, permitió que Mitchell e Isaak nos sacaran de allí, permitió que su asesinato fuera descubierto horas después porque la pistola tenía silenciadores y nadie lo escuchó.

Pero yo sí. Yo imagine escucharlo cuando una bala se llevó su vida.

—Joseph ha estado llamando —anuncia minutos después—, quiere saber cómo estás y si piensas viajar a Nueva York por Navidad.

—No quiero viajar, me quedaré aquí...

—Sabes que no es tu culpa que ese chico haya estado en el lugar y momento equivocado, ¿no? No fuiste quien apretó el gatillo y disparó. No fuiste tú, bonita. No es tu culpa.

—Ese disparo era para mí —siseo abriendo mis ojos y levantando la cabeza para mirarlo—. Es a mí a quien querían matar, tal vez sí...

—No existen los «tal vez sí...», Gemma —sentencia—. Sucedió y no podemos cambiar el pasado.

— ¿Qué más dijeron en la llamada mis tíos? —pregunto, cambiando la conversación porque él tiene razón.

—Que si tú no vas, Antonella, Mariet y Joseph vendrán... Oh, y Chris llegó ese día de...

—Está bien —lo corto. No hay una manera bonita de llamarlo.

—Él se irá la próxima semana, solo vino por cosas de la empresa.

— ¿Qué se llevaron los catrines? Escuché a Quinnie diciendo que fue un robo.

—Aparentemente nada.

Asiento y luego el miedo me invade. Me levanto de la cama, abro la primera gaveta de mi mesita de noche y me relajo visiblemente, el diario de mamá aún sigue allí.

Trepo sobre la cama y vuelvo a acomodarme entre los brazos del Jodido Idiota. Él acaricia mi brazo mientras yo hago figuras sin sentido sobre su camisa. Poco a poco el sueño que no he tenido durante estos últimos días, comienza a seducirme y bostezo.

Los secretos de GemmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora