7. ENTRE VISITAS, LLANTOS Y... MOMENTOS INCÓMODOS.

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— ¡Eh, Gemma! si intentabas ser silenciosa solo debías quitarte los tacones —escucho su risa que por mucho que odie admitirlo, es agradable y sensual.

Me volteo, enfrentándome con él y doy un paso hacia adelante pues no confío en mi equilibrio y lo menos que quiero es caerme por las escalera, por lo que me coloco en una zona segura donde no pueda tropezar con algo.

—Entiendo que ya se te pasaron los efectos del alcohol, pero vamos a desayunar y a que tomes alguna pastilla.

—No, mejor me voy a mi casa —él da un paso hacia mí y yo doy uno hacia atrás por inercia.

Mañana podemos volver a la rutina: te acercas y yo huyo.

— ¿Sabes dónde estás y como llegar a tu casa desde aquí? —niego con la cabeza—, pues entonces vamos a desayunar y luego, si quieres, te llevo a tu casa. O llamas a Patrick.

—No.

Debo recordar que él me hizo daño y que él me entrego a aquellas mujeres. Isaak es el culpable de mi secuestro y aun le tengo miedo. Por más que haya bailado con él, Isaak sigue siendo el mismo hombre que me lastimó y rompió mi corazón.

Debo recordarlo por sobre todas las cosa.

No puedo caer de nuevo.

El alemán frente a mí cede aunque no estoy pidiendo su aprobación y se despide. Bajo las escaleras y al llegar abajo, atravieso los muebles que se encuentra en lo que considero la sala principal. Tampoco me fijo en la decoración del lugar porque cuando veo la pared de cristal que bordea el lugar y el umbral de la puerta construido en piedra blanca, me acerco a ella y salgo a la fría mañana de donde quiera que estemos.

Achico mis ojos porque los pocos rayos de sol me ciegan y el dolor de cabeza no mengua ni se hace más llevadero.

Me quedo de pie en la última escalinata que conduce hasta la casa y miro hacia el cielo aun oscurecido, ya que el sol no ha salido en su totalidad. Me froto mis brazos cubiertos solo por el encaje negro del vestido y finalmente caigo en cuenta de que la única manera de salir de aquí es preguntándole a Isaak.

Frente a mí está las mercedes Benz negra y a una considerable distancia, hay una especie de redoma, donde se encuentran un jardín de cuidadas y hermosas rosas rojas alrededor de una fuente de agua. Más allá se extiende un camino de grava que llega hasta los grandes muros y la verja que se alza con enredaderas y arbustos que lo rodean. De igual manera, una pequeña caseta de vigilancia.

Fuera de ello solo hay una carretera desértica.

Como mirar hacia afuera me molesta ya que no sé cómo salir, vislumbro un coche a lo lejos: un Land Rover rojo y una motocicleta Harley Davidson que sé, es de esas que todo amante de ese tipo de vehículo querría tener.

Doy pasos tentativos hacia adelante y detrás de la casa se encuentra el maravilloso mar que se veía desde el balcón de la habitación. Hay una valla delimitando el espacio de la propiedad y fuera de la misma, hay un camino rocoso que baja la colina en el cual nos encontramos.

— ¡Maldita sea! ¡¿Qué jodida mierda hago con Isaak en Dover?! —me reclamo, tratando de recordar que más sucedió anoche—, ¿Por qué se me ocurrió beber sabiendo que tengo muy poca resistencia?

Sé que estamos en Dover porque la única vez que vine, quede maravillada con el lugar y además, los acantilados blancos son el distintivo del lugar.

Aparto el orgullo y dándome por vencida, entro de nuevo a la majestuosa casa y pido el ascensor, ¿quién en su sano juicio construye una escalera y un ascensor en una casa? Entro a la máquina y me fijo en el reflejo que el vidrio me devuelve.

Los secretos de GemmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora