NUEVA YORK, ESTADOS UNIDOS.
SÁBADO, 24 DE MAYO DEL 2014.
Una niebla negra comienza a disiparse paulatinamente y soy consciente de algún murmullo a mí alrededor, de un pitido constante, del tacto de una mano contra la mía... De su voz saboreando mi nombre.
¿Dónde estoy? ¿Estoy muerta? ¿Qué sucedió?
Mi mente es una maraña que soy incapaz de descifrar. No logro recordar nada y se me vuelve una tarea imposible abrir mis ojos mientras esa voz que sí logro reconocer sigue hablando, hablándome y pidiéndome que abra mis ojos.
El dolor se hace presente en mi cabeza, un dolor que se concentra en mi frente y ojos. Quisiera poder gritar pero no puedo mover mis labios, me siento adormecida, adolorida, como si esto fue irreal, pero el tacto de esa mano contra la mía es real, es bastante real.
Las imágenes y recuerdos llegan de la misma manera que la bala que perforó mi hombro derecho, de forma sorpresiva e intensificando la migraña concentrada y terrible mientras que ese pitido inidentificado se acelera como lo hace mi corazón.
Antonella se suicidó. Joseph probablemente también está muerto. Helena y Damián fueron abaleados para salvar a mi papá. Chris... Sophie... Todo ellos en charcos de sangre.
— ¡Está despertando! —Su mano deja de tocar la mía y siento que vuelvo a quedarme dormida, pero lucho contra ello y desorientada en el tiempo, espero que vuelva—. Gemma. Chips de Chocolate, estoy aquí contigo. Abre los ojos, bonita, mírame otra vez.
Esa es su voz. Esa es la voz de Isaak. Él es el único que me diría así. Él es la única persona que tomaría mi mano y me guiaría adonde quiera que estoy. Lucho contra el adormecimiento en mi cuerpo porque tengo que verlo una vez más, tengo que volver a ver sus ojos verdes, su sonrisa pícara y el hoyuelo que se forma en su mejilla; tengo que ver su rostro, tengo que escucharlo, tocarlo, sentirlo una vez más. Antes que este sueño irreal culmine porque algo me dice que es solo un sueño, otro momento fugaz que estamos robándole a alguna deidad.
—I-Isaak —me cuesta hablar, pronunciar esa única palabra lleva todo mis esfuerzo. Mi boca está seca y mi voz suena pastosa y ronca.
Reúno todas mis fuerzas y abro mis ojos. Necesito verlo y no desaprovechar la única y última oportunidad que tendré para verlo. La luz blanca me ciega completamente y pequeñas estrellas se forman en los bordes de mi visión, impidiéndome diferenciar los colores de las siluetas, pero luego todo se vuelve nítido y las siluetas hacen formas.
El color blanco se riega por todo el lugar. Hay un televisor en volumen bajo presentando las noticias donde el apellido Hoffman es el protagonista. Hay un sillón que parece incómodo y una ventana que está cerrada, pero a través de la persiana se cuela un poco de luz de luna. Y aquí, a mi lado, tomando mi mano, está Isaak.
— ¿Eres un sueño? —pregunto antes de poder procesarlo—. ¿Vienes a decirme que debo dejarte ir? No puedo dejarte ir. Sigues clavado profundamente en mi corazón, Isaak. No puedo decirte adiós aun.
Parpadeo mientras sigo acostumbrándome a la luz blanca y luego a los dolores de mi cuerpo y al pitido que emite una máquina, y a su sonrisa. Incluso, debo acostumbrarme a mi voz, una voz difícil de proyectar porque mi garganta arde un poco y se sienta reseca, pero necesitaba decirle eso.
Una ancha sonrisa se dibuja en sus labios y un brillo ilumina la mirada verde que penetra la mía con intensidad, sus manos toman mi rostro con cuidado y acarician mis mejillas, deja un beso en mi frente y me observa emocionado.
—Es real, bonita —anuncia, su voz es grave posee ese leve acento alemán, sensual y envolvente como la recordaba—. Yo tampoco pretendo dejarte ir.
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Los secretos de Gemma
RomansaLa familia Hoffman ciertamente no está libre de secretos. No, de ninguna forma lo están. Hay demasiadas historias tejidas entre ellos, muchos misterios por develar, pero nadie se ha preocupado por ellos. Nadie se ha preocupado por el pasado oculto b...