LONDRES, INGLATERRA.
JUEVES, 04 DE ENERO DEL 2007.
Tengo miedo.
Tomo mi maleta y lucho contra el deseo de llorar. No quiero estar aquí, quiero volver a mi país.
Pero al mismo tiempo, estoy tan aterrada y no quiero que vuelvan a encontrarme porque luego de escapar del prostíbulo donde estaba secuestrada, prometieron volver y destruirme con más fuerza.
Stefany Johnson, mi prima, coloca su mano en mi hombro y hace el amago de una sonrisa.
—Todo estará bien, Gemma. Esto es lo mejor para ti. Estarás lejos y podrás hacer una nueva vida.
Como dice ella estaré lejos, sí, lejos de mis amigos, de mi familia, de la pista de patinaje y de todo lo que amo. Lo único que me consuela es saber que estaré lejos de él.
Lo odio.
Odio a Isaak Schwartz con cada milímetro de mi alma.
Él me lastimó. Él me entregó a esas mujeres. Él jugó conmigo. Él fingió amarme y yo como tonta caí en su juego y me enamoré. Lo odio tanto, que pronunciar su nombre me parece repulsivo.
Me siento como una imbécil...
Cierro mis ojos e inhalo con fuerza. La opresión que se instala en mi pecho la conozco muy bien, al igual que el síntoma de mi boca seca. No quiero tener un ataque de pánico.
Camino con temblorosos pasos hacia la salida del Aeropuerto de Londres, Stefany y Antonella vienen detrás de mí en silencio. No hay vuelta atrás. Entro al auto que nos esperaba y mi cara se humedece al instante que el chofer arranca.
Anto me dice esas palabras maternales sobre lo bien y fuera de peligro que me encontraré aquí. Ella ha sido un gran apoyo en estos momentos, al igual que Stefy y mi tía Violet, su mamá.
Limpio mis lágrimas en un intento inútil de parar de llorar y fracaso.
—Esto es lo mejor, mi niña—No hablo. Mi voz rota y herida no es agradable ni para mí misma.
Escucho el claxon de varios autos sonar y me sobresalto. Ahora soy muy sensible. Meto mis manos dentro de los bolsillos de mi abrigo porque hace mucho más frío que en Nueva York y juego con una pulsera dentro de uno de los bolsillos. La saco y sollozo al verla, es una pulsera de goma.
Es el regalo que él me dio cuando cumplimos cinco meses de todo este teatro de ser novios y fuimos a nuestro primer concierto.
Duele, mi corazón duele tanto que quisiera dejar de sentir por una milésima de segundos, quisiera que todo esto desapareciera y simplemente estuviera en mi cama con mamá, viendo una película. Pero no es así.
Este dolor se triplica al recordar que el abuelo Phillips ha muerto en un accidente de avión y no estuve para despedirme, no pude escuchar su voz por última vez, no pude llorar por él aunque fuera una estupidez, aunque eso no sirviera de nada.
Y esto es culpa del maldito chico alemán que me traicionó, que rompió mi corazón en pedacitos y luego paso un tractor sobre ellos para pulverizarlos. Reina tenía razón. Él solo me utilizó para su perverso juego y nunca le importé.
Hay tanto dolor, confusión y tristeza en mi corazón que no sé cómo se siente sonreír, no sé qué es la felicidad y dudo mucho que pueda encontrarla lejos de mi país y mi familia. Londres nunca se podrá sentir como mi hogar.
Bajo del auto cuando se detiene frente al complejo de edificios que no me tomo la molestia de ver porque eso también me recuerda a él. Quería ser arquitecto. Presiono el botón del ascensor y entro arrastrando la maleta tras de mí, pulso en el piso que Antonella se cansó de repetir y miro mi reflejo en el espejo.
Ojos cafés tristes, decaídos, inyectados en sangre y llorosos; grandes ojeras moradas debajo de ellos, labios formando una mueca de tristeza. Un desastre.
Salgo del ascensor y abro la puerta con la llave que Stefany me dio en el auto, en medio de mi llanto.
No habrá un final feliz para mí.
Tengo miedo.
Ya no sé quién soy.
LUNES, 08 DE ENERO DEL 2007.
Me despido de Stefany y de Antonella mientras bajo del auto, encontrándome de pie frente a una estructura antigua que posee tres arcos como entradas, donde sobre los mismos, están grabadas están las palabras: Westminster High School.
No quiero entrar aquí. Me atemoriza todo el bullicio que representa este pequeño mundo de adolescentes.
Miro a mi alrededor y veo chicos con uniformes como yo, sonriendo y hablando con sus amigos.
No llores, no llores, me repito constantemente. ¡No debes llorar, maldita sea!
Limpio cuidadosamente la pequeña y escurridiza lágrima que se escapó y entro a la secundaria donde terminaré mis dos últimos años de clases.
Varios chicos me miran, su atención hacia mi provoca que quiera hacerme una bolita y desaparecer de aquí, en cambio, opto por agachar mi cabeza, dejando que mi cabello tape sobre mi rostro. Me hago caminar a la secretaría aguantando las incesables lágrimas y el dolor en mi pecho que nunca se irá.
Espero pacientemente que me den las indicaciones que necesito y mi horario, asiento cuando debo hacerlo y respondo a las preguntas con las mínimas palabras necesarias. Salgo de la oficina y me dirijo a los casilleros para luego ir a mi primera clase: Matemáticas.
Entro al salón y me siento con total y completo sigilo, justo en ese momento suena el timbre y poco a poco adolescentes toman asiento y se saludan entre ellos. Observo fijamente la mesa frente a mí y controlo las lágrimas que quieren brotar. Es patético llorar en un salón repleto de adolescentes. Escucho saludos y gritos de chicas al reencontrarse con sus amigas luego de las vacaciones. Mis amigos no están aquí, ni Kim, Barbie, Bonnie, Juls, Max o Alex. Ellos no están aquí y estoy sola.
Total y completamente sola.
Siento cuando una chica se detiene frente a mí y alzo mi mirada para observarla: cabello rubio platinado, y liso; ojos azules sin ninguna expresión en lo absoluto, labios naturalmente rosados.
— ¿Puedo sentarme?—su voz suena como un susurro y es aguda, pero no chillona, tiene el obvio acento británico. Asiento con timidez—. ¿Cómo te llamas?
—Soy...s-soy Gemma Baker.
—Me llamo Quinn Hamilton —ella me ofrece la primera sonrisa real en tantos meses, sin dejes de lastima ni tristeza por mí, que me animo a responder su gesto de la misma manera. Sonrío, una pequeña sonrisa que enciende un halo de la esperanza.
Quizá no todo esté tan perdido.
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Los secretos de Gemma
Roman d'amourLa familia Hoffman ciertamente no está libre de secretos. No, de ninguna forma lo están. Hay demasiadas historias tejidas entre ellos, muchos misterios por develar, pero nadie se ha preocupado por ellos. Nadie se ha preocupado por el pasado oculto b...